“Cuando un país está perdiendo muchos miles de millones de dólares en el comercio con prácticamente todos los países con los que hace negocios, las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, escribió el viernes en su cuenta de Twitter el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Ese pensamiento tan simple antecedió a una propuesta propia de imponer aranceles de 25% a las importaciones de acero y de 10% a las de aluminio. La idea, que no ha sido reafirmada ni estudiada a fondo aún, desató una ola de críticas de Canadá y los países de la Unión Europea (UE), los principales exportadores de estos productos hacia Estados Unidos. Pero esta vez, la bravuconada fue más allá de lo que sus aliados del Congreso pueden tragar.

La UE, principal exportadora de acero a Estados Unidos, anunció que, de concretarse esas amenazas, impondría aranceles a Levi’s, Harley-Davidson y Bourbon. “Las medidas estadounidenses costarán empleos en Europa. No podemos quedarnos quietos viendo esto. Tenemos que actuar”, justificó ese mismo viernes el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. El jefe del Ejecutivo del bloque destacó que las declaraciones de un lado y otro eran “muy lamentables”, pero rechazó que la UE y Estados Unidos se dirijan a una guerra comercial. “Me gustaría tener una relación razonable con Estados Unidos, pero no podemos esconder la cabeza bajo la arena”, enfatizó Juncker, que no es amigo de las declaraciones duras. Comentó además que la UE está calculando cuál sería el impacto que generaría un aumento de aranceles a la industria europea del acero y aluminio para los países del bloque.

Estados Unidos importa cuatro veces más acero del que exporta, y sus empresarios recurren a empresas procedentes de más de 100 países porque ese producto, básico para muchas industrias, llega desde el exterior a precios sustancialmente menores que el que ofrecen las firmas estadounidenses.

Trump justificó su decisión –de la que se desconocen los detalles concretos, algo habitual cuando el magnate agita su cuenta de Twitter– en que su país sufre del mal del “comercio injusto”. Tuiteó: “Nuestras industrias de acero y aluminio (y muchas otras) han sido diezmadas durante décadas por el comercio injusto y la mala política con países del mundo. No podemos permitir que se sigan aprovechando de nuestro país o nuestras empresas. ¡Queremos un comercio libre, justo e INTELIGENTE!”.

Tras el anuncio, el índice Dow Jones tuvo una caída de 1,7%, aunque, a la vez, el valor de las compañías productoras de acero estadounidense aumentó notablemente. En la campaña electoral, Trump acusaba a las potencias extranjeras de descargar “enormes cantidades de acero en Estados Unidos”, aunque en ningún momento se preguntaba quiénes eran los estadounidenses que las compraban gustosos. “Eso está matando a nuestros trabajadores del acero y a las compañías acereras”, se decía, aunque no se cuestionaba a cuántos otros afectaría la pérdida de competitividad de las industrias que necesitan el acero barato como insumo.

Durante la campaña, Trump prometió reconstruir dos industrias simbólicas en el imaginario del estadounidense; por un lado, la automotriz –para ello pretende terminar con el tratado de libre comercio con Canadá y México–, y por otro, la siderúrgica. Y para que quedara claro, soltó esta frase: “Cuando nuestro país no puede fabricar aluminio y acero, es como si no tuviéramos mucho país”. Es decir, Estados Unidos es acero y autos.

El anuncio generó también fuertes reacciones en Canadá, que además de ser el principal exportador de acero a Estados Unidos, viene golpeado por la intención de la administración de Trump de bombardear el tratado de libre comercio. La ministra de Relaciones Exteriores de ese país, Chrystia Freedland, dijo que cualquier arancel “sería absolutamente inaceptable”. El primer ministro, Justin Trudeau, tomó las armas y se expresó en un lenguaje combativo, afirmando que nada que considere una afrenta comercial le saldrá gratis a Estados Unidos y calificó a las nuevas tarifas de “absolutamente inaceptables”.

Volviendo a Juncker y los europeos, consideran que la medida “parece representar una descarada intervención para proteger a la industria de Estados Unidos”. Bruselas ya puso manos a la obra y tiene los misiles listos por si Trump decide pasar esta semana de las palabras a los hechos. Las represalias europeas abarcarían tres ámbitos en el marco de las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que habilitan acciones a tomar cuando un Estado miembro adopta medidas proteccionistas injustificadas.

La primera sería gravar fuertemente un listado de productos estadounidenses –agrícolas y alimenticios, además de los industriales, con el acero y el aluminio en primer lugar–. En paralelo, la Comisión Europea está preocupada por encontrar destinos alternativos para las exportaciones de acero y aluminio para evitar que el mercado europeo quede inundado de productos siderúrgicos y se desplomen sus precios. Por último, denunciará a la administración de Trump ante la OMC y pedirá una consulta de arbitraje.

Matando al soldado Ryan

Durante meses, la amenaza de la imposición de aranceles al acero y el aluminio sonaba en el entorno de Trump y había preocupación de que los retrasos en anunciarlos pondría en evidencia (una vez más) que el magnate y su gobierno eran como el perro que ladra mucho y muerde poco. Sin embargo, las declaraciones generaron terror entre los legisladores republicanos. El lunes, Paul Ryan, líder republicano y presidente de la Cámara de Diputados, pidió a Trump que dé marcha atrás con la medida. “Estamos extremadamente preocupados por las consecuencias de una guerra comercial, y urgimos a la Casa Blanca a que no avance con este plan. La reforma fiscal ha dinamizado la economía y no queremos que amenace sus ganancias”, dijo un portavoz de Ryan, en una salida a los medios que significa una toma de posición nítidamente contraria al presidente y que marca una ruptura entre el Ejecutivo y la bancada oficialista.

De esta manera, Trump abre un flanco interno que se agrega al creciente aislacionismo que vive su gobierno en el plano internacional. Además, el 6 de noviembre de este año se renueva la tercera parte de las bancas del Senado, toda la Cámara de Representantes y 39 cargos de gobernadores. En este contexto, los temores que despiertan estas medidas pueden ser un favor inesperado a los demócratas, y si se refleja en votos podría hacer que el gobierno pierda la mayoría absoluta en el Congreso.

Pero Trump sigue. El martes, durante la recepción al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, fue consultado sobre el rechazo que provocaron sus declaraciones en la bancada republicana, y prefirió darle gas. Acusó a China de beneficiarse del déficit comercial de Estados Unidos y fue a más. “Nuestros adversarios no sólo son Rusia y China, sino también Europa, que tiene barreras comerciales peores que las tarifas. Nosotros lo que queremos es tener de vuelta esos 800.000 millones de dólares al año”, dijo, y uno se imagina la cara que habrá puesto Ryan.

Sarah Huckabee, secretaria de prensa de la Casa Blanca, fue un poco más diplomática cuando se le preguntó sobre el rechazo público de Ryan a los anuncios de Trump. “Miren, tenemos una gran relación con el presidente Ryan y seguiremos teniéndola, pero eso no significa que debamos estar de acuerdo en todo”, dijo.

Ayer, buscando dar una señal de acercamiento a los legisladores de su partido, el presidente de Estados Unidos dijo que estaría dispuesto a reconsiderar la medida en los casos del acero que proviene de Canadá y México. Esto sucedería siempre y cuando estos dos países firmen “un nuevo y justo” Tratado de Libre Comercio de América del Norte, lo que renovó el rechazo de los líderes de los países vecinos. Y otra vez, uno se imagina la cara de Ryan.