No es una tarea sencilla hacer entrar la vida de una persona en poco más de 70 minutos, menos aun cuando esa persona es Clemente Estable, el maestro que en 1922 consiguió una beca para ir a estudiar con el premio Nobel de Medicina Santiago Ramón y Cajal y que, a su regreso a Uruguay, se convirtió en referente mundial de la neurofisiología y en impulsor de la investigación científica del país. En realidad, en la frase anterior uno tiene que poner el punto para no caer en las poco gráciles oraciones largas, pero como en el documental, Clemente Estable es imposible de contener entre dos puntos gramaticales: además de fundar el primer Instituto de Investigaciones Biológicas –y conseguir financiación nada menos que de la Fundación Rockefeller– también fue un gran filósofo de la educación, y sus ideas pedagógicas terminaron cuajando en lo que se conoce como el “Plan Estable”, llevado adelante en dos escuelas experimentales de Montevideo.

En el documental Clemente, los aprendizajes de un maestro, el director Pablo Casacuberta no es tan torpe como uno y ni siquiera se plantea contar toda la vida de una figura tan maravillosa como multifacética. Recurriendo a un relato coral logrado mediante entrevistas a familiares de Estable y a investigadores que lo conocieron o que consagraron, gracias a él, su vida a la investigación, Casacuberta logra un documental tan ameno como cautivador. La banda sonora (a cargo de Gabriel Casacuberta, hermano del director) se intercala con los testimonios y las imágenes, que tienen un vuelo poético propio, pero siempre apuntalando los conceptos de los que se está hablando, con tanto ritmo y gracia que por momentos da la sensación de que uno está escuchando una canción con voces sampleadas.

Ese coro de narradores está conformado por familiares de Estable –se destaca como prima voce su hijo Clemente Rayo– y por varios científicos e investigadores (Fernando Costa, José Sotelo, Gustavo Naya, Daniel Rodríguez, Anabel Fernández, Gustavo Folle, Omar Trujillo, Alejandra Kun, María del Carmen Ruzic, Roberto Capocasale, Federico Dajas, Edward de Robertis y Rafael Radi, entre otros). Sus declaraciones muestran el vuelo del maestro Estable, su talento para despertar vocaciones científicas, su compromiso con la ciencia y la investigación, así como su actitud hacia la vida y su humanismo optimista. Sin embargo, es en los fragmentos de audios del propio Clemente Estable, en off y en contrapunto con imágenes exquisitas de Casacuberta, cuando uno siente, en lo profundo de su ser, que está ante un ser humano inmenso.

Como bien sugiere el título, Clemente, los aprendizajes de un maestro no es un documental sobre ciencia. El público no sentirá que no da pie cuando brevemente se le comente cómo Estable superó a su maestro y echó por tierra la ley de la polarización dinámica de las neuronas, de Ramón y Cajal, ni sentirá que precisa auxilio para ingresar al fascinante y complejo mundo de las neurociencias. Si se quiere, la ciencia aquí está puesta al servicio de la filosofía, y el método científico aparece como forma de lograr el conocimiento, que a su vez está puesto al servicio de la vocación personal y de la búsqueda del propósito de cada uno en este mundo. El documental de Casacuberta es, en realidad, un vistazo a la visión que una figura singular del siglo pasado tenía sobre la educación, el conocimiento y la vocación.

Escuchar a Estable y su intención de que la escuela girara en función de las inquietudes y vocaciones de los niños, sin caer en la tentación de referir al tan manoseado presente de la educación, resulta difícil. Casacuberta no la resiste, y al final permite que el presente irrumpa de forma un poco violenta: a la melodía coral antes descrita se suman las voces de Edith Moraes, Fernando Filgueira, Juan Grompone e Irupé Buzzetti. En sus bocas el Plan Estable funciona no per se sino como una oportunidad de patear en el piso a una persona que ya ni se protege de los golpes, en algunos casos, o para decir algo bonito pero no vinculante, en otros. Uno intuye que la intención del director es otra: sumar el talento y la sensibilidad de Estable al debate actual, ya que su pensamiento está tan vigente hoy como cuando lo dio a conocer.

De todas formas, Clemente, el aprendizaje de un maestro se disfruta de principio a fin. Pese a que, por necesidad temporal y también por decisión artística, falta mucho contexto (cómo era el mundo cuando Estable lanzó su plan, cómo fue implementado, por qué no se siguió por ese camino, cómo reaccionó la Universidad de la República ante un maestro devenido investigador científico, cómo se llevó Estable con el poder y con los partidos políticos, entre otras tantas incógnitas que la obra despierta), la película no deja el menor rastro de duda: Clemente Estable fue una persona tan excepcional como entrañable. Y lo que duele no es su muerte, casi irónica para una persona que se consagró a estudiar la cognición y el sistema nervioso, sino que no esté más presente en la cultura, la memoria y el rico patrimonio de los orientales. El film de Casacuberta es, entonces, un acto de justicia.