En la izquierda y la derecha han sido habituales las críticas al fútbol como alienación y opio de los pueblos, o la destrucción del juego por parte de élites edulcoradas y disciplinadas que deben ordenar el baile laboral disciplinado de toda la sociedad. Pero el deporte, como cualquier otra industria cultural o industria de la moderna economía creativa de nuestros días, posee una naturaleza multidimensional.

Por supuesto que es parte del tejido asociativo más básico de algunas sociedades. Como bien dijo Óscar Tabárez, pocas sociedades como la uruguaya son futbolizadas en el nivel comunitario. Vale decir, es parte constitutiva de la vida cotidiana y la identidad del barrio en que convive el baby fútbol organizado (un movimiento único en el mundo, dicho sea de paso), el fútbol de campito y la botijada jugando fútbol por jugar nomás.

En el fútbol profesional, en cambio, ya se configura todo un arco complejo de relaciones contractuales hasta llegar, vía el gran negocio, a la esponsorización de jugadores marca, jugadores mercancía y a las grandes ganancias de los derechos de las transmisiones y retransmisiones deportivas, la parte principal de creación de valor cuando miramos al fútbol como cadena económica.

En otras palabras, se puede estudiar la sociología del fútbol comunidad y el fútbol socialización como la economía del fútbol. Además del fútbol mercado y el fútbol comunidad, también vemos al fútbol nación, que en nuestros días en algunos países cumple, felizmente, una función sustitutiva de las antiguas guerras mediante una reedición laica y no sangrienta de los grandes temas universales de la condición humana. En el fútbol identificamos también sectores atrasados y modernos, fútbol precapitalista y fútbol patrimonialista o mafioso, fútbol de competencia, fútbol asociativo, fútbol mestizo con la energía sagrada de las comunidades y algo de todo lo anterior.

En el fútbol vemos luchas duras de poder, competencia de mercado, luchas de clase por el control de la propiedad moderna, luchas de renta y estatus. En el fútbol, en fin, vemos centro europeo y periferias sudamericana y africana.

Una particularidad uruguaya, dado el evidente problema de escala, no reside en el fútbol mercado sino en la base comunitaria, que aún explica que hoy Uruguay se encuentre entre los ocho mejores seleccionados nacionales del planeta y que haya goleado al organizador, que tiene un imperio detrás capitalizando todos los días el éxito evidente de este Mundial en materia organizativa y turística, o que haya enviado a su casa al equipo de uno de los dos astros mercancías globales.

Y sobre todo reside en que el Uruguay moderno construye e inventa su nación (más o menos en la misma época que señala Eric Hobsbawn para todas las naciones europeas y americanas) entre 1870 y 1930, y entre los tres factores que la constituyen está el fútbol, junto con la invención de Artigas como Héroe fundador de la Nación oriental por los historiadores y del “crisol de razas” que ejemplifica una literatura fantástica como el Tabaré de Juan Zorrilla de San Martín, cuando ya habíamos exterminado charrúas en 1836. Se trata de un crisol ambivalente por la ideología emblanquecedora de las élites. De ahí el desacomodo nacional que produce que los dos jefes de los dos cuadros fundadores sean la Maravilla Negra del Negro Andrade y el Negro Jefe Obdulio.

A esta triple invención, junto con la escuela pública vareliana, fabricante de ciudadanos, la comprendió increíblemente bien, lúcidamente anticipatorio, el reformista José Batlle y Ordoñez, que entendió primero (mientras parte de la izquierda rechazaba el nuevo deporte que se masificaba a la velocidad de la luz como nueva forma de opio burgués) la relevancia de la comunicación popular e inventó El Día, y después, antes que todos, tomó al fútbol de masas naciente como factor cohesionador de la nación. Batlle y Ordoñez no sólo organizó y auspició la operación de creación de Nacional, sino que nacionalizó a su rival inglés pero obrero, pasando el CURCC al nuevo Peñarol. Y comprendió que para inventar la Banda Oriental como Uruguay, celebrar el Centenario con un estadio construido en nueve meses y el primer campeonato mundial FIFA eran pasos fundamentales.

Ahí también nos diferenciamos de Argentina, ya en la final que les ganamos en el 30, algo vital pues toda identidad es afirmación y diferencia.

Hay dos últimas dimensiones cruciales del fútbol. El fútbol como sistema institucional (no es lo mismo que mercado), por ejemplo de clubes, que venden o no venden acciones en bolsa, y tienen tal o cual peso en las decisiones de un deporte nacional y del fútbol regional hasta llegar al fútbol global. Y el fútbol como política pública, vale decir, como conjunto de herramientas de regulación de comunidades y mercados, como políticas de socialización para la promoción de naciones abiertas, multiculturales, ciudadanas, o para promover naciones egoístas de seres superiores por su religión o su raza e individuos Héroes. El fútbol es un juego y es una sumatoria de narrativas e imágenes que pueden apropiarse por sus jugadores o espectadores con sus propias interpretaciones y deseos.

Por eso en algunos países, y sin negar la brutal asimetría de poder dentro del fútbol como juego multidimensional, el fútbol puede espejar la sociedad, a veces como su negativo, a veces como su deber ser.

La reciente metáfora de la selección de Tabárez, referida en un artículo de The Wall Street Journal, sobre la selección y la película La Sociedad de los poetas muertos (1989), muestra cómo esta larga hazaña protagonizada por colectivos y un maestro de verdad no sólo espeja nuestra mejor verdad, nuestra utopía más noble, nuestra capacidad de levantarnos siempre tras los golpes recibidos, nuestro fair play posible, nuestro temperamento, nuestra capacidad de jugar en equipo sin superhéroes, nuestra picardía que no es viveza, trabajadores de un sistema de valores construido con eficiencia, sí, eficiencia, en el estilo de hacer las cosas, y devoción con entrega por la causa.

Si ese fuera el Uruguay real, ya habría llegado la utopía.

Y un rasgo brutal de la selección de Tabárez es que no funciona como un club de millonarios, que por supuesto también lo son, y comparten camastros en conjuntos de habitaciones, no cuartos individuales con spa.

Las selecciones de Tabárez poseen un enraizamiento social inédito en la sociedad y el pueblo uruguayo. Por eso empezaron a vencer a poderes del viejo fútbol o tienen compromisos sociales o de nítido perfil popular.

Todos sabemos que en el fútbol hay un conjuro pacífico de los grandes temas de la tragedia griega, que es la tragedia humana: el héroe, la gloria, la derrota irreversible, el cielo de los cielos inalcanzable, el viaje de Ulises, el retorno a Ítaca, el engaño del Caballo de Troya, la defensa como hombres de lo que supimos defender como niños, la rebeldía contra el destino. En la mitología que me gusta, Uruguay vale cuando se levanta como un boxeador exhausto pero determinado después de ser derribado de un golpe en la mandíbula y sabiendo que es casi segura la derrota pero vale la pena la lucha. Odio los favoritos porque su mundo es el de los vencedores, y nuestra única chance sólo puede ser alguna clase de reivindicación de todos los vencidos.

Eduardo de León es consultor y analista social.