Mark Masambuka tenía 22 años y quería comprar una alfombra. El 9 de marzo, junto con un amigo, salió de su casa ubicada en el pueblo de Nakawa, al sur de Malaui, para ir a la tienda. Nunca más volvió. Su cuerpo fue encontrado el 1º de abril, enterrado en una tumba poco profunda. Masambuka no tenía antecedentes penales. Ninguna pandilla lo buscaba para ajustar cuentas. No le debía nada a nadie. Pero era albino.

Unos meses antes, en diciembre de 2017, una niña de siete años llamada Jean Ngwedula fue vendida por su padre a un curandero para que empleara las partes de su cuerpo en un ritual. También era albina.

Las muertes de Masambuka y Ngwedula son apenas dos ejemplos de la realidad que viven los albinos en Malaui, en donde son perseguidos porque existe la creencia de que sus cuerpos atraen la riqueza, la buena suerte y la prosperidad.

Desde noviembre de 2014, la Policía ha registrado 148 casos de agresiones contra personas con albinismo en este país, situado en el sureste de África. La cifra oficial incluye 14 asesinatos –aunque Amnistía Internacional aumenta esta cifra a 21– y siete intentos de matar a otras personas. Además, varios albinos están desaparecidos.

La mayoría de los agresores permanecen impunes, según denunció la organización internacional en su reciente informe “Terminar la violencia contra las personas con albinismo: hacia una justicia penal efectiva en Malaui”. El documento exige a la Justicia malauí que reforme el sistema penal para proteger a esta población, que vive con miedo y muchas veces aislada.

“Las autoridades deben acabar inmediatamente con la impunidad de estos delitos. Como primer paso, deben garantizar que todos los casos pendientes se traten sin retrasos innecesarios y respetando las normas internacionales sobre la equidad”, afirma en el estudio el director regional de Amnistía Internacional para África Austral, Deprose Muchena.

El texto pone especial énfasis en las deficiencias “sistemáticas” del Poder Judicial a la hora de investigar estos casos, que se resuelven a un ritmo lento –cuando se resuelven– en comparación con el de otras investigaciones penales. Las cifras son bastante ilustrativas: de los 148 casos de agresiones denunciados, sólo 30% se han cerrado, según las estadísticas del Servicio de Policía de Malaui y del Ministerio de Justicia y Asuntos Constitucionales del país. Hasta la fecha, sólo se han resuelto un caso de asesinato y uno de intento de asesinato.

Los mayores desafíos que afrontan el Poder Judicial, la Fiscalía y la Policía de Malaui incluyen la falta de fondos y de personal competente para investigar los delitos contra personas con albinismo, lo cual ha provocado la acumulación de casos pendientes.

En los últimos años se han tomado algunas medidas para intentar abordar el problema, ante el aumento de homicidios de albinos en el país. En 2016, Malaui aprobó una ley que creó nuevos delitos e impuso penas más severas para aquellos que ataquen a personas con esta condición genética. El problema es que la realidad demostró que una legislación más estricta no detuvo los asesinatos.

Otra señal positiva tuvo lugar el 13 de junio, durante la conmemoración del Día Internacional de Sensibilización sobre el Albinismo, cuando el gobierno malauí renovó el compromiso con la protección de los albinos. Pero esta renovación no es suficiente si no va acompañada de una estrategia de derechos humanos que incluya medidas para educar a la población acerca del albinismo, para terminar con la persecución, la discriminación y las muertes. Amnistía Internacional considera en su informe que la estrategia debe incluir, además, el rastreo y la identificación de quienes demandan las partes de cuerpos albinos y la obtención de la cooperación de los países vecinos para eliminar el tráfico de personas con albinismo.

Es que para erradicar el problema hay que abordarlo como un fenómeno regional. Porque si bien Malaui es uno de los lugares más problemáticos para las personas que nacieron con esta condición genética, los vecinos Suazilandia, Mozambique, Sudáfrica, República del Congo y Tanzania tienen los mercados más importantes del comercio transfronterizo de cuerpos de personas con albinismo. Más lejos, del otro lado del continente, también son perseguidos los albinos en Ghana y Senegal.

El negocio es tan tenebroso como rentable. Según el periódico mozambiqueño Domingo, un hueso de albino puede valer más de 1.000 dólares. En tanto, un informe de la Organización de las Naciones Unidas publicado a principios de año estima que un “juego completo” de huesos puede alcanzar los 70.000 dólares.

Un paso adelante

Se estima que en la actualidad hay entre 7.000 y 10.000 personas con albinismo en Malaui, lo que representa una proporción de una por cada 1.800 personas, según datos de Amnistía Internacional. La violencia y la discriminación que sufren se basa en la desinformación que existe acerca de estas personas, que en muchas oportunidades prefieren aislarse. Por eso, no es raro que los padres de niños albinos no los dejen salir de sus casas o les prohíban ir a la escuela para no exponerse a actitudes discriminatorias o situaciones de riesgo para sus vidas.

En este contexto, la Asociación de Personas con Albinismo de Malaui anunció el mes pasado que presentaría a seis candidatos albinos a las elecciones presidenciales y parlamentarias de 2019. El objetivo no es ganar, aseguran los involucrados, sino visibilizar la problemática que viven estas personas y acabar con el estigma social que arrastran. “Queremos mostrar al público que somos mucho más que nuestra piel”, dijo el director de la asociación, Overstone Kondowe, al diario británico The Guardian.

Una de las candidatas más conocidas es Elizabeth Machinjiri, que planea postularse a las parlamentarias para representar a la ciudad de Blantyre. Actualmente, Machinjiri es directora de la organización Movimiento por los Derechos de los Discapacitados. En declaraciones concedidas a The Guardian, Machinjiri explicó por qué tomó la decisión de ser candidata: “Tenemos que estar representados. Otras personas podrían no entender nuestro dolor y las situaciones duras que tenemos que atravesar a diario”.