La intrigante sonoridad del título puede hacer pensar en una de las películas indigenistas del boliviano Jorge Sanjinés, pero en realidad es una alusión un poco elíptica a la Operación Alejandra, que a su vez fue bautizada en tributo a la revolucionaria bolchevique Alieksandra Kollontay (1872-1952). Esta operación involucró a un grupo político militante obrero uruguayo, cuya plana mayor se refugió en Buenos Aires cuando arreció la represión durante el gobierno de Juan María Bordaberry, y desde allí coordinaron, junto a los que permanecieron en suelo nacional, planes y acciones para intentar derrocar la dictadura uruguaya.
Esencialmente, se trata de la historia de la fundación, en 1975, en la clandestinidad y, sobre todo, en Buenos Aires, del PVP (Partido por la Victoria del Pueblo), y de las operaciones de resistencia que llevó a cabo durante la dictadura. El director de Kollontai, apuntes de resistencia, Nicolás Méndez Casariego, es argentino, hijo de uruguayos, y filmó la película con la perspectiva de informar ese importante costado de la historia, no desde el punto de vista de conocedores de la historia reciente de este país, sino para un público general. La trama tiene sus complejidades, pero está expuesta en forma amplia y accesible. Parte de la descripción del Uruguay próspero y democrático, tal como podría lucir a inicios de los años 60; describe la profundización de las contradicciones sociales en el correr de la década, la represión y conflictividad en los gobiernos de Jorge Pacheco Areco y Bordaberry, el golpe de Estado uruguayo en 1973, la expansión de la epidemia dictatorial en la región con el golpe de Estado de Chile en 1973 y el de Argentina en 1976, la terrible represión coordinada que fue posible a partir de entonces, y luego las grandes manifestaciones de apertura que siguieron al plebiscito de 1980.
Se trazan los orígenes del PVP en la FAU (Federación Anarquista Uruguaya), en el movimiento sindical, la formación de la ROE (Resistencia Obrero Estudiantil) y su brazo armado OPR-33 (Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales). Se explican sucintamente las diferencias entre esta (de tendencia específicamente obrera, concentrada en apoyar las acciones determinadas por los sindicatos) y el movimiento tupamaro (que se describe como foquista). Luego se cuenta la formación, en el exilio, del PVP y de las ideas para derrocar la dictadura, incluyendo el plan, bastante delirante y sin dudas curioso, de inventar una ficticia marca de cosméticos Vilox (estilizada como ViloX para poner el énfasis en la X –“por la”– y la V –“victoria”–) y así incorporar ese elemento característico del capitalismo y de la modernidad (la propaganda comercial en medios masivos) para darlo vuelta en la forma de mensajes cifrados o subliminales, y además para propiciar instancias para filtrar materiales de propaganda política más explícita. El énfasis de la película está en ese período, y culmina con la brutal represión que siguió al golpe argentino, que liquidó a casi toda la plana directiva del PVP, sin llegar a destruir el movimiento, que nunca cesó su actividad resistente.
Quizá los hechos contados, uno a uno, no sean una novedad absoluta, salvo alguna minucia. Pero el relato como un todo es novedoso, y puede ayudar a redimensionar el papel histórico del PVP (es impresionante constatar cómo tantos de los nombres más notorios entre las víctimas directas de la dictadura –muertos, desaparecidos, presos, familiares de niños desaparecidos– integran o integraron ese movimiento). Sobre todo, la película contrasta con la tendencia del relato histórico y de cierta modalidad amnésica o enajenada de recordar la dictadura como un tiempo en que la resistencia se anuló.
Para los estándares de un documental latinoamericano, la película parece haber contado con buenos recursos. Son muchísimos los militantes entrevistados, junto a la lúcida voz del historiador Álvaro Rico. Hay una cantidad enorme de material de archivo. Se escuchan algunas canciones de la época. Hay reconstituciones ficcionalizadas. Las imágenes están posproducidas para lucir con la mayor nitidez posible, más allá de sus orígenes diversos (súper 8 desgastados, videos caseros, junto a registros realizados en forma profesional). Los varios documentos gráficos estáticos (páginas de periódicos, panfletos, fotos, hojas tipeadas) están elaborados con animaciones que destacan las palabras o frases que los realizadores consideraron más relevantes o llamativas, y que muchas veces bailan delante de nuestros ojos. Para contornear la concentración absoluta en el hilo narrativo, el montaje no pierde el menor pretexto como para relajar por algunos segundos en elementos ilustrativos (alguna propaganda pintoresca, fachada, mapa, y una significativa atracción por los procesos fabriles-industriales).
Me frustran un poco las declaraciones reducidas a una o dos frases efectivas, que no alcanzan a dar cuenta de qué dijo el declarante. En este caso, a diferencia de otros documentales que optan también por ese estilo truncado, la cantidad de declarantes es tan grande que, de alguna manera, montando de uno a otro se construye un sentido claro. Suena música durante un porcentaje enorme del metraje (predomina una especie de tango piazzolleano con armonías oscuras, ominosas, a veces con ritmo de candombe), y también aquí hubiera sido bueno un poquito más de aire.
El resultado es, de todos modos, entretenido, ágil, claro, y cumple un papel importante en la construcción de un relato histórico que busca compensar las distorsiones propiciadas por Julio María Sanguinetti y muchos tupamaros. Constituye, además, un importante y motivador homenaje a la actividad resistente durante la dictadura, y a una visión de la izquierda política con un decidido foco puesto en la clase trabajadora.
Kollontai, apuntes de resistencia. Nicolás Méndez Casariego. Argentina, 2018. Sala B.