El número dos de la alcaldía de Barcelona, Gerardo Pisarello, nació en Tucumán, hijo de un abogado y político de la Unión Cívica Radical, Ángel Pisarello, que fue asesinado durante la dictadura argentina. Por eso tuvo un significado especial para él volver a su país y encontrarse con representantes de Abuelas de Plaza de Mayo justo el viernes 3. Esa tarde, las Abuelas anunciaron que fue identificado el nieto 128, que también es tucumano.

Esta era la primera visita de Pisarello a Argentina en cinco años, y también la primera desde que asumió como vicealcalde de Barcelona. Llegó a ese cargo en 2015, después de 14 años de vivir en la capital catalana. Allí dio clases de derecho en la Universidad de Barcelona y militó en movimientos sociales que después se integraron en la plataforma de izquierda Barcelona en Común.

El viaje a Argentina también lo llevó a la ciudad de Rosario, cuya universidad le otorgó un doctorado honoris causa, y lo trajo de visita a Uruguay la semana pasada. En Montevideo, Pisarello se reunió con las autoridades de la intendencia capitalina y del Ministerio de Industria, Energía y Minería, visitó a José Mujica, a quien había conocido en Barcelona, y se informó sobre distintas experiencias cooperativas. “Si hay una alternativa al tipo de capitalismo financiarizado que estamos viviendo, pasa por estimular el cooperativismo y todas las formas de producción que supongan la autoorganización de la gente”, afirmó.

¿Cómo fue el recorrido desde Tucumán hasta el cargo que ocupa hoy en la alcaldía de Barcelona?

Llegué a Barcelona en 2001 como profesor en la Facultad de Derecho. Pero siempre fui un profesor que tenía un pie en la universidad y otro –o los dos– en lo que pasaba en la calle. Por entonces estalló el movimiento contra la guerra [la invasión de Irak, en 2003], que fue bastante impresionante en Europa. Estuve muy conectado con ese movimiento y, después, con el de defensa del derecho a la vivienda, en el que conocí a Ada Colau, la actual alcaldesa de Barcelona, que integraba la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Estuve también muy vinculado al movimiento del 15M. La gran crisis económica y política que se produjo en España –y que generó esos movimientos sociales– es la que explica que gente como nosotros pueda estar de pronto, sin habérnoslo planteado antes, en el gobierno de la ciudad. Sin eso, y si no se tratara de una ciudad como Barcelona –que es una ciudad abierta, de una gran diversidad, con cierto trasfondo libertario, incluso–, sería muy difícil que pudiera haber un vicealcalde de origen argentino.

Su militancia también incluyó el Proceso Constituyente, un movimiento que tenía entre sus objetivos el de elaborar una constitución independentista.

Lo que pasa es que en Barcelona y en Cataluña confluyeron dos procesos de cambio muy fuertes: uno venía, como decía antes, de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, del 15M, de las “mareas” en educación, en sanidad, de las grandes huelgas contra el Partido Popular [PP]; y el otro era el movimiento soberanista, que reclamaba el reconocimiento de mayores libertades para Cataluña frente al centralismo de los gobiernos del PP. En ese contexto, lo que defendíamos era la necesidad de superar el marco constitucional heredado de 1978, no porque estuviéramos en contra de toda la Constitución de 1978 –que tiene cosas interesantes y otras que no–, sino porque la interpretación predominante que se había hecho de la Constitución había ido estrechando sus márgenes como herramienta de cambio. Frente a esto, nos parecía importante que se abriera un debate constituyente para que la propia sociedad pudiera redefinir las reglas de juego en aspectos básicos. Lo que ocurre es que luego el propio proceso soberanista fue experimentando cambios, y yo creo que desarrolló en su interior algo así como un doble movimiento: uno democratizador, impugnador del statu quo, del autoritarismo del gobierno español, del centralismo; y uno más conservador, de lucha por el poder en Cataluña, e incluso de desarrollo de cierto nacionalismo excluyente. Esos dos movimientos estuvieron dentro de ese proceso. Entonces nuestro reto consistió también, desde el ayuntamiento de Barcelona, en cómo mantener el vínculo con el elemento desafiante, democratizador, del movimiento soberanista, denunciando, al mismo tiempo, ese otro movimiento más conservador, excluyente, de simple lucha por el poder.

¿Piensa que alguno de esos dos sectores ganó dentro del movimiento soberanista, o esa pugna continúa?

Siguen en pugna, y ahora hay una ofensiva importante de sectores de centroderecha dentro del movimiento, que intentan hacerse con el poder, e incluso asaltar los ayuntamientos, porque ellos consideran que son una fuente importante de poder. Aunque a veces eso se intenta esconder dentro de una retórica rupturista, uno ve que en el fondo hay un intento de una centroderecha –que además ha estado marcada por la corrupción– de reinventarse y de conservar el poder.

¿Cambió la relación de Barcelona, o de Cataluña, con el nuevo gobierno de España, tras la destitución del presidente Mariano Rajoy, del PP, y la llegada de Pedro Sánchez, del Partido Socialista Obrero Español (PSOE)?

Nosotros tuvimos una participación muy activa a la hora de impulsar la moción de censura contra el PP, porque consideramos que era fundamental. El PP es un partido con elementos protofranquistas y, de hecho, ahora ha elegido un presidente [Pablo Casado] que es de extrema derecha. Por lo tanto, que el PP perdiera el control del aparato estatal ya significaba un oxígeno para muchas iniciativas de cambio, y también para el municipalismo, que fue bastante maltratado durante su gobierno. Eso de por sí ya supone un cambio. Lo que está por verse ahora es si el PSOE, que ha asumido el gobierno, está dispuesto a impulsar cambios concretos, con hechos concretos, y no quedarse simplemente en los gestos. Hoy hay mayoría, por ejemplo, para aprobar una reforma en la ley de arrendamientos urbanos que permita controlar los alquileres abusivos. Es cuestión de voluntad política. Hay mayoría, también, para aprobar una ley contra la precarización del trabajo, que deshaga los desmanes de las contrarreformas laborales. Pero hace falta voluntad política. Entonces, está por verse si efectivamente el nuevo gobierno –más allá de haber desplazado al PP, que no es poco– también permite abrir un escenario de cambios y de transformaciones reales.

Usted recién mencionaba la situación de los alquileres. Desde hace unos años existe un movimiento contra la suba de los alquileres impulsada por el turismo, que genera dificultades de acceso a la vivienda en Barcelona. ¿Cómo evalúa este movimiento y los problemas que denuncia?

Hay en este momento una ola de especulación financiera tremenda, que está arrasando con barrios enteros en ciudades de todo el mundo. Hay un fenómeno global de fondos especulativos, de fondos buitres, que al no saber cómo utilizar el dinero están utilizando las ciudades como espacios de especulación, algo que tiene un efecto terrible. En Barcelona, la presencia de estos fondos, sumada a una presión turística muy fuerte, en algunos casos, está produciendo un aumento tremendo del precio del alquiler. Los desahucios, los desalojos que se están produciendo, que son centenares, ya no se deben al impago de la hipoteca, como ocurrió cuando apareció la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, sino a la dificultad para pagar el alquiler. Esos centenares de desahucios invisibles pero cotidianos están destrozando la situación de familias enteras, y para nosotros enfrentar ese tipo de fenómenos es una prioridad enorme, clarísima.

¿Cómo fue la experiencia de los movimientos sociales integrados en Barcelona en Común en la alcaldía? ¿Hasta qué punto pudieron llevar al gobierno las políticas que reivindicaban?

Cuando uno pasa del movimiento social a la institución tiene que asumir contradicciones, la gestión de las expectativas y la lentitud de los cambios, que tienen que pasar por una maquinaria que a veces es pesada, burocrática. Está también el juego de desgaste de la oposición, y los medios de comunicación convencionales que distorsionan los mensajes que uno lanza a la sociedad. A pesar de todo eso, en estos tres años y medio hemos demostrado también que había alternativa, que lo que en su momento decían Margaret Thatcher y tantos otros neoliberales [acerca de que no había alternativa al capitalismo] no era cierto, que era posible gobernar de manera eficiente, honrada, sin corrupción y, al mismo tiempo, hacerlo con una fuerte vocación redistributiva. Y a pesar de lo que ocurrió en toda España, los grandes cambios se produjeron en gobiernos municipales. Esos gobiernos municipales hemos mostrado imaginación y valentía para afrontar algunos de los grandes retos de nuestro tiempo. Hemos adoptado medidas para combatir la contaminación y reducir la presencia de los coches particulares en nuestras ciudades, para que sean más respirables. Hemos mostrado que se podía tener gobiernos genuinamente feministas, que ayudaran a cambiar el enfoque de la economía. Mostramos que se podía hacer políticas para los barrios que estaban en situación de mayor vulnerabilidad, que se podía hacer incluso una política científica y tecnológica que no estuviera dirigida simplemente a engrosar los beneficios de las grandes empresas, sino a mejorar la vida cotidiana de la gente. Es decir, mostramos que teníamos políticas que finalmente eran mucho más modernas y tenían mayor vocación de futuro que las políticas neoliberales que han fracasado en estos últimos 40 años, y que a veces las vemos resucitar como zombis, con propuestas de recetas totalmente caducas y que siguen sin dar respuesta a los grandes problemas.