Quienes ejercen esa “docencia” saben bien que el negocio consiste en conseguir audiencias, las mayores audiencias posibles. No hay otro financiamiento para estas facultades. Cuanto mayor su audiencia, mayor será la publicidad que capten y más rentable el negocio. El momento más frecuentado es el de las noticias, y por eso estas deben ser lo más atractivas de encontrar, presentar e incluso de imaginar, con tal de que haya un mínimo de respaldo, que alguien haya dicho algo (aunque no se sepa bien qué) que permita elucubrar, preguntar, investigar (no importa que esto sea sólo en apariencia) con tal de mantener el interés por la noticia. Quienes elaboran esta clase especial de noticias (mal llamada “información”) saben que hay que atender hasta al último “alumno” más distraído e inculto que sea posible alcanzar por cada “facultad”, por lo que la “información” debe ser simple, ligera, superficial, comprensible mediante pocas palabras. Además, debe ser presentada con autoridad, inspirándose en la vieja docencia caduca que sólo transmitía, sin siquiera imaginar que pudiera ser brindada para ayudar a elaborar conocimientos.
Por eso, si alguien dice que en un asunto existieron audios (aunque no se los haya escuchado), esto es noticia (como en la telenovela de la Asociación Uruguaya de Fútbol), y si alguien dice que copió unos cuadernos en el que registró coimas (aunque después diga que los quemó y que sólo conserva fotocopias de ellos, como en la telenovela de la corrupción en Argentina), también es noticia.
Para fabricar noticias atractivas se han ido experimentando diversas recetas: lo insólito, lo escabroso, lo curioso, lo extemporáneo. Pero la única fuente que provee de interés permanente es el miedo a la inseguridad (física y de los bienes inmediatos). La otra inseguridad (la que surge del sistema productivo de competencia: perder el empleo, no poder acceder al mercado de trabajo, estar en el declive de la vida sin respaldo suficiente, tener un hándicap severo) no puede ser noticia porque atacaría la ideología dominante (que hace aparecer como naturales cuestiones que son sociales).
Entonces, nada mejor que explotar el miedo por medio de las noticias policiales. Informar cultivando el miedo parecería que brinda un servicio a la sociedad, porque denuncia un mal funcionamiento. Esto se aprecia, por ejemplo, en las reiteradas convocatorias de vecinos que reclaman por mayor seguridad. Es notorio que esos vecinos (orgullosos, además, de estar en la televisión) se sienten útiles e importantes al ser amplificados y evidencian su agradecimiento a la “facultad” que los recoge. Claro, no piensan que la “facultad”, al recogerlos, mata dos pájaros de un tiro: conserva y aumenta su audiencia, para asegurar su rentabilidad mediante la publicidad.
Algunos “docentes” de estas “facultades”, que tienen mayor formación, advierten que buena parte de esta información policial también “educa” a los delincuentes, que da ideas, que trasmite prestigio (dentro del hampa), y hasta que –en ocasiones– adelanta información que debería ser reservada para poder reprimir los delitos. Pero de todos modos predomina el mercado. Esos locutores o presentadores, ante situaciones delicadas, hacen un gesto o introducen una mínima reflexión simpática sobre el aspecto dramático o tremendamente injusto que comporta la noticia que trasmiten, y así se resuelve el conflicto: el asalariado ayudó a conservar a casi todos los “alumnos”, y las autoridades de la “facultad” aceptan (y de pronto promueven) a quienes así colaboran con la empresa. Empresa que, como es sabido, no tiene sindicato, no conoce alguna amenaza de paro ni otra medida de reclamo laboral corporativo que sea trasmitida por la pantalla.
Entre nosotros los delitos han aumentado. Han aumentado también la violencia y la inhumanidad en los delitos cometidos. Es difícil aceptar que no haya incidido en estos resultados la labor “docente” de esta Universidad del Miedo.
Yo no puedo hablar de las televisoras del mundo. Pero sí de las de Europa. En todas ellas –públicas y privadas– se aplica una legislación internacional (decidida por la Unión Europea) llamada “Televisión sin fronteras”. Hay en ella una norma: los informativos no pueden durar más de 30 minutos y no pueden ser interrumpidos por publicidad. Eso reduce muchísimo el peso de la información policial.
Cuando se discutió la ley de medios –hace unos cinco años– un senador me pidió datos sobre esta ley internacional y se los di, pero es muy probable que no haya habido mayoría suficiente, dentro de la fuerza política gobernante, para aplicarla en Uruguay.
Roque Faraone es escritor y docente.