Un hombre sereno, acostumbrado a ir a misa los domingos y aficionado a la lectura, así se autodefinió el actual vicepresidente brasileño, Hamilton Mourão, en una entrevista que publicó en setiembre al diario Folha de São Paulo, apenas un mes después de que fuera elegido por el entonces candidato Jair Bolsonaro para acompañarlo en la fórmula que ganaría las elecciones en octubre.

General retirado de 65 años, católico y masón, Mourão comparte con Bolsonaro el origen castrense –incluso ambos se formaron en la década de 1970 en la misma escuela, la Academia Militar das Agulhas Negras, en el estado de Río de Janeiro–, pero no su vocación política. De hecho, Mourão recién ingresó formalmente en el mundo de la política el año pasado, cuando se afilió al Partido Renovador Laborista Brasileño, una minúscula formación ultraconservadora sin representación parlamentaria a nivel federal.

De destacada gestión en el Ejército –entre otros cargos fue agregado militar de Brasil en Venezuela y participó en una misión de paz en Angola–, Mourão comenzó a ganar notoriedad pública a mediados de esta década por su abierta defensa de la dictadura brasileña que gobernó el país de 1964 a 1985 y por sus declaraciones disonantes con la democracia.

En el año 2015, durante el mandato de Dilma Rousseff, el actual vicepresidente fue desplazado del Comando Militar del Sur, con sede en Porto Alegre, por haber criticado a la clase política y por elogiar la actuación de Carlos Brilhante Ustra, un coronel que se sabe que fue torturador que encabezó una de las unidades que reprimió con más dureza a los grupos guerrilleros y a los militantes de izquierda a comienzos de la década de 1970, y que fue encarcelado por sus crímenes en 2008.

Luego de perder su posición en el Comando Militar del Sur, Mourão continuó con su servicio en el Ejército como secretario de Economía y Finanzas –un cargo burocrático–, hasta que finalmente se jubiló en febrero del año pasado. Su nombre había vuelto a ganar espacio en la prensa brasileña en 2017, en medio de la crisis política que atravesaba el país, ya durante el gobierno de Michel Temer, cuando en un encuentro organizado por una logia masónica advirtió: “Si las instituciones no están a la altura de las circunstancias para resolver el problema, nosotros, los militares, tendremos que hacerlo”.

¿Pero qué fue lo que llevó a Bolsonaro a elegir a un militar sin proyección política y con escasa popularidad para ser su candidato a la vicepresidencia? Según afirmaron medios brasileños en el momento de la elección, en agosto, pesó mucho uno de los principales criterios que los consejeros de Bolsonaro le dijeron que tuviera en cuenta: el candidato a la vicepresidencia debía ser alguien que desestimulara al Congreso a buscar –por la razón que fuera– un impeachment como el que terminó con la presidencia de Rousseff.

Según afirmó uno de los principales asesores de Bolsonaro, su hijo Eduardo, nadie querría que un general con el perfil de Mourão asumiera el poder. “Tiene que ser alguien que no justifique impulsar un juicio político”, dijo el hijo del presidente.

“Siempre le dije a mi padre: ‘Tenés que poner a un cara de cuchillo en la calavera como candidato a vicepresidente’”, contó Eduardo en un reportaje que dio a mediados del año pasado. Lo de “cara de cuchillo en la calavera” hace alusión al emblema del Batallón de Operaciones Policiales Especiales (BOPE), una fuerza de seguridad particularmente temida, encargada de la represión violenta a criminales.

Mourão nunca formó parte del BOPE –entidad en la que se desempeñaba el protagonista de la película Tropa de elite–, pero su fama de duro y bravucón dejó más que en evidencia la intencionalidad de la jugada política del entorno de Bolsonaro.

Además –y ese es otro factor que debe ser tenido en cuenta–, el cargo de vicepresidente ha tenido un papel importante en la vida política de Brasil desde la reinstauración de la democracia, en 1985. Además del reciente caso de Michel Temer, que en 2016 asumió la presidencia después de la destitución de Rousseff, están los antecedentes de José Sarney, que fue el primer gobernante que asumió después de la dictadura, como consecuencia de la repentina muerte de Tancredo Neves –quien había sido electo presidente en 1985 pero no llegó a ocupar el cargo–, y de Itamar Franco, que en 1992 llegó a la presidencia tras la renuncia de Fernando Collor de Mello, destituido después de un juicio político impulsado por los múltiples y sonados casos de corrupción que lo incriminaban.

De padres, hijos y nietos

Durante los primeros días de enero el vicepresidente brasileño estuvo envuelto en una polémica porque uno de sus hijos, Antonio Hamilton Rossell Mourão, fue ascendido al puesto de asesor del nuevo presidente del Banco do Brasil, Rubem Novaes, que asumió el cargo el lunes 7.

El nuevo puesto del hijo de Mourão –que es asesor de la entidad financiera desde hace 18 años– significó que su salario se triplicara y pasara de 12.000 a 36.000 reales, una cifra cercana a los 8.100 dólares.

La situación generó cierta incomodidad en el ámbito del gobierno, e incluso el hijo de Mourão dijo que no iba a aceptar el cargo, pero su padre lo convenció de que sí lo hiciera. En declaraciones a la prensa, el vicepresidente afirmó que su hijo fue nombrado en el puesto porque está debidamente “capacitado” para ocuparlo. “El resto son chimentos”, concluyó.

Nacido en la ciudad de Porto Alegre en el año 1953, el general Mourão tiene ascendencia indígena por parte de ambos padres, oriundos del estado de Amazonas, pero eso no fue impedimento para que durante la campaña electoral el ahora vicepresidente afirmara que Brasil sufre el lastre de tener la herencia de “la indolencia de los indígenas y del espíritu taimado de los africanos”.

El general negó que sus afirmaciones fueran racistas. “Yo soy indígena, sólo hay que mirar mi cara para darse cuenta”, dijo para intentar zanjar la polémica. Otros no estuvieron de acuerdo. Es el caso del académico Silvio Almeida, que en una entrevista con la edición brasileña del diario The Huffington Post afirmó: “Lo que el general Mourão dijo no es una cosa que haya surgido de su cabeza, de su imaginación. Esa lectura tiene sus orígenes a fines del siglo XIX y principios del XX y puede ser vista en varios autores de esa época, entre los cuales destaco a [Francisco José de] Oliveira Viana”, un académico que vivió entre 1883 y 1951 y que es considerado uno de los primeros universitarios en analizar a la población brasileña desde un punto de vista sociológico. Almeida dijo que “cuando finalizó la era imperial en Brasil, era necesario, según Oliveira Viana, un Estado autoritario para ordenar las cosas y poner en su lugar a los negros y a los indígenas”, y agregó: “Por lo tanto esa visión del general Mourão es un problema de Brasil, porque demuestra que nuestro país estuvo y está dominado por un imaginario racista”.

Esa visión de Mourão se volvió a manifestar en octubre, cuando fue abordado por periodistas en el momento en que estaba llegando al aeropuerto de Brasilia. Después de un breve intercambio con ellos, el general miró hacia sus familiares, que lo estaban esperando, y, sonriendo, dijo a viva voz: “Miren a mi nieto. Es un niño lindo. Blanqueamiento de la raza”.

En otra aparición durante la campaña, el militar afirmó que muchos de los problemas sociales de Brasil se deben a las familias “disfuncionales”, y agregó que “las familias sin la figura de padre y abuelo, y sólo con madres y abuelas, son fábricas de elementos desequilibrados, que tienden a ingresar en bandas de narcotraficantes”.

Otra muestra de la retórica de Mourão se pudo escuchar después del atentado con un cuchillo que sufrió Bolsonaro en setiembre, en un acto de campaña en la localidad de Juiz de Fora, en Minas Gerais. El general se mostró amenazante al afirmar durante una entrevista que le realizó la revista digital Crusoé: “Si quieren usar la violencia, los profesionales de la violencia somos nosotros”.