Desde antes de que se lanzara Cargar la suerte –disponible en Spotify–, el flamante nuevo disco de Andrés Calamaro, se olfateaba que iba a marcar su regreso. Y no porque el enrulado rockero argentino haya estado fuera del mapa musical por un largo tiempo –al contrario, si hay algo que siempre lo caracterizó es ser excesivamente prolífico–, sino porque entre los que más o menos le seguimos la carrera se tanteaba que podía ser la vuelta a lo mejor de su extensa obra solista (Los Abuelos de la Nada y Los Rodríguez juegan en otra liga, inalcanzable).

Esto era, por supuesto, un prejuicio, en el sentido más lineal y poco usual del término, es decir, positivo, pero que se agarraba de algo concreto. En noviembre, en su canal de Youtube, Calamaro compartió un video en el que mostraba cómo venía la grabación del álbum, que tuvo lugar en Los Ángeles, California, con un plantel de músicos yanquis en general más jóvenes que él –Calamaro ya está cerca de los 60 años–: Aaron Sterling (batería), Erik Kertes (bajo), Rich Hinman (guitarra) y Mark Goldenberg –el más veterano–, también en guitarra, entre otros. La banda grabó a la vieja usanza, toda junta en el estudio, como si fuera en vivo, y en las pequeñas dosis que se escuchaban en el video promocional ya se notaba una comunión sonora que hacía recordar al Calamaro de Alta suciedad (1997) y Honestidad brutal (1999).

Empieza el disco. “One, two, one...”, anuncia uno de los músicos. Suena un ritmo stone pasado por el filtro porteño (es decir, a lo Ratones Paranoicos pero con más clase, gracias al ADN de los músicos yanquis), con punteos afilados, y arranca a cantar Calamaro con su particular voz de resaca infinita: “Atrapado por verdades afiladas / que me van a lastimar de todos modos. / Despedirse en una carta tiene eso, / no es lo mismo despedirse con un beso”. Enseguida, con el primer bocado, se materializa que efectivamente es su regreso y que el plato musical para degustar será interesante, sensación que se acentúa a medida que van pasando las canciones. “Verdades afiladas” fue el primer corte de difusión del disco, y, como suele pasar, no es lo mejor del álbum pero es un clásico rock calamaresco sobre tener roto el que late en el costado superior –en sonido, interpretación y seriedad– a cualquier otra cosa que suena ahora en el rock del vecino país, que está más devaluado que su moneda.

El segundo tema del álbum, “Tránsito lento”, versa sobre la larga espera por un nuevo amor (¿una continuación conceptual del primer tema?), es medio bailable y swinguero al estilo de himnos como “Loco” y “Flaca”, y con un gran solo de saxo. “Diego Armando Canciones” es un mid-tempo que, por su título, puede dar la impresión de que, otra vez, la obsesión por Maradona infecta la música argentina, algo que había alcanzado al propio Calamaro en Honestidad brutal (en la breve canción “Maradona”, claro está), pero no, tranquilos. La canción no es otro homenaje explícito a El Diego, sino que Calamaro se cuelga del juego de palabras y se ve como el 10 de las composiciones, con obvias referencias drogonas y una bonita y melancólica melodía: “Cultivo el bajo perfil, / flor de cultivo y vapor / para un coloque señor, / y los versos van saliendo. / ¿Para qué guardar rencor / si puedo cantar durmiendo?”. Al final, dice: “Harto de pagar peaje o dormir en los rincones, / pido respeto, señores, soy Diego Armando Canciones”.

“Las rimas” es una de las mejores canciones del disco, en la que seudorrapeando –pero sin bases programadas ni nada de eso– Calamaro dispara estrofas a diestra y siniestra, y parece sincerarse más que nunca y hacer una especie de autobiografía que sale y entra de su ser, con visos de parodia, en la que deja constancia de lo que siempre se destacó de su obra –para bien y para mal–: la rima consonante: “No salgo de casa pero soy bueno, / puedo rimar con azúcar, / puedo rimar con veneno. / El amor en tiempos de ibuprofeno / tiene cobertura pero no tiene relleno”. El tema es calamaresco de pura cepa, en el sentido de mezclar frases con palabras bien coloquiales y metáforas triviales o de aparente nimiedad con algunas más profundas que te dejan algo en el tintero. Entre las primeras, nos topamos con “y no te pesan las pajas, te pesan los años”; de las últimas, con la estrofa final, que luego de tanta tormenta de verborragia, dice: “Adónde quiero llegar con esto, mis amigos: / demasiada pelusa para muy pocos ombligos. / Si puedo, despierto a los cerebros dormidos, / que vuelvan los hijos y los nietos perdidos”.

“Siete vidas” es una de las más rockeras del disco, con pulso apurado y rutero, en la que se destacan los punzantes minisolos de guitarra que atacan por todos lados y el riff bordonero –aquí se nota claramente el aporte de los músicos estadounidenses–. La canción es mucho más introspectiva que la anterior y Calamaro juega con la clásica dualidad de estar de los dos lados del mostrador (“ahora soy el príncipe y mendigo, / ahora soy torero y bandido”).

Pero si hay que destacar un tema rockero, el premio se lo lleva “Falso LV” (por Louis Vuitton), el más swinguero del disco y de lo más ganchero de Calamaro en varios lustros –tiene una pegadiza melodía de vientos que es medio cuadro–, que desliza una crítica a las revoluciones mentirosas y sin contenido: “Más falso que un esquimal descalzo, / un tatuaje comprado en un supermercado. / Una banda que te esconde y no te nombra, / la sombra de un auténtico Napoleón. / [...]. Sin guillotina no hay revolución, / es un falso Louis Vuitton, / casi una mentira. / Vienen con camisetas de rock y peluquería”.

“Mi ranchera” es otra de las grandes canciones de un disco redondísimo. Una balada pianera y cruda destinada a ser un clásico de su repertorio, en la que El salmón le canta a la que lo dejó esas cosas que sólo se le pueden ocurrir a él: “Sin un beso ni un abrazo, / mejor hubiera sido despedirte de mí / con un balazo”. Ni más ni menos.

Después de varias escuchas –incluso más que las necesarias para escribir una crítica–, se confirma el prejuicio positivo: Cargar la suerte tiene 12 canciones que representan, por lejos, lo mejor de Calamaro en 20 años, o sea, desde Honestidad brutal. No, perdón, es hasta mejor que aquel –que era doble, bastante largo y no tan redondo–. Así que es el mejor desde Alta suciedad. Y si creen que es una exageración, vayan y escúchenlo.

Cargar la suerte. Andrés Calamaro. Universal Music, 2018.