En un día particularmente triste de este terrible quinquenio para la política brasileña, Jean Wyllys, el líder más notable de la nueva generación de políticos brasileños, decidió que entre vivir y asumir su tercer mandato como diputado federal, prefería seguir viviendo. No se trata de una renuncia, de una huida o desistimiento, sino de evaluar las circunstancias y de reconocer que no se tiene elección si la muerte y la violencia son un peligro real e inmediato si continúa en este mundo de insensatos en el que se ha convertido Brasil. Ofensas, insultos, mentiras y amenazas continuas, en la calle y en las redes, de tal volumen e intensidad, ya son suficientes para rebajar la calidad de vida y el placer de vivir de cualquiera, más aun cuando son injustos e inmerecidos. Cuando las amenazas ganan forma y materia en nuestra mente, es hora de marcharnos.

En los grupos de Whatsapp bolsonaristas, Jean es considerado un archienemigo, rivalizando con Lula y, secundariamente, con Dilma Rousseff. Su fracaso, derrota y muerte eran uno de los premios más codiciados del ciclo electoral de 2018. El odio a Jean, manifestado explícitamente en augurios de muerte e insultos escabrosos, es uno de los trazos básicos de la propia identidad de la militancia bolsonarista, una especie de seña que certifica la adhesión al bolsonarismo: quien no odia a Jean, o por lo menos quien no lo desprecia, no es suficientemente bolsonarista.

Se habla mucho hoy del antipetismo, pero el sentimiento anti-Jean Wyllys no ha sido menos intenso y decisivo para la identidad de la derecha en Brasil. El bolsonarismo, como se sabe, necesita enemigos, su retórica básica consiste en la identificación de un enemigo considerado opresor, contra el que es necesario reaccionar. En este sentido, si Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) son los enemigos desde el punto de vista de las políticas públicas y de las prácticas de gobierno, si son, para ellos, la materialización de la “corrupción” y del “comunismo”, Jean Wyllys y Maria do Rosário1 son la materialización de la “perversión moral”, de la ruptura de las normas, del “fin de la familia y de los valores tradicionales”. Las figuras de Jean y de Maria do Rosário funcionan paradigmáticamente para sintetizar al enemigo insidioso, poderoso y osado de los ultraconservadores que reivindicaron y consiguieron el poder junto con Bolsonaro. De allí la enorme importancia que se atribuyó –en los grupos de WhatsApp coordinados y agitados por los hijos de Bolsonaro, y que fueron tan decisivos en esta elección– a la distorsión caricaturesca de las posiciones defendidas por Jean en la esfera pública política. Jean necesitaba ser construido –y lo fue– como un monstruo liberal que avanzaba sobre los “valores tradicionales”, o sea, sobre el estilo de vida de los ultraconservadores, particularmente del fundamentalismo neopentecostal.

Años de fake news y otras formas de difamación online, con un refuerzo enorme, en los últimos seis meses, de bots y otras formas automatizadas de distribución de contenido, construyeron la imagen de Jean como representante de todas las monstruosidades que al bolsonarismo le interesaban a fin de crear una identidad para sus propias hordas. Jean se transformó así, por la propaganda bolsonarista, en cosas tan absurdas como apologista de la pedofilia, profanador de las Sagradas Escrituras, mentor y divulgador de un kit para inducir a los niños y niñas a la homosexualidad, filósofo de la llamada “ideología de género”, entre otras aberraciones. No resulta incoherente, por lo tanto, que desde que anunció que no asumiría su tercer mandato circule intensamente en las redes sociales la fake news de que estaría huyendo de Brasil “porque se descubrió que fue él quien mandó acuchillar a Bolsonaro en Juiz de Fora”.

El odio a Jean viene de antes del bolsonarismo y llega por dos vías. Primero, por medio de la militancia homofóbica del fundamentalismo evangélico. Gente que desde hace años alimenta una red conservadora online para enfrentar y repeler el avance de la agenda homosexual en lo que respecta a derechos. Hablo de “militancia” con absoluta conciencia del sentido del término, entendiendo que se trata de una reacción organizada, planificada, que demanda compromiso y una identificación de quienes participan en esta cruzada. Pues bien, cuando esta gente desembarcó, allá por 2017, en el bolsonarismo trajo consigo su odio a Jean como el archienemigo y defensor público de la agenda política homosexual.

La otra fuente de odio es el propio Jair Bolsonaro, cuando este comenzó a ampliar su agenda original de defensor de los militares y de apologista de la dictadura para aproximarse a los conservadores religiosos. Bolsonaro es anti-Jean Wyllys por excelencia, y gran parte de su fama reciente en las huestes conservadoras se debe a la construcción de una confrontación belicosa con Jean y con Maria do Rosário. Naturalmente, al nivel de incontinencia verbal, falta de respeto y crueldad de Bolsonaro. De esta manera, al ahora presidente le sirvió no sólo el papel de enemigo público número uno de la agenda de derechos, sino principalmente el papel de provocador contra quienes se involucraban directamente en estas agendas en el Congreso, a saber, Jean Wyllys, Maria do Rosário, Erika Kokay y Chico Alencar. En aquel tiempo no estaban todavía Posto Ipiranga y el juez Sérgio Moro, a los que la clase media necesitaba para desembarcar en el bolsonarismo y todavía considerarse limpia. El bolsonarismo era todavía un ogro bruto que funcionaba a base de insultos y declaraciones que nadie osaría hacer en público. Bolsonaro se volvió visible electoralmente justamente haciendo el trabajo sucio de los ultraconservadores, dando voz a los malvados, teniendo a Jean como su principal contrapunto.

Cuando Bolsonaro llegó a la presidencia se esperaba que aquietase los ánimos y fuera de algún modo contenido por las formalidades del cargo, que fuera “presidencializado”, es decir, pulido, educado. Todo indica que estamos lejos de eso. Bolsonaro prácticamente tercerizó todo su gobierno (la infraestructura quedó en manos de los generales, la economía en manos de Paulo Guedes, la ley y el orden con Moro), pero guardó para sí la coordinación de la guerra cultural ultraconservadora. Eligió el derecho de ser portavoz de la parte sombría de la sociedad. De este modo los bolsonaristas, los nuevos y los viejos, continúan considerando parte esencial de su trabajo de salvar el país y de modificar las costumbres mantener a Jean como un monstruo conveniente, para asombrar a las masas y justificar las medidas que el talibanismo bolsonarista pretende implementar. De esta forma, en principio cualquier “ciudadano de bien” del bolsonarismo ganó la autorización social para odiar a Jean Wyllys. Y en consecuencia, principalmente ahora que se consideran con derecho de hacer lo que quieren, ganaron la autorización para pasar del odio a la acción: los insultos y las amenazas personales dirigidas a Jean, el asedio en los lugares públicos, la difusión de mentiras que destruyen su imagen y ofenden su honra, y, por qué no, la violencia física contra él.

A esto se suman algunas circunstancias particulares de la coyuntura política y policial brasileña reciente. En los últimos días, los diarios difundieron indicios que ponen a la familia Bolsonaro en contacto con el submundo de una de las milicias de Río de Janeiro. Nadie está diciendo que la familia Bolsonaro esté operando las milicias, pero ya hay demasiados indicios de interacciones estrechas con ellos. Y hoy es clarísimo que una de las bases electorales más importantes y una de las fuentes más activas de militantes del bolsonarismo, en todo Brasil, son los profesionales del porte de armas: bomberos, policías en actividad y retirados, militares en general, profesionales de la seguridad. Que también, y no por coincidencia, son los mismos grupos que componen esta forma de crimen organizado que son las milicias.

Ahora, imagine que usted es escogido por este paquete como archienemigo de la familia presidencial y del movimiento social y político que asumió junto con él. Que usted se volvió el objetivo predilecto de este movimiento de odio que venció en la última elección. Movimiento que, por eso mismo, se dedicó a convertir su vida en un infierno. Y, finalmente, descubre que se detectaron tentáculos poderosos que unen a la familia y a las personas del círculo presidencial con las mafias milicianas de la ciudad. ¿Cómo vivir en esas condiciones? ¿Alguien tiene dudas de que Jean fue obligado a tomar la decisión que tomó?

Lamentablemente, sí existen dudas. Del lado de los bolsonaristas, no sólo hay festejo y alegría, sino que se trató de dar vuelta la situación: el enemigo está huyendo porque fue él quien encargó matar a Bolsonaro. Debería ser investigado y llevado a la cárcel. Pero esto era de esperar. Los bolsonaristas no conocen límites morales y encontraron un medio de difusión que habilita la circulación de cualquier contenido. La conjunción perfecta del bolsonarismo y el WhatsApp es el más letal porte de armas en este país. Y destruir la reputación de los adversarios se convirtió en un deporte nacional, de bajo riesgo, de costo aun menor, y muy eficiente.

Del otro lado, naturalmente, se comprende el gesto de Jean y se ve esta decisión como el síntoma más agudo y triste del deterioro de la vida pública y democrática brasileña. Pero no todo el mundo piensa así. Recientemente, un eminente intelectual de izquierda, reconocido a nivel nacional, publicaba en Facebook su decepción por la falta de vibra de la izquierda brasileña. Hay una izquierda en Brasil que no tiene remedio. Tiene razón Friedrich Nietzsche cuando considera que el martirio, procurado o defendido, no pasa de pura voluntad de poder. El sujeto considera la causa más importante que su propia vida y que la de otros, y es a través de la causa que su apetito de dominación se satisface. En verdad, buscar el incentivo del martirio sólo les sirve a los fanáticos. La apología del martirio sólo ha producido fanatismo, fundamentalismo, dogmáticos y otros psicópatas. Además, naturalmente, es fácil defender que sean otros quienes colocan su propia vida en juego y no uno mismo.

E incluso desde un punto de vista meramente táctico, ¿qué ventaja se saca de que las personas pongan en riesgo su propia vida, cuando la amenaza es real e inmediata? ¿Cuánto tiempo se necesita para formar un liderazgo como el de Marielle Franco (que ni siquiera tuvo la chance de decidir si asumía el riesgo de morir o no), Marcelo Freixo (que también está en la línea de fuego) o Jean Wyllys? Si hubiéramos podido preservar la preciosa vida de Marielle Franco, eso habría sido una ganancia enorme para todos, incluso para las causas que ella defendía. ¿Cómo es posible que no se entienda esto?

Vete, Jean, tu vida y tu felicidad nos interesan. Vete y vuelve, porque no hay noche que dure para siempre, y serás más necesario que nunca cuando vengan días mejores. Un abrazo, mi amigo.

Wilson Gomes es doctor en Filosofía y profesor titular de la Facultad de Comunicación de la Universidad Federal de Bahía. Esta columna fue publicada originalmente en portugués en la revista Cult. Traducción: Natalia Uval.


  1. Profesora, militante por los derechos humanos y diputada del PT.