Alejandra Costamagna nació en Santiago de Chile en 1970. Hija de padres argentinos que emigraron a Chile huyendo de la represión política, ha desarrollado una amplia producción que incluye cinco novelas, entre las que se destacan En voz baja (1996) y El sistema del tacto (2016, finalista del premio Herralde de novela), varios volúmenes de cuentos (Había una vez un pájaro, 2011; Animales domésticos, 2013) y una recopilación de entrevistas y notas periodísticas titulada Cruce de peatones (2012). Como periodista, fue redactora de Cultura y Espectáculos de La Nación, creó el suplemento juvenil La X y colaboró con publicaciones como Gatopardo, Rolling Stone y El Malpensante. Este año se publicó en Uruguay una impecable y precisa colección de cuentos titulada Imposible salir de la tierra (Banda Oriental), ya editada independientemente en otros países. En estos días estuvo en Montevideo por la Feria Internacional del Libro, y participó, entre otras actividades, en una mesa redonda junto a la uruguaya Fernanda Trías.

Una de las cartas de presentación más frecuentes cuando se habla de Alejandra es el hecho de que en 1999, cuando tenía sólo dos novelas publicadas, fue mencionada por Roberto Bolaño como una de las más destacadas exponentes de una generación de escritoras –junto a Lina Meruane y Nona Fernández– que iban a “comérselo todo” en el panorama de las letras chilenas. Más allá de los alcances de la predicción (la imagen sugiere muchas cosas), en estos 20 años ha desarrollado una carrera brillante. Llaman la atención, atendiendo a este contundente currículum, la calidez y cordialidad que transmite, en esta y otras entrevistas, así como en sus presentaciones y charlas.

Principalmente, lo más llamativo es algo que debería ser lógico en un escritor, pero al escucharla se nota qué tan infrecuente es. Alejandra sólo habla de la escritura. Con todo lo que ello implica, porque notoriamente no entiende la escritura como un devenir meramente individual o desligado de la historia, pero siempre habla de escribir. Otros escritores parecen hablar más de los temas sobre los que escriben que del escribir en sí, o se refieren a las experiencias y sentimientos personales que acompañaron su carrera o la concepción de sus obras, cuando no se ocupan de demarcar el lugar de estas en el canon o, simplemente, a opinar sobre cualquier aspecto de la vida, nimio o trascendental. A Costamagna, en cambio, es muy difícil sonsacarle un recuerdo, una experiencia o una confesión, y mucho menos una autorreivindicación personal. Podría pensarse que se trata simplemente de humildad, o de un temperamento evasivo a la autoexposición, y un poco de eso puede haber. Pero más bien parece testimonio de un vínculo vital y existencial con la escritura, que hace que le resulte difícil situarse, como ser individual, fuera de ese espacio. No hay un ser humano “detrás” de la escritora, hay un ser humano que existe, habita y se percibe plenamente en la escritura, y desde allí nos habla.

Se habla mucho sobre la narrativa chilena. Hay, por un lado, un movimiento editorial importante; se sabe que se publican muchos títulos, pero al mismo tiempo es un fenómeno que no está caracterizado. Hay ciertos tópicos, ciertos intereses en común, pero no es una escuela o una corriente. ¿Cómo evaluás este fenómeno y cómo te situás en él?

Creo que hay algo que es común a toda América Latina, e incluso más que América Latina, que es la consolidación de las editoriales autogestionadas. Digo “autogestionadas” porque el término “independiente” es dudoso, es decir, ¿independiente de qué? Pero sí editoriales que tal vez dependen menos, o que tal vez tienen más posibilidades de tener un catálogo propio, o especificidades dentro de un catálogo, plaquettes de poesía, por ejemplo, o libros orientados hacia géneros más fronterizos. Y creo que eso ha hecho que la narrativa, pero también toda la literatura chilena, se expanda un poco más, se vuelva más visible en su heterogeneidad enorme, y en el fondo se visibilice algo que estaba ocurriendo pero que, a lo mejor, funcionaba más bajo una capa, mucho más a puerta cerrada.

Pero, ¿para vos es un fenómeno más ligado con lo editorial que con lo propiamente creativo?

Es que en lo creativo, sí, había muchas cosas que estaban ocurriendo pero que no se visibilizaban, y ahora las podemos ver. Dentro de eso yo creo que hay muchas corrientes. Hay cosas que tienen que ver con, por ejemplo, los distintos acercamientos a la memoria. Creo que ese es un tema que aparece y vuelve a aparecer y que generacionalmente toma otros respiros. Es como un asunto de respiraciones de distintos lugares, porque probablemente haya una generación que sí estuvo mucho más marcada por lo que significó la dictadura en vínculo con la infancia, por ejemplo. Está muy presente en algunos libros, estoy pensando desde Memorias prematuras, de Rafael Gumucio, a Space Invaders, de Nona Fernández, o Formas de volver a casa, de Alejandro Zambra. O una autora más joven, como Alia Trabucco Zerán, que tiene una novela hermosa que se llama La resta. Todos ellos, de alguna manera, vinculan infancia con memoria histórica. Y lo hacen desde un lugar que sacudió un poco lo que los antecedía, porque los personajes de estas novelas son, de algún modo, personajes secundarios de esa historia que protagonizaron sus padres. Ahí hubo, por una parte, una especie de corriente, y luego veo que hay autores más jóvenes aun que abordan la memoria desde preocupaciones que son la continuación de una violencia que sigue estando en democracia y que toma otras formas. Violencia de género, violencia laboral, violencia económica, pero que de alguna forma veo como resacas de una dictadura que sigue expandida con otras ramificaciones.

Justamente, te quería preguntar por el tema de la infancia en dictadura, que es recurrente también en tu obra, y además esa forma de exponerla, que aprovecha el extrañamiento de la mirada infantil. ¿A qué pensás que obedece la atención que está teniendo ese tema como necesidad histórica? ¿Cuál es el lugar de la literatura dentro de la acción política? ¿Este ejercicio de memoria puede ser un factor aglutinante de una experiencia colectiva, o un pronunciamiento? Pregunto si se puede hacer algo desde la literatura, básicamente.

Frente al tema de la memoria, no me gusta mirarlo como algo que ya pasó. Para mí el sentido de la memoria, que es un inquilino incómodo, es el vínculo que tiene con el presente, cómo está estrechamente vinculado con el día a día. Entonces, me gusta pensar el ejercicio de la memoria como la activación permanente de las resonancias en el hoy de aquello que ocurrió. En el fondo es pensar en dos tipos de memoria: una memoria pasiva y una memoria activa. Pensar que la memoria nos habita, que está ahí en todo lo que hacemos hoy, en todo lo que ejecutamos. Desde la literatura, creo que es interesante pensar que mucho de lo que nosotros podemos traer de esa memoria está en vínculo, en diálogo y en tensión también con la imaginación, con la proyección. Entonces está la memoria como una forma de ficción. Qué operaciones hay también de olvido cuando hacemos memoria. En el fondo, tiene más que ver con una memoria que construye y no solamente confiesa. No sé si es posible restituir cien por ciento el pasado como fue. Pensando en literatura, ¿no?, porque evidentemente, uno trabaja con los documentos históricos que están ahí y se apoyan en esa memoria. Pero en literatura lo que uno hace es trabajar sobre las posibilidades de esa memoria en términos de construcción de una mirada, de una proyección, de un lector que hay detrás...

En general, cuando hablás de la escritura en relación con lo político, lo social y lo histórico, tendés a apartarte de una visión instrumentalista o contenidista, en última instancia, panfletaria; también cuando hablás de las temáticas de género, hablás de “literatura de mujeres” y no “femenina” o “feminista”. Pero en todo esto, ¿cuál sería el lugar de la persona, del sujeto-autor?

Yo creo que uno, como persona, está todo el tiempo ahí. Pero está todo el tiempo mediado por filtros. Filtros que tienen que ver con algo donde opera mucho el inconsciente y donde también operan miradas que tienen que ver con las estructuras del lenguaje, donde creo que hay muchas más posibilidades de desordenar un mapa, de romper órdenes, que en el puro contenido o en la idea de un tema que puede ser aparentemente rupturista. Creo que el aporte tiene más que ver con las estructuras del lenguaje, con sacudir la forma; ahí está el gran potencial, eso es lo que a mí me interesa. Puede haber una novela escrita por una mujer y que, aparentemente, toque un tema de liberación, y, sin embargo, responda a un orden novelístico muy conservador y que finalmente termina reproduciendo también una estética conservadora, que a lo mejor puede ser incluso mucho más patriarcal.

Alejandra Costamagna.

Alejandra Costamagna.

Foto: Alessandro Maradei

Pese a que generalmente contás historias muy mínimas, como decías ayer, “las mierditas de la vida cotidiana”, de todas formas hay una cosmovisión muy trágica en lo que escribís. Muchas veces esas pequeñas acciones conllevan un desenlace fatal, casi siempre hay una muerte, y cuando no, una ausencia forzada muy opresiva, o algo violentamente silenciado. ¿Vos creés en el individuo, en la autodeterminación? ¿Pensás que es posible un lugar para la voluntad individual?

Me gusta pensar más en el individuo en una conjunción con lo colectivo, que a veces no es muy consciente. Es parte de un todo, unas estructuras de poder que nos van absorbiendo. Creemos ser súper libres en tomar decisiones, y de pronto nos damos cuenta de que esas decisiones no dependen de nosotros, aunque creamos haberlas tomado soberana y libremente. Estamos atados a una serie de estructuras que nos preceden: estructuras familiares, estructuras económicas, incluso morales, que están detrás y de las que a veces intentamos escapar, salir de esa tierra, salir de esos órdenes, pero nos resulta muy difícil salir. Entonces creo y no creo al mismo tiempo en ese individuo con poder y con autodeterminación. Quisiera creer.

Hablás mucho del extrañamiento, algo que se nota en lo que escribís pero también en lo que hablás de cuando escribís. Sobre esto mencionás una serie de influencias literarias, pero a la vez es imposible no pensar en tu trayectoria vital, esa existencia fronteriza y el traslado forzado de tus padres. ¿Cuál sería el lugar de la experiencia vital y cuál el de la elaboración meramente literaria?

Pienso más en la experiencia como pensaba Walter Benjamin: pensar en cuánto de esa experiencia nos constituye, y lo que ocurre en la literatura es que trabajamos en la experiencia para construir algo. No pensar en el yo como algo confesional, sino como un yo que construye a partir de elementos que pueden ser documentales, referenciales, pero que están también traspasados o atravesados por la imaginación. Entonces, pensaría en ese proceso de construcción que también tiene que ver con una mirada que orienta esos materiales hacia un lado o hacia otro, que hace que haya un vaivén en el que uno se vuelve un poco inconsciente de con qué materialidad está trabajando, qué corresponde efectivamente a esa experiencia o qué, en algún minuto, se empieza a transformar en un resultado que es mixto, que es fronterizo, que es más híbrido, donde también opera la imaginación.

¿Cómo surge la idea de reeditar Imposible salir de la tierra con Banda Oriental, y hacer una edición local para Uruguay?

El libro salió primero con la editorial Estruendo Mudo en Perú y Chile,1 y luego empezó un periplo que me ha gustado mucho porque es como una vida con distintas editoriales independientes latinoamericanas. Es dar la oportunidad de que en cada lugar tenga su propio universo local, con distintas portadas; incluso el orden de los cuentos a veces es distinto, a veces hay un cuento que sale y otro que entra. Porque también depende un poco del momento en el que estoy. Es como volver a pensarse como un lector que mira eso como algo ajeno y se le ocurre que con un orden distinto cambia la configuración completa, en el sentido de cómo dialogan los textos entre sí. Y entonces apareció primero la edición de Estruendo Mudo, luego apareció en Colombia con Laguna, en México con Almadía, y bueno, después hubo algunas otras más, en Costa Rica con Germinal... Pero cuando me escribieron para invitarme a mí me pareció fantástico, porque soy una admiradora de Banda Oriental, me parece muy lindo el catálogo y también la idea del Club. Que pueda existir gente que hace 40 años va siguiendo este catálogo y cómo va transmitiéndose de generación en generación me parece hermoso, entonces no lo dudé ni un segundo. Me fascinó la idea.

Has hablado en otras ocasiones de tu admiración por la literatura uruguaya y nombrás mucho a Felisberto Hernández.

Tal vez porque mis padres y toda mi familia son argentinos, yo he tenido siempre la mirada puesta en la literatura del Río de la Plata, como un factor que naturalmente ha estado ahí. Pero dentro de lo rioplatense, particularmente me interesa lo uruguayo porque veo ahí un lugar que es aun más extrañado. Siempre hay una fisura que rompe la linealidad, que rompe lo cotidiano, siempre se encuentra algo extraordinario en lo ordinario, un tratamiento de la memoria que también me parece muy gráfico, muy palpable, muy material. En Felisberto, en concreto, hay una personificación de todo, incluso de la memoria, de los pensamientos, de las obsesiones, de las cosas materiales sin duda. Uno de los primeros cuentos que me voló la cabeza es “El balcón”, esta idea de un balcón con un protagonismo ya existencial, y me gusta mucho esa cadencia y ese oído, esa musicalidad. Leo a un uruguayo e inmediatamente siento que estoy escuchando música.

Es muy notorio en lo que escribís también el trabajo en eso, en el ritmo narrativo.

¡Qué bueno que lo digas! ¡Gracias! Es que más que una buena trama, una buena historia, me interesa que lo que se escribe suene, o más o menos suene como el sonido que uno tiene en la cabeza cuando lo está escribiendo.

Respecto de tu trabajo en el periodismo, hace un tiempo decías que distinguir entre literatura y periodismo es algo tan sutil como la diferencia entre un médico ginecólogo y un ginecólogo médico.

Antes yo pensaba –cuando tenía que dedicarle mucho tiempo al periodismo y poco a la literatura, porque el periodismo era mi trabajo principal– que el periodismo era el cable a tierra y la literatura era la fiesta. Y yo, naturalmente, tenía muchas más ganas de estar en la fiesta. Pero eso con el tiempo se ha ido al menos matizando, porque me parece que la realidad siempre opera en la literatura, siempre estamos trabajando con esa realidad. Lo que pasa es que tal vez el periodismo tiene mucho más que ver con la “verdad”, muy entre comillas, y la literatura con la verosimilitud. Pero estamos trabajando con esa materia que es la realidad y estamos trabajando con el lenguaje. Lo que pasa es que son énfasis distintos, las cosas que haces con ese material son distintas. Pero la materia prima o el punto de partida dialoga todo el tiempo. No hago demasiado periodismo hoy, pero lo que hago lo veo en vínculo con lo literario en términos de pensar una mirada frente a la realidad.

¿Estás trabajando en algo ahora?

Mira, es que recién salió El sistema del tacto, que es la novela finalista del [premio] Herralde, que también llegó aquí hace poquito, y la verdad es que yo soy de procesos lentos, y eso me ha tenido un poco atrapada. Digo atrapada en el trajín de que salga el libro y acompañando un poco la salida. Y estoy tomando apuntes, pero soy lenta y puedo demorarme mucho. Apuntes que se pueden convertir todavía no sé muy bien en qué. Porque también vengo saliendo de un libro colectivo que editamos con Carolina Melys. Es una antología de mujeres y espacio público, que reúne 25 autoras, chilenas y argentinas, aunque las argentinas residen en Chile, con una editorial independiente chilena, Bifurcaciones. Son autoras que van desde poetas y narradoras hasta dramaturgas e ilustradoras, hay una cineasta, cantoras populares, en fin. Son todos textos creativos, no hay ensayos académicos, hay guiones o inicios de guion, monólogos, etcétera. Se llama Avisa cuando llegues y reúne a estas 25 autoras que están generacionalmente cruzadas. Está desde Elvira Hernández, que es una poeta chilena, para mí la mejor poeta chilena viva hoy, hasta gente un poco más joven, como la dramaturga Carla Zúñiga, a la que también considero una de las mejores dramaturgas, con una imaginación desbordante, delirante, que aborda la comedia negra, gore, de género. Una mezcla muy bonita este libro. Y también acaba de salir, entonces también me ha tenido súper ocupada.

Para terminar, respecto de esa famosa frase que dijo Bolaño en 1999 y siempre se menciona, voy a hacerte una pregunta juguetona: ¿te estás comiendo todo?

Déjame tratar de responderte juguetonamente. [Piensa]. No, estoy sin apetito.


  1. Aprovechamos para corregir una errata en la reseña de “Imposible salir de la tierra” publicada en el suplemento cultural de la diaria del 8 de agosto de este año, que situaba la primera edición del libro en México. La fecha (2016) sí es correcta. (MFD)