En este tiempo de certezas, que también alternan campos de incertidumbre y escepticismo en la región, no está de más recordar que, a partir de los gobiernos del Frente Amplio (FA), por primera vez Uruguay vive en democracia plena, reconocida a nivel internacional. La jornada electoral celebrada el domingo 27 de octubre demostró la fortaleza del régimen democrático en Uruguay y la solidez de sus instituciones republicanas. Se trata de un hecho incontrastable, a pesar de la obstinación por desacreditarla de poderosos medios de comunicación, de portavoces de la reacción y de ciertos paracaidistas de reciente incorporación al sistema político. Los ataques de los nostálgicos partidarios de la moral impuesta por la fuerza de las bayonetas se estrellaron, nuevamente, contra el murallón del Estado de Derecho. ¡Cuánto debió luchar y sufrir el pueblo uruguayo para conquistar la democracia que, en dictadura, usurparon militares golpistas y miles de civiles blancos y colorados de sus sectores más conservadores, aunque no todos, por supuesto, porque hubo quienes fueron dignos en la resistencia! Es gravísimo comprobar que quienes atacan a la democracia con el oportunista florete de terrorismo verbal, la mentira y el agravio se valen de sus propias herramientas, que tanto costó recuperar. Ahora y antes, así lo atestigua la historia.

Disparen contra la democracia

Apenas unos ejemplos a vía de ilustración. “Nuestro sistema político necesita la oxigenación que puede proporcionar este movimiento”, dijo el ex comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, formado en dictadura, en el acto de su proclamación a la presidencia de la República por Cabildo Abierto (CA), el 3 de abril de 2019. En un video de la cuenta de Twitter de CA, divulgado el 30 de setiembre, expresó: “Iremos contra la prepotencia, contra la manipulación de la Justicia”, y también acusó al Poder Judicial de condenar a los militares en causas de derechos humanos “con pruebas fraguadas e inventadas”.

Cuando los detenidos-desaparecidos, ejecutados, torturados, presos políticos, exiliados y familias de los perseguidos en dictadura en Uruguay se multiplicaban por varias decenas de miles, el diario El País decía: “El concepto de seguridad y de visión de lo ocurrido entre nosotros a lo largo de muchos años es lo que justifica, jurídica e históricamente, la participación que hoy tienen las Fuerzas Armadas en la vida nacional y sus nobles y elevados objetivos” (editorial del 21 de julio de 1974). “Han surgido las versiones de que en Uruguay soportamos una de las dictaduras más crueles y repugnantes de América Latina, burda especie a la que se procura dar patente de verdad en el exterior por medio de datos estadísticos ridículos sobre uruguayos asesinados, presos, torturados o forzados a abandonar el territorio nacional” (27 de junio de 1975). “No compartimos la tendencia a sobrestimar las virtudes de la estricta institucionalidad democrático-republicana” (11 de junio de 1976). También otros medios y algunos dirigentes de los partidos tradicionales, en sintonía con la ruptura institucional, relumbraron la camisa parda.

Alas de un mismo partido

Pocos días después del triunfo del Encuentro Progresista-FA en las elecciones de 1999, el honorable directorio del Partido Nacional (PN), por unanimidad, dispuso recomendar a su electorado el voto por Jorge Batlle y exhortó a participar activamente en la campaña proselitista en favor del aspirante a la presidencia de la República por el Partido Colorado. El 14 de noviembre de ese año, el diario El País daba a conocer el “Compromiso de gobierno” presentado por el PN y aceptado por el doctor Jorge Batlle. En esa edición, dicha publicación agregaba una página con un dibujo de la bandera uruguaya, con un impreso “Por un gobierno de unidad” y al pie presentaba la siguiente inscripción: “Coloque esta bandera en la ventana de su casa o agréguela a su balconera blanca o colorada”. Aun reconociendo que algunos matices ideológicos los diferencian, blancos y colorados fungen como alas de un mismo partido, cuyo recorrido han compartido discrecionalmente en los últimos 50 años con el sello de la gobernabilidad.

El pueblo desautoriza a las cúpulas

El 28 de agosto de 1994, en un hecho sin precedentes en la vida política del país, 67,54% de los ciudadanos no sólo rechazaron el proyecto de minirreforma constitucional sancionada por los parlamentarios blancos y colorados el 15 de junio de ese año, sino que desautorizaron a todas las cúpulas partidarias y sus presidenciables. A sólo tres semanas del plebiscito, las encuestas vaticinaban un amplísimo triunfo de la minirreforma, pero la voluntad popular se pronunció rotundamente en contra.

Otro hecho que ilustra la independencia de los ciudadanos respecto de la posición de sus dirigentes quedó en evidencia en el reciente plebiscito por la reforma constitucional Vivir sin Miedo, impulsada por el senador Jorge Larrañaga. Ninguno de los 11 candidatos a la presidencia apoyó dicho proyecto, incluido el PN, su fuerza política. Sin embargo, aunque la iniciativa reformista fue rechazada, la hoja por el Sí superó en votos a cada una de las fuerzas políticas por separado, con 46,7%.

Que los vientos conservadores de quienes hoy adelantan su festejo no nos roben la ilusión y la esperanza. La memoria debe vencer al olvido.

A partir de las elecciones de 1999, el FA representa la fuerza política más importante por decisión de la ciudadanía en el ejercicio de su soberanía. Cuando el candidato de la minoría mayor, Luis Lacalle Pou, señala que los uruguayos no quieren más gobiernos frenteamplistas, ¿cuáles serán sus argumentos para explicarlo? A su partido político todavía le faltan 22 puntos para ganar el balotaje y al oficialismo, 11.

“Delenda est Cartago”1

Como ha sido una constante desde su surgimiento, el FA ha sido objeto de todo tipo de ataques y descalificaciones por parte de sus adversarios políticos, quienes se han transformado en sus más acérrimos enemigos. “Delenda est Frente Amplio” parece ser su obsesiva reiteración. En su campaña y en el compromiso de cúpulas, “la coalición multicolor” tiene como objetivo excluyente sacar al FA del gobierno. Pero presenta flancos vulnerables. Una coalición política no se forja entre cuatro paredes y en unas pocas horas, sin participación de sus militantes y adherentes. Sus hacedores, relegados en las urnas, se convierten en segundones colaboracionistas, buscando acuerdos a cualquier precio con sus eventuales aliados más fuertes.

En octubre reciente, sectores importantes de la ciudadanía expresaron en las urnas su descontento con algunas políticas del gobierno progresista y le quitaron su respaldo. Cuando el pueblo se expresa hay que comprenderlo y escucharlo. Desde esa perspectiva, no presagiamos el desencanto, pero tampoco somos mercaderes de ilusiones. Todo lo jugamos y todo lo podemos perder en la encrucijada de las responsabilidades que parece atascarnos en la confluencia de caminos. El último domingo de noviembre, contra todos los pronósticos de las consultoras y sus encuestas, a pesar de los discursos mesiánicos y triunfalistas de los principales candidatos opositores y de la tergiversadora campaña desarrollada en los grandes medios de comunicación, el FA competirá con fundadas posibilidades de alcanzar su objetivo político. En los cálculos previos no es el favorito, pero sí se perfila como una carta con credenciales para ganar nuevamente la presidencia. Para ello cuenta con el apoyo de gran parte del pueblo uruguayo que no quiere saber de “motosierras”, ni de los “Chicago boys” ni de “iluminados”. La opción será continuar avanzando en las conquistas del pueblo o retroceder a la restauración de la derecha y a las prácticas de los nostálgicos de la dictadura. Que los vientos conservadores de quienes hoy adelantan su festejo no nos roben la ilusión y la esperanza. La memoria debe vencer al olvido.

Miguel Aguirre Bayley es periodista y escritor.


  1. “Delenda est Cartago” (Destruir a Cartago). Consigna del imperio romano con que finalizaba sus discursos Marco Catón el Censor o el Viejo, decidido impulsor de la tercera guerra púnica para aniquilar a Cartago.