[Esta es una de las notas más leídas de 2019]

El acelerado crecimiento de Cabildo Abierto (CA) y su inclusión en la “coalición multicolor” tiene implicancias profundas para la democracia uruguaya presente y futura, que pueden pasar parcialmente inadvertidas en tiempos tan revueltos. En lo que sigue propongo intentar entender este fenómeno político con algunas herramientas conceptuales planteadas por Jürgen Habermas, quien “rankea como uno de los filósofos más influyentes del mundo”, según la no menos influyente Enciclopedia Stanford de filosofía ha construido a lo largo de medio siglo una de las más sólidas teorías de la democracia contemporáneas, y ha sido testigo directo del nazismo, de las revueltas de 1968, de la Alemania dividida y luego reunificada.

Frente al populismo de derecha, ¿la mejor reacción sería oponer un populismo de izquierda?, le preguntan a Habermas en una entrevista reciente.1 Él replantea la cuestión: “Antes de reaccionar de forma puramente táctica, hay que resolver el rompecabezas de cómo el populismo de derecha se apropió de los temas de la izquierda”. Es decir, cómo ha logrado ganar la voluntad de los más desfavorecidos. En ese marco, Habermas analiza la deriva de los socialdemócratas desde Bill Clinton, Tony Blair y Gerhard Schröder “hacia la línea neoliberal imperante en las políticas económicas, ya que era o parecía ser prometedora en el sentido político: en la ‘batalla por el centro’ estos partidos políticos pensaban que sólo podían ganar mayorías adoptando un curso neoliberal de acción”. Un conjunto significativo de quienes resultaron desfavorecidos por esas políticas económicas neoliberales se ha volcado a la derecha. Habermas se pregunta: “Y ¿a dónde podía ir? Si no hay una perspectiva creíble y proactiva, la protesta simplemente se refugia en formas gestuales e irracionales”.

El problema se ha agravado porque, ante este ascenso de la nueva derecha, la reacción del resto del sistema político ha sido, para Habermas, equivocada desde el principio: “El error de los partidos establecidos ha sido aceptar el terreno de enfrentamiento definido por el populismo de derechas: ‘Nosotros’ contra el sistema”. Con este “nosotros”, esta nueva derecha pretende asignarse un lugar crítico desde fuera del sistema político, denunciarlo y ponerse del lado del pueblo, por decirlo así.

“El caldo de cultivo de un nuevo fascismo”

En cambio, Habermas propone una estrategia que podríamos describir en dos movimientos. En primer lugar, los partidos democráticos deberían “dejar de bailar alrededor de estos ‘ciudadanos preocupados’ y denunciarlos tajantemente por lo que son: el caldo de cultivo de un nuevo fascismo”. Esta denuncia implica, por un lado, no dejar pasar estos populismos de derecha, es decir, no caer en una negación de su existencia: “Es mejor para un cuerpo político democrático cuando esos modos de pensar políticos cuestionables no son barridos bajo la alfombra a largo plazo”. Y al mismo tiempo, esta denuncia implica una condena drástica: “Los partidos que a los populistas de derecha les conceden atención en vez de desprecio, no deberían esperar que la sociedad civil repudie la violencia y las frases de la derecha”.2 Este sería entonces un primer movimiento: denunciar a esta nueva derecha con la dosis justa de condena que merece –ni barrerla bajo la alfombra, ni darle un espacio que la expanda–.

Lo que podríamos llamar un segundo movimiento, más propositivo, por decirlo así, radica para Habermas en “abrir un frente completamente diferente en la política interna”. Esto implica plantearse la pregunta de cómo podemos recuperar la iniciativa política frente a las fuerzas destructivas de la desenfrenada globalización capitalista. Habermas ha construido en los últimos años una respuesta posible, que muy esquemáticamente se puede resumir así: a la globalización económica exitosa del mercado hay que oponer una fuerte globalización política. En otra entrevista reciente, Habermas lo sintetiza así: “En nuestra sociedad mundial, cada vez más interdependiente pero aún nacionalmente fragmentada, el capitalismo financiero global, que ha adquirido vida propia, aún escapa en gran medida al control de la política. Detrás de las fachadas democráticas, las elites políticas implementan tecnocráticamente los imperativos de los mercados casi sin resistencia”.3

No cabe desarrollar aquí esta propuesta, que incluye los temas de sociedad civil global, constitucionalismo global y lo que Habermas propone como “patriotismo constitucional”. Lo relevante a nuestros efectos es la insistencia del filósofo alemán en que la izquierda presente proyectos claros que la identifiquen como una alternativa radicalmente diferente de la derecha. En ese marco afirma la necesidad de que vuelvan a ser reconocibles los programas políticos enfrentados: “La polarización política debe re-cristalizar, entre los partidos establecidos, en los conflictos sustantivos”.

Esta “polarización democrática” habilita y estimula la oposición entre izquierda y derecha –es decir, estimula a la izquierda a insistir en la construcción de una visión transformadora del mundo, en oposición al actual estado de cosas–. El enfrentamiento se debe dar, para Habermas, entre la izquierda y la derecha “democrática”, por decirlo así, dejando fuera del juego a ese tipo de jugador nuevo y disruptivo constituido por la nueva derecha populista.

En una metáfora futbolística: la izquierda y la derecha democráticas serían equipos contrarios. En cambio, la nueva derecha populista sería alguien disfrazado de jugador, pero al que una observación atenta lo delata: en el fondo descree profundamente de las reglas del juego, las transgrede a su antojo aunque es hábil declarante, atrae y estimula a la hinchada más violenta, y está dispuesto a, eventualmente, llevarse la pelota.

Un cordón sanitario: “Con la ultraderecha no se cogobierna”

Uruguay no es una isla: nos alcanzan tendencias internacionales como las que analiza Habermas. En particular, si proyectamos estos conceptos aquí y ahora, la versión local del tipo de derecha que critica Habermas la constituye CA. En efecto, analistas tan diferentes como el historiador y politólogo Gerardo Caetano y el periodista Gabriel Pereyra, entre otros, han señalado rasgos que convergen con esta caracterización, comparándolo con partidos de extrema derecha. Pereyra, a quien nadie acusaría de izquierdista, publicó recientemente en el semanario Búsqueda una columna –cuya lectura recomiendo– en la que hace un repaso crítico del accionar de CA –incluyendo sus posturas y sus acciones respecto de temas como la dictadura, la inmigración, la Justicia, la agenda de derechos, la prensa–. Concluye: “Todas estas declaraciones y posturas mencionadas tienden un manto de duda sobre qué modelo de país quiere el general [Guido Manini Ríos] y qué actitud adoptaría si la institución que lideró un día vuelve a intentar una aventura contra las instituciones”.4

Pereyra señala también que Manini tuvo que echar de sus filas a neonazis, en lo que coincide con Caetano cuando sostiene que CA funciona “como un imán” para integrantes como, entre otros, “el referente de seguridad de CA, el señor [Antonio] Romanelli, acusado por un grupo de ex presos políticos de haber sido particularmente un hombre muy duro en la prisión de Libertad; muy duro en la tortura, y muy duro en el antisemitismo”.5 A este panorama se sumó hace pocos días la convocatoria de un convencional de CA en redes sociales: “Se necesitan voluntarios para escuadrón de la muerte. A limpiar nuestro país”, actualmente investigada por la Justicia.6 Es decir que los problemas surgen tanto en relación con el tipo de integrantes que atrae CA como respecto de sus declaraciones y su accionar.

Lo único que queda esperar es que una cantidad suficientemente grande de ciudadanas y ciudadanos se dé cuenta de las graves implicancias de sumarle fuerzas a esta nueva derecha.

El análisis de Caetano converge, además, con la propuesta de Habermas: “La mejor manera de disolver a CA: ¿qué hacen en Europa con partidos de este tipo? Lo que se llama el ‘cordón sanitario’. Hay un pacto tácito entre la derecha, la centroderecha, la centroizquierda y la izquierda: que no se cogobierna con la ultraderecha”.7

Quien se acuesta con niños amanece mojado

En este marco, la alianza con CA que han establecido el Partido Nacional (PN), el Partido Colorado (PC), el Partido Independiente (PI) y el Partido de la Gente se aleja de la “polarización democrática” que propone Habermas. Lejos de “dejar de bailar alrededor de estos ‘ciudadanos preocupados’”, se ha danzado alrededor de Guido Manini desde que dio sus primeros pasos en el ruedo político, hace apenas unos meses. En este sentido, fue elocuente que Ernesto Talvi y Pablo Mieres, mostrando sus reflejos democráticos, hasta hace poco hayan rechazado enfáticamente una alianza con CA. También es sintomático que esa resistencia haya sido vencida por la razón del artillero: acumular votos, sin reparar en el costo para el sistema democrático. El panorama empeora por lo opaco de la alianza –no se sabe ni qué entrará en la ley de urgencia que propone la coalición, ni qué roles asumirá CA en el Poder Ejecutivo si Luis Lacalle Pou gana el balotaje–.

Con esta alianza, los partidos tradicionales y el PI no le han hecho honor al muy relevante gesto de compromiso con la democracia que tuvieron los jóvenes de sus respectivos partidos, junto a los del Frente Amplio, antes de que empezara la campaña.8 Esos jóvenes fueron agudamente conscientes, con una mirada larga hacia adelante –y hacia atrás–, de que está en juego algo más importante que una elección: la solidez de una democracia que ha costado mucho construir.

Desde una perspectiva habermasiana, las elites dirigentes del PN, el PC y el PI han incurrido en un grave error. Lo único que queda esperar es que una cantidad suficientemente grande de ciudadanas y ciudadanos se dé cuenta de las graves implicancias de sumarle fuerzas a esta nueva derecha, y se niegue a consolidar ese error con su voto.

Andrea Carriquiry es doctora en Filosofía, investigadora del Sistema Nacional de Investigadores, docente del Instituto de Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República.

Este trabajo se basa en mi tesis doctoral “Hacia una teoría habermasiana de la esfera pública digital”, para la cual conté con el apoyo de la Comisión Académica de Posgrado de la Universidad de la República. Algunos fragmentos son parte de un artículo de próxima aparición en la Revista Encuentros Latinoamericanos, a cuyos editores agradezco.


  1. Habermas, Jürgen, 2016. “Por una polarización democrática”. Sin Permiso, 20/11/2016. ladiaria.com.uy/UZ3. Salvo indicación expresa, cito por la versión española. 

  2. Traduzco de la versión inglesa. 

  3. Habermas, Jürgen. y Fœssel, Michäel 2015, “Critique and communication: Philosophy’s missions”, en: Esprit Eurozine, 16 de octubre. ladiaria.com.uy/UZ4

  4. Pereyra, Gabriel. “La incógnita Manini”, en semanario Búsqueda Nº 2044, 31/10/2019. ladiaria.com.uy/UZ5

  5. Entrevista de Ana María Mizrahi, en Cambiando el aire, TNU, 4/10/2019. ladiaria.com.uy/UZ6

  6. “Investigan a convencional de CA por invitar a crear un ‘escuadrón de la muerte’”. 

  7. Entrevista a Gerardo Caetano, Buscadores TV, 5/11/2019. ladiaria.com.uy/UZ7

  8. ladiaria.com.uy/UZ8