“Es una magnífica excusa para regresar a lugares que uno quiere y ver gente que uno desea ver, a pesar de que no siempre los tiempos y las situaciones acompañan”, dice Joan Manuel Serrat en el piso 25 del hotel Sheraton, en una íntima rueda de prensa junto a –como no podía ser de otra manera– Joaquín Sabina. Ambos afamados cantautores españoles están de regreso con un espectáculo en conjunto, como en 2007 y 2012, por eso la gira que los trae a Montevideo se titula No hay dos sin tres.

Con agua para todos menos para Sabina, que tiene pronto un vaso lleno de cerveza, cuando comienza la charla va derecho al presente político de América Latina, ya que Serrat cuenta que cuando se juntó con su colega no sabían que iban a tener que suspender el recital de Chile por la situación de ese país, ni tenían idea de “los planes de golpe de Estado contra Evo Morales”. “Es decir, también somos pobres víctimas de las circunstancias”, agrega el catalán. Por otro lado –acota Sabina–, estar “cerca” y ver la televisión, oír la radio y leer los diarios locales hace que se puedan llevar a España un caudal de información más grande sobre la situación de la región, ya que allá “no es tan abundante”.

El dúo tampoco elude hablar de las elecciones de su país, que fueron hace poco más de una semana. Serrat dice que “más o menos” todos esperaban una repetición de los resultados de la elección inmediatamente anterior, pero “sin el crecimiento de la ultraderecha”, en referencia al partido Vox, que quedó tercero, con cinco puntos más que en la elección de abril. Para Serrat eso no solamente fue “inesperado”, sino también “indeseado”. “Con el mantenimiento de los porcentajes que ha habido, estamos en una situación muy parecida a la que llevó a [Pedro] Sánchez y [Pablo] Iglesias a no ponerse de acuerdo para formar gobierno hace tiempo. Hemos perdido, como siempre, muchísimo tiempo en nada. Llevamos cuatro elecciones”, subraya.

Sabina agrega que antes los votantes de Vox estaban en el Partido Popular, que los había “civilizado un poquito”. Pero su compatriota disiente y le comenta: “Como tú sabes, soy un lector de los clásicos. Claudio, el emperador de Roma, decía: ‘dejad que la mierda aflore’. Creo que se vive mejor con el adversario enfrente que teniéndolo escondido dentro de otro grupo en el que acaban sintiéndose muy incómodos y hacen que otra gente de derecha tenga que radicalizarse para estar a la altura”.

No todo es política

La cita con Serrat y Sabina será triple: hoy, mañana y el sábado en el Antel Arena –quedan entradas para las primeras dos fechas–, aunque no les sienta cómodo hablar de tres conciertos seguidos. “Como dice el Cholo Simeone, voy partido a partido”, señala Sabina y lanza esa carcajada bien cascada, marca de la casa. Él sabe que Uruguay es el país en el que, proporcionalmente, más gente los va a ver. “La primera vez que me dijeron eso me sorprendió mucho y tuve muchos más motivos para sentirme más interesado y más unido a Uruguay, pero además los dos tenemos largos caminos de amistades en este país”, dice.

Sabina tiene 70 años y Serrat 75. Varias generaciones se criaron con sus canciones. Ante la pregunta de si ven su influencia en la música nueva, Sabina recoge el guante y dice que, por lo que oye en la radio, y para no hablar de él mismo, le gustaría que Serrat tuviera “más influencia de la que ha tenido”, porque en la música actual “se está perdiendo el amor por la palabra bien escrita y por la poesía”. “En España lo que está en todos los sitios ahora es eso que le llaman música urbana, que son unas rimas mal hechas de gente que en su puta vida ha leído un poema, y de lo que hablan es de quién la tiene más larga. No creo que tengamos tanta influencia, lo siento”, se lamenta Sabina.

Ambos cantautores tienen diferencias de estilo musical, empezando por sus voces, pero Sabina dice que juntos suman. Subraya que hay gente que tenía “ideas raras” sobre él y que por ir a ver a Serrat descubrió que “no era tan raro”. Pero también pasó al revés: personas quizás más jóvenes, que sólo veían al Sabina “rockero”, descubrieron el mundo Serrat, quien considera que no se pueden separar sus públicos porque, al final, todos terminan unidos en un solo aplauso. Su colega agrega que sus conciertos en conjunto no son exactamente de música, sino “una fiesta popular, intergeneracional e interclasista”. “Recuerdo un periódico argentino que hizo una nota de la primera gira y al final decía que nos faltó rifar el pollo. Es una fiesta”, agrega.

En la rueda de prensa las elogios pasan de un lado para el otro entre ambos músicos. Sabina recuerda cuando estaba exiliado en Londres, a fines de los 60 y principios de los 70, por la dictadura de Francisco Franco, y escuchaba a Serrat: le parecía maravilloso tener a alguien a quien cantar en su propio idioma. Señala que en España tenían el antiguo folclore, como las canciones del trío andaluz Quintero, León y Quiroga, pero entre eso y Serrat “no había nada”. “En España, Serrat inventó un nuevo oficio, y es ahí que entro yo”, dice Sabina. Con modestia, su colega retruca: “Había gente. Si no hubiera habido, ¿de quién iba a aprender yo?”.