Jueves, de El Cuarteto de Nos. La banda de Roberto Musso y compañía volvió a lo que sabe hacer como nadie en este bendito país: canciones con gancho, humorísticas, polisémicas y que se meten con la mayoría de las cosas que nos incomodan del mundo actual. “Llegó papá”, “Contrapunto para humano y computadora”, “Mario Neta” y, sobre todo, “Punta Cana” se encuentran entre lo mejor del Cuarteto pos Raro (2006) y no tienen nada que envidiarle a todo lo anterior –y eso es mucho–.
Cuarta entrega de Obra completa, de Jaime Roos. Luego de tres años de espera y en el medio del anuncio de su vuelta a los escenarios –como para ir haciendo boca–, Jaime Roos lanzó por fin la cuarta tanda de la reedición de su obra –remasterizada, reseñada, y, en algunos casos, remezclada–, que abarca Si me voy antes que vos (1996), Concierto aniversario (1998), Contraseña (2000) y Fuera de ambiente (2006). Es otra oportunidad para (re)descubrir la obra de Roos, que, en el caso de su último disco de estudio, cada año que pasa se pone mejor. Esperemos que la próxima –y última– tanda se haga esperar mucho menos.
El otro que despierta, de Portillo. Un poco más lejos de la herencia rockera buenmuchachense del álbum debut y más cerca del experimentalismo folclórico, el segundo disco de Portillo sorprende por la heterogeneidad y profusión de ideas, manteniendo un imprevisto equilibrio en una voz que parece intentar montarse a la guitarra de cuerdas de nailon como un jinete a un caballo en medio de un desquiciado galope. Con un sonido cada vez más contenido y menos estridente, las guitarras a veces son mosquitos, a veces son hormigas, a veces serpientes de cascabel, a veces un gigantesco árbol que se cae, con una voz que busca el color y el verdadero tono del habla, palabra por palabra. Lo más interesante de El otro que despierta es la sensación de que –en vez de sentarnos frente a un hallazgo museístico– acompañamos a Portillo durante el proceso de develar el misterio, a machetazos, entre el follaje de la selva.
Ese día que me encuentres, de Saez 93’. “Quien escribe... ¿es escritor o personaje? / ¿Lo importante es la forma, el público, o es el mensaje?”, rapea Saez en uno de sus temas, y lo que podría ser sólo una serie de preguntas retóricas se erige como el centro invisible de un álbum que desmonta todas las capas del ego de su autor, como si estuviéramos revolviendo entre los fragmentos de una explosión. Tal como se veía en el collage visual del excelente videoclip “Como los discos”, en Ese día que me encuentres tenemos un extraño artefacto de autobiografía llevada a su grado más abstracto, con retazos de llamadas telefónicas, melancolía y confesiones aunadas como cuentas de un collar. Uno de los discos más extrañamente introspectivos que ha dado el hip hop uruguayo.
Alucinaciones en Familia 2, de Alucinaciones en Familia. Pasaron cuatro años y el bebé regordete de la portada del primer disco de Alucinaciones en Familia ahora ya es una niña. No sé a ciencia cierta si son la misma persona, pero el juego de imágenes habla de la evolución de la banda. En Alucinaciones en Familia 2 hay un proceso de expansión y reordenamiento: las canciones han ido extendiendo y complejizando su estructura interna, al punto de que se organizan en varios movimientos, y el sonido y la producción es algo mucho más contenido y puntilloso. Pau O’Bianchi parece haber ido decantando su furia y explosividad hacia otros proyectos paralelos (como Jesús Negro y Los Putos), y Alucinaciones en Familia sigue conservando ese núcleo duro de lo confuso, difícil y extraño que son la identidad y las relaciones con los otros. Eso tan sencillamente resuelto en los versos: “¿Quién sos? / ¿Quién sos hoy?”.
Invocar, de Mansalva. El cuarteto de mujeres de Mansalva es una gran turbina en la que se cruzan un montón de variantes del folclore latinoamericano, y, al mismo tiempo, entre sus aspas repican las esquirlas de cierto indie noventero (por ejemplo, los arpegios iniciales de “Idea” recuerdan mucho a la primera Cat Power, la de Dear Sir). Las canciones del EP Invocar conforman un componente gelatinoso que, al estirarse, va cambiando de género y de tenor emocional, como en esos dibujos que, cuando apenas cambian de foco, te encontrás con algo completamente diferente de lo que habías visto.