Desde hace tiempo, el nombre de Mercedes Rosende se asocia a varias marcas: que es la primera mujer en publicar una novela policial uruguaya; que es experta en procesos electorales en América; que fue escribana pública y dirigente gremial; que es una autora que entró con fuerza en el circuito literario alemán (su libro El miserere de los cocodrilos se tradujo como Krokodilstränen). Todo comenzó en 2008, cuando, al margen de los trillados estereotipos del género, Rosende publicó La muerte tendrá tus ojos (Premio Nacional de Literatura; editada por Sudamericana), una novela sobre una red de corrupción que se proponía verter sustancias contaminadas en un puerto uruguayo, pero que en verdad también se convertía en símbolo del poder económico y sus enredos. Con Mujer equivocada (2011; Sudamericana, Estuario) y El miserere de los cocodrilos (2016; Estuario) inauguró una inminente trilogía –está por publicar el tercer título– de secuestros, extorsiones y dobles, protagonizada por Úrsula, una mujer como todas que sale con su saquito por si refresca, pero también lleva una 38 “por cualquier cosa”.

“Mirate, Úrsula, mirate con atención. Esos rollos a la luz de estos 500 watts, el panículo de grasa que la iluminación resalta y dramatiza, que el sudor hace brillar. ¿No te reconocés? Hola, te presento, sos la gorda”. Humillada por su gordura, Úrsula sólo quiere perderse entre la multitud, hundirse en el anonimato del gentío. Pero siempre vuelve a soñar con días y mañanas distintos, con espiar sin ser vista, con vengarse. Desde su apartamento en la Ciudad Vieja, Úrsula se desgarra entre dos mundos: el que responde a las convenciones sociales y transcurre de modo razonable, y el de la aventura, matizado por la oscuridad, la violencia y la envidia. Hacia el final, se tiende a ampliar ese universo imaginativo. Úrsula desborda el límite físico y moral, y el foco se vuelve sobre las múltiples y conflictivas relaciones que establece consigo misma y con el sistema patriarcal. Las novelas de Rosende no son crónicas sociales, sino escenas que proyectan la desintegración social, la violencia contra la mujer, la corrupción, alterando los cotizados dominios de la razón.

Cínicas, graciosas, confesionales, las historias avanzan con vertiginosos monólogos y descripciones, y llegan a convertirse en tan cotidianas y brutales que cuesta vislumbrar la falta, el sentido de la moral. En esta charla con la diaria, Rosende desmenuza los hilos que unen estas historias, convencida de que, como decía el protagonista de Recursos inhumanos (2010), “la esperanza es una abyección inventada por Lucifer para que los hombres acepten su condición con paciencia”.

Si bien se te asocia con la narrativa, los títulos de tus novelas se inspiraron en versos (de Cesare Pavese, Jorge Luis Borges, Julio Herrera y Reissig), ¿esto se vincula con tus lecturas?

Seguramente, y para elegir títulos siempre me gustó mucho la poesía. Ahora tengo que titular algo que estoy terminando y estoy en esa búsqueda. Es la tercera de la saga, y supongo que es un poco más cercana al Miserere de los cocodrilos que a Mujer equivocada. Hay una especie de continuidad, pero no es el mismo narrador, ni es en primera persona. Trato de que el lector no se acostumbre.

¿Qué buscás del lector?

Me propongo tirar de la piola de lo verosímil todo lo que pueda. Algunos colegas me han criticado por eso, porque dicen que no es creíble que una mujer camine por Montevideo cargando una cabeza en una bolsa de nylon, cuando a mí lo único que me importa es que sea verosímil en el contexto de la narración. También me gusta desafiar al lector y tirarle fruta: el desafío es llevarlo hasta el límite de lo verosímil. Después, claro, trato de llegar a lo mejor que me sea posible. Intento hacer un planteo que esté vinculado a una literatura cuidadosa. Intento que, en una narración realista, se planteen situaciones difíciles de creer: que una mujer llegue al asalto de un camión blindado y se apodere de la situación quizá no sea lo más usual.

Aunque hay varios antecedentes.

¿Por qué no? Y cuando estuve leyendo sobre asaltos a transportes de caudales en Uruguay, me encontré con un tipo de Melo que asaltó un camión blindado en una bicicleta y logró escapar con la bolsa. ¿Qué tal?

¿Vivís la creación como una huida, como un juego “solitario e infinito de ser los otros”, como se plantea en un momento del cuento “Ídolos caídos” (de Demasiados blues)?

Siempre supe que en algún momento iba a escribir, y empecé a hacerlo en una época en la que fantaseaba con cambiar de vida. Así, escribir se volvió un escape. Empecé a escribir historias de gente muy rara, y ese fue mi primer libro, Demasiados blues (2005). Después, el motivo por el que seguí escribiendo fue cambiando, en un momento quise publicar, y llegó el desafío de escribir la primera novela. Cuando la terminé, con muchísimo esfuerzo, Milton Fornarno –al que no conocía– se ofreció para leerla, con una gran generosidad, y así pensé que ese texto tal vez sirviera para algo. Entonces intenté transformarme en escritora, y empecé a sentir la responsabilidad de que eso que publicaba debía ser lo mejor que yo fuera capaz de escribir. Suena muy pretencioso decir que tengo un compromiso con la literatura, pero sí lo tengo conmigo misma.

Yendo al comienzo, el quiebre se dio con “Puntero izquierdo” y el descubrimiento, junto a Mario Benedetti, de que se podía escribir “como uruguayo”. ¿Qué siguió después?

Ese es un tema fundamental que la literatura uruguaya ha tardado en comprender. Tengo la suerte de que en mi casa había una buena biblioteca y pude leer muchísimo. En determinado momento, me encontré con Montevideanos [1959], aunque no sabía quién era Benedetti, y el primer cuento que leí fue “Puntero izquierdo”, que tiene un comienzo memorable. Y aunque hoy no soy muy admiradora de Benedetti, reconozco que le debo mucho. En esa época venía leyendo libros para adolescentes traducidos en la variante del español de España, pero había intuido que mi lengua no era la misma que enseñaban en la escuela, ni con la que se escribían los libros. Había una frontera sólida entre los dos mundos. Cuando leí “Puntero izquierdo” descubrí que se podía escribir en mi idioma: un descubrimiento tan trivial como ese me resultó fundamental, porque después, a la hora de escribir, decidí que mis personajes hablaran como uruguayos.

¿Y el dispositivo del humor?

Quiero hablar de varios temas duros y que me duelen, como el de las mujeres que viven en las fronteras de lo que la sociedad permite; mujeres que tienen un cuerpo diferente, que se sienten feas, discriminadas. Que son apartadas porque no corresponden a los cánones. Pero como no quiero hacer ni un alegato feminista ni un panfleto, se dio muy natural plantearlo desde el lugar del humor. Así, hablo casualmente de esas mujeres, y de nosotras, porque todas somos mujeres feas: desde las tapas de las revistas ninguna de nosotras es tan satinada. Lía [protagonista de La muerte...], se toma esto con relativo humor, y Úrsula, que tiene una vida mucho más dura, también sabe reírse de sí misma.

Mercedes Rosende.

Mercedes Rosende.

Foto: Federico Gutiérrez

En las tres novelas hay una tensión con lo apócrifo, con la distancia entre el original y la copia: Úrsula se apura a cumplir la convención social para poder entregarse de lleno a la gula, al voyeurismo.

Por más que sea una mujer inteligente y pueda racionalizar esto que hablamos, en definitiva, ella quiere ser rica para poder ir a una clínica y lograr adelgazar; para llegar a ser la otra (la hermana, la mujer que se llama igual que ella). Y esa es la tragedia del mercado: entregamos años de nuestras vidas en pos de un ideal al que nunca vamos a llegar.

¿Cómo te propusiste trabajar la humillación?

Hablo desde ese lugar, y desde la mujer, que siempre tiene que cumplir una exigencia estética mayor. Por eso la rabia, que en el fondo es frustración. Hace dos años decidí escribir algo en serio sobre cómo la literatura ha consagrado el rol que la sociedad asignaba a la mujer a lo largo de la historia. Empecé con el Cid, y tomé la escena en la que los maridos de las hijas del Cid –los Infantes de Carrión– las apalean para vengarse de sus suegros y las dejan abandonadas; las dan por muertas. El cuerpo de la mujer, a lo largo de la historia, es el escenario de todas las pasiones, y es lo que se puede utilizar desde el placer, o desde la maternidad y la procreación, hasta, incluso, la venganza. Por eso decidí escribir para un congreso cómo la literatura ha consagrado esa visión patriarcal del cuerpo de la mujer, y me pareció fascinante cómo la literatura ha consolidado ese lugar del que hablamos, junto con la iglesia y el Estado, que fueron los otros soportes. Recién a fines del siglo XX el rol de la mujer empieza a cuestionarse. Pero continúa siendo un esquema apenas problematizado.

¿O sea que, así como lo consolidó, creés que puede modificarlo?

Absolutamente, y quizás uno de los que más contribuyó fue [Roberto] Bolaño cuando escribió 2666 [2004], y habló de los cuerpos de las mujeres torturados, mutilados, amontonados. La literatura está cambiando, y tiene un rol importante en cuanto a aportar una nueva visión y a cuestionar.

En tu caso, lo hacés desde un género eminentemente masculino.

Sí, y no me propuse escribir novela negra. Cuando escribí La muerte... lo que quería era escribir una novela romántica, pero evidentemente derivó en otra cosa...

¿El género te ofrece otras posibilidades?

Por un lado, creo que me ha dado una gran visibilidad, y, al mismo tiempo, me encasilló en un género “menor”. Ahora estoy un poco enojada con eso, y estoy tratando de demostrar que puedo escribir otras cosas. Estoy por publicar Historias de mujeres feas, que son cuentos que comparten el mismo tema pero se alejan del policial. O sea que le debo mucho, pero por otro lado también me jodió, porque no me resulta fácil salir de ese lugar.

Tanto en Mujer... como en Miserere... hay quiebres de contrato, el narrador cambia de persona e incluso llega a interrogar al personaje (“¿qué le sucede a Germán? ¿Miedo, inseguridad?”). ¿Esto te permite profundizar en la experiencia del lenguaje?

Al narrador de Miserere lo trabajé muchísimo, y quise que fuera un personaje en sí mismo. Este es un narrador que a veces sabe cosas y a veces no, y a veces se pregunta, se interpela, y en otras interpela a los personajes. La intención de que fuera un personaje más me dio muchísimo trabajo. Y como pensé que podía cansar, en unos capítulos se sosiega, y luego vuelve a ser un narrador opinante. En el tercer libro [aún en proceso] este narrador aparece y desaparece, junto a las voces de los personajes.

Como en Miserere.

Sí, Mujer equivocada está narrada desde la cabeza de Úrsula, y en Miserere hay momentos en que hablan los personajes. Me interesa mucho trabajar los narradores: la voz me preocupa, y le doy mucha importancia. Hay varias cuestiones que me obsesionan. Una es que la trama sea entretenida; si mis primeros lectores dicen “acá me empantané”, esos capítulos desaparecen, porque mi primera misión es entretener al lector. La trama es mi mayor compromiso. Después, también me gusta jugar. Por eso me dedico tanto a trabajar la voz, a volverla interesante.

Miserere respira distinto, y es mucho más sensitiva, entre los alientos espesos del mundo tumbero, los personajes que huelen a agua estancada, a transpiración, a sexo mal lavado.

Las escenas de la cárcel tienen una investigación detrás, porque debían ser verosímiles. Busqué diccionarios tumberos y películas ambientadas en cárceles, pero lo que más me sirvió fue una visita que hice en 2001, cuando era dirigente del gremio de los escribanos y nos invitaron a ver una obra de teatro que hacían los presos. Hablé con algunos, les pregunté cómo vivían, cómo era el lugar en el que dormían, qué ropa usaban, dónde comían, cómo veían a sus hijos y cómo era el lugar en el que se encontraban, de qué hablaban. Eso me golpeó mucho, porque no lo hice para después escribirlo. Pero me acuerdo perfectamente de los olores. Con esos pobres insumos construí esas escenas.

¿La realidad siempre es más desprolija que la ficción?

La realidad es más increíble que la ficción, y por eso siempre hay que diluirla. La realidad es mucho más creativa.

Úrsula muere por fundirse en la nada, por alcanzar sueños sin pasado, sin memoria, sin futuro.

Ella es voyeurista, y hay un cuadro depresivo que tiene que ver con su vida y con sus frustraciones. En algunos momentos, la depresión estalla muy fuerte, pero no trato de comprenderla; la voy descubriendo de a poco. Cuando fallan nuestras barreras morales, nuestro pacto social, aparecen las Úrsulas, los asesinos en serie. Por eso después, cuando se vuelve a cerrar la grieta, ella acaricia la cabeza de un niño, se pone su saquito y sigue de largo.

Aunque da la sensación de que se enfrenta, casi que misteriosa y definitivamente, a la fatalidad.

No lo había pensado, pero es una sensación que yo también comparto. A veces me preguntan cómo termina Úrsula y no soy nada optimista. Es una vida camino a la fatalidad.