Luis García Montero (Granada, 1958) fue designado director del Instituto Cervantes a mediados del año pasado, y desde entonces sigue minuciosamente el plan que anunció al momento de asumir el cargo: cuidar y fortalecer el vínculo entre los países de habla española, con plena conciencia de que la lengua castellana es una patria, pero una patria sin centros, plena de cruzamientos y mezclas, de yuxtaposiciones y de síntesis. Y él, desde su lugar, asume como suya la voluntad del instituto de difundir no solamente la cultura española, sino la cultura en español. Su paso por Montevideo fue breve, pero suficiente para permitirle firmar un convenio con el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) para el desarrollo conjunto de proyectos artísticos y culturales, y para participar, en el Centro Cultural de España (CCE), de la presentación del volumen facsimilar de las Gacetas Gauchescas de Hilario Ascasubi, rescatadas tras el sostenido esfuerzo de Pablo Rocca y Hernán Viera, y publicadas por la editorial Estuario. Durante su intervención en ese encuentro García Montero comparó las poesías de Ascasubi con las coplas que cantaban los combatientes republicanos durante la defensa de Madrid, cuando los años de la Guerra Civil Española, y recuperó para ambas el antecedente de los “romances de ciego”, esa especie de “literatura de cordel” que tenía el atractivo del rumor y la malicia, del lenguaje popular y las preocupaciones de la gente del pueblo. Porque siempre, observó, la literatura culta supo cómo agenciarse una lengua que no fuera áspera al oído popular y que permitiera al poeta intervenir en las cosas del mundo.

Pero antes de cumplir con sus compromisos oficiales se hizo un rato para conversar con la diaria sobre este y otros asuntos que atañen a la preocupación por la lengua, por la poesía y por la cultura, en un mundo que, según él mismo observa, está sometido como nunca a la cultura neoliberal, que ha impuesto la cultura del instante, sin memoria y sin proyección, dejándonos abandonados en un presente continuo de consumo compulsivo y sin pertenencia.

¿Cómo describiría la tarea del Instituto Cervantes y el espíritu del convenio que está por firmar con el Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay?

Yo, como profesor de filología y como escritor, he sido siempre muy consciente de que los españoles somos el 8% de un idioma que tiene 480 millones de hablantes nativos y casi 600 millones de hablantes en total, y que formamos una comunidad de 23 países que tienen su fuerza en la fraternidad. Tengo muy claro que el español es un idioma sin centros. Como español, yo siempre he dicho que en Andalucía no se habla peor que en Salamanca o en Castilla, sino que hablamos el español como se habla en Andalucía, y que en Salamanca se habla como se habla en Salamanca. Del mismo modo, el español es un idioma sin centro y se habla, con muchas variedades, en Ecuador, en Buenos Aires, en Montevideo, a lo largo de una geografía que es muy rica precisamente por sus singularidades. Singularidades que hay que cuidar mucho, y al mismo tiempo estar muy felices de que no pongan en peligro la capacidad comunicativa y la consolidación de un idioma que es el segundo en número de hablantes nativos y también el segundo del mundo como ámbito de comunicación y de cultura. El idioma con más hablantes nativos es el chino mandarín, y el de mayor extensión cultural y comunicativa es el inglés. Pero el español –o el castellano– es el segundo. Y la tarea del Instituto Cervantes no es divulgar la cultura española sino extender y divulgar la cultura en español. En ese sentido, tenemos dos tareas, que cuidamos mucho: ofrecer nuestros 87 centros repartidos por el mundo para que los consideren suyos los países de habla española, y fortalecer las relaciones culturales con los países hermanos de América Latina. Tenemos firmados convenios, por ejemplo, con la Universidad Nacional Autónoma de México, con el Instituto Caro y Cuervo, de Colombia, con la Casa del Inca Garcilaso, de Perú, y el convenio que ahora firmamos con el MEC busca facilitar la colaboración para que fenómenos del mundo cultural y teatral español vengan a Uruguay, y para que lo más significativo de la cultura uruguaya pueda ir a España o a nuestros centros por el mundo.

¿Hay ya prevista alguna actividad en ese marco?

Lo que tenemos por delante es el deseo de colaborar en la celebración del centenario de Mario Benedetti. Hará 100 años que nació Mario el año que viene, 2020, y junto con la Universidad de Alicante, a la que cedió parte de su biblioteca, y junto con la Fundación Benedetti y el MEC, queremos potenciar mucho esa conmemoración. Yo tengo una deuda de gratitud muy profunda con Mario, porque cuando yo empezaba a escribir él vivía en España, donde pasó gran parte de su exilio, y me ayudó mucho. Ahora me ilusiona, desde el Instituto Cervantes, poder recordarlo en su centenario.

En Uruguay tenemos bastante acceso a la literatura española, que llega a través de las grandes editoriales. ¿Ocurre lo mismo al revés?

Bueno, acaba de concedérsele el Premio Cervantes, en España, a Ida Vitale, y ha habido toda una semana de celebración en torno a su figura, en la Biblioteca Nacional, en el Ministerio de Cultura, en el Instituto Cervantes. Ida es una autora muy conocida y editada en España en las mejores editoriales, en Tusquets, en Pretextos, en Visor. Al ser una figura conocida, y con el Premio Cervantes, va de suyo. Y ahora se me ocurre que, por ejemplo, la editorial Visor acaba de publicar una buena antología de la poeta Circe Maia. Bueno, pues poder colaborar para que la poesía de Circe pueda conocerse no sólo en España, sino como representante de la cultura hispánica en algunos países de Europa, a nosotros nos parece muy importante. En el ámbito de la narrativa la verdad es que en España muchos de los narradores jóvenes se consideran discípulos de Juan Carlos Onetti. Y en lo que se refiere a la poesía, aparte de los nombres históricos de Juana de Ibarbourou, de Delmira Agustini o de Ida Vitale, hay presencia de algunos autores como Rafael Courtoisie, y ahora Circe Maia. Yo creo que por fortuna la relación de la literatura española y latinoamericana vive ahora un buen momento y hay mucha fluidez y comunicación.

¿Con todos los países de América Latina hay ese intercambio?

Sí. Incluso, como el mundo editorial se va reduciendo y las grandes editoriales van avanzando –porque ahora, en el mundo de nuestra lengua, hay dos grandes grupos: Random House y Planeta–, muchas de las editoriales españolas han acabado asimiladas a ellas. Y el papel muy activo de Random House y de Planeta en Barcelona está haciendo no sólo que haya mucha presencia y conocimiento de la literatura latinoamericana en España, sino que también a veces ciudades como Barcelona hagan de puente para que las distintas literaturas latinoamericanas se conozcan entre sí. Yo dirigí en la Casa de América una revista de poesía que se llamaba La estafeta del viento y que tenía el lema de “la poesía es la capital de un idioma sin centro”, y me di cuenta de que muchas veces el contacto no era simplemente entre España y Latinoamérica, sino que había que crear plataformas para que hubiera diálogo entre las distintas realidades latinoamericanas.

Va a participar en la presentación de las Gacetas Gauchescas: ¿qué curiosidad tiene por ese material facsimilar?

Fue una idea que tuvo el CCE, y a mí me ha interesado mucho. Cuando me lo propusieron dije que sí. Yo vengo aquí no como experto en el mundo de la literatura gauchesca, que en realidad me ha interesado a partir de, por ejemplo, la antología que [Adolfo] Bioy Casares y [Jorge Luis] Borges hicieron de la literatura gauchesca en el Fondo de Cultura Económica [Poesía gauchesca, 1955], o del maravilloso poema de Borges en Elogio de la sombra, “Los gauchos”, pero no soy un especialista. Lo que sí soy es un interesado en las relaciones entre la cultura popular y las voces cultas, académicamente. Yo he dedicado durante muchos años mi investigación filológica al estudio de Federico García Lorca, y he analizado mucho de qué modo lo popular y lo culto dialogan, y me parece bien interesante el mundo de los romances históricos, de los romances del ciego, y de qué manera lo popular puede acercar a la realidad a una literatura culta que muchas veces se encierra en sí misma y huele a cerrado. Pero de qué forma, también –no nos engañemos–, eso que se llama “cultura popular” está hecho por gente de mucha formación académica que indaga y se apodera de las voces de lo popular. Y ahí la gauchesca me ha interesado mucho, por varias cosas: en primer lugar, Ascasubi, con su Gaceta Gauchesca en relación con el cerco de Montevideo, me ha recordado mucho a la literatura de guerra en la Guerra Civil Española: el sentido del humor, la sátira a la hora de denunciar momentos trágicos. Algunas de las composiciones me han recordado los romances de la guerra civil en la defensa de Madrid. Y después he visto muy interesante también eso que ya anunció Borges, de ver cómo gente culta construye un personaje popular, para captar y darle dimensión a lo popular. Juan Ramón Jiménez decía que no existe literatura popular, sino tradición popular de la literatura. La formación culta indaga en lo popular y reinventa un concepto de lo popular que muchas veces sirve para unir los sentimientos muy personales con verdades colectivas que le dan dimensión universal a lo popular. Y dimensión universal a los sentimientos privados. Eso lo he visto también en algunas de las composiciones gauchescas de estas gacetas. Y si me deja ya decirlo todo, en el poema de Borges, en un momento, hablando del mundo efímero de los gauchos, dice algo así como “bueno, igual a nosotros nos pasa lo mismo y no nos damos cuenta”. Entonces merece la pena, en el diálogo entre lo popular y lo culto, hacer una reflexión sobre el mundo en el que vivimos. Estamos viviendo en un mundo con medios poderosísimos, de control de las conciencias, que están llegando a través de mil circuitos de la tele basura hasta las redes sociales manipuladoras, que están acabando con eso que se llamaba folclore y cultura popular. O que están sustituyendo la cultura popular por unos mensajes consumistas, manipuladores, que están homologándolo todo y que están haciendo que la gente pierda la relación con las tradiciones del lugar en el que han vivido. Y a mí me parece que es un buen momento para reflexionar sobre eso y para repensar la relación de lo popular con la existencia de la gente. Lo que antes hacía el folclore, que tenía mucho de educación sentimental a lo largo de los años, y poco a poco se iba creando un sedimento, a partir de una experiencia del lugar donde se habitaba, de las experiencias que se tenían. Y habría que pensar si es positiva la sustitución por mundos virtuales de la realidad de carne y hueso de los distintos sitios donde vivimos. Y todas esas cosas me han ido sugiriendo a mí la relectura que he hecho ahora de las tres gacetas de Ascasubi, y de las reflexiones sobre la literatura gauchesca de Borges, o del profesor Pablo Rocca, que ha sido el encargado de estudiar estas gacetas.