Las colecciones de “vidas ejemplares” han sido siempre un producto editorial con salida prácticamente segura. Las hagiografías (vidas de santos) reunidas por autores cristianos desde la Baja Edad Media hasta nuestros días son el ejemplo arquetípico y más extensamente cultivado, pero podemos encontrar supervivencias de la misma intencionalidad con distintos sistemas de valores y creencias: religiosos, políticos, estéticos, etcétera. Así, por ejemplo, el historiador argentino Christian Ferrer, en el libro Cabezas de tormenta (2004), compara las biografías de anarquistas con estos relatos de vidas de santos. Algo parecido podría ocurrir con las biografías de ídolos pop o celebrities, o con las épicas empresariales sobre el self made man (“el hombre que se hace a sí mismo”, la típica historia del emprendedor que parte de la pobreza y termina encabezando grandes imperios industriales).
En cierto modo, prácticamente cualquier producción enmarcada en el género biográfico es heredera de las “vidas de santos” cristianas. Muchas veces se trata de describir una realización individual y concreta de una idea abstracta: un principio moral, ético o religioso, el “espíritu” de una época, etcétera. Quienes se acercan a una idea necesitan explicaciones de cómo debería encarnarse en acciones efectivas, buscando ejemplos de individuos que las hayan realizado en forma consecuente y ejemplar. Las “leyendas negras” sobre ciertos personajes (que en el mercado editorial suelen manifestarse con el llamativo título de “biografía no autorizada”) no son más que una contracara de esta intencionalidad, en las que el sujeto biografiado se vuelve la encarnación de un antivalor, y su retrato una apología del valor opuesto.
La prolífica y exitosa Rosa Montero, escritora y periodista española, en el prólogo de Nosotras. Historias de mujeres y algo más, nos explica los motivos para reeditar y corregir esta colección de biografías, ya reunidas en el volumen Historias de mujeres en 1995, y que fueron publicadas originalmente como notas periodísticas en El País de Madrid. “A casi nadie se le ocurría escribir por aquel entonces sobre las muchas mujeres que, pese a haber tenido unas vidas extraordinarias, habían sido borradas de los anales por el machismo de los cronistas. [...] Ahora, en cambio, el tema se ha puesto de moda, y hay decenas de volúmenes de todo tipo [...]. Es una abundancia editorial de la que debemos regocijarnos, porque no creo que haya un indicativo mejor del cambio que ha experimentado estos últimos años la mal llamada ‘causa de la mujer’”.
Esta descarnada confesión de que la publicación responde a la percepción de una demanda comercial latente se ve apoyada por el diseño físico del libro, de tapas duras, generosas dimensiones, y coloridas ilustraciones a cargo de María Herrero. Entre la selección predominan las artistas y “mujeres de letras” (George Sand, Simone de Beauvoir, Agatha Christie, Mary Wollstonecraft, Camille Claudel, la infaltable Frida Kahlo). En algún caso nos encontramos con insólitas trayectorias aventureras, como la de Isabelle Eberhardt. Resulta muy notorio que, si bien hay militantes o activistas de distintas causas, las mujeres que ejercieron altos cargos políticos jamás son seleccionadas entre los ejemplos más contemporáneos, siendo la única del corpus de biografías la emperatriz bizantina Irene de Constantinopla. También se nota mucho la ausencia de figuras que, aunque históricas, están estrictamente asociadas a ciertas denominaciones político-ideológicas aún activas (Rosa Luxemburgo, ícono comunista, aparece solamente explicitada entre las que no serán incluidas, ni siquiera en la miscelánea de los capítulos finales que describiremos más adelante). Notoriamente, Montero intenta no rozar ciertos límites de incorrección política.
Tradición feminista liberal
De las científicas, la única pertenece al campo de las “ciencias humanas” es la antropóloga Margaret Mead. No obstante, se agregan tres capítulos dedicados a reseñar en no más de dos o tres párrafos algunas de las excluidas, con lo que se compensa más o menos algunas ausencias, como mujeres destacadas del mundo islámico y extremo-oriental, afrodescendientes, alguna latinoamericana, aparte de la omnipresente Frida, unas cuantas mujeres de armas y, sobre todo, las dedicadas a las llamadas “ciencias duras”, quizá de las más olvidadas, ya que, además de moverse en un ámbito tradicionalmente hostil para las mujeres, agregan a sus dificultades para acceder a la posteridad el hecho de que, normalmente, quienes se interesan en problemáticas de género suelen dedicarse al conocimiento humanístico y/o social.
Montero aclara varias veces, cuando se refiere a sus criterios de selección, que no intenta hacer una hagiografìa, que no pretende exponer ejemplos de “vidas virtuosas”. Sin embargo, esto podría discutirse, si no entendemos la “virtud” en el sentido cristiano.
El despotismo y la crueldad de Irene de Constantinopla, la enfermiza posesividad materna de Aurora Rodríguez, que culmina en el asesinato de su hija, o el pernicioso delirio mesiánico de la poeta Laura Riding se encuentran lejos de lo que consideraríamos “una buena persona”. Dice Montero: “El feminismo, o al menos la parte mayoritaria del feminismo, no reclama santas sino personas que puedan vivir todas las posibilidades del ser, más allá de la tiranía de los estereotipos. [...] Siempre he dicho que habremos alcanzado la verdadera igualdad social cuando podamos ser tan necias, ineficaces y malvadas como lo son algunos hombres sin que se nos señale específicamente por eso”.
Es muy notorio a qué vertiente del feminismo, que Montero entiende por “mayoritaria”, adhieren estos textos, y es la tradición feminista liberal. No todas las biografiadas encarnan a la perfección el “ideal” propuesto, pero es evidente que hay uno. Este ideal no refiere a virtudes relacionadas en la forma de vincularse al prójimo o de sostener un proyecto colectivo que contemple otras equidades además de la de género. La realización individual, especialmente si es a contrapelo de los imperativos sociales (aunque no necesariamente contra los ámbitos desde donde se ejerce el poder, dado que, coherentemente, Montero reclama un acceso equitativo a ellos antes que su desarticulación o al menos reforma), es el valor que la autora propone como vía de emancipación. Como decíamos, no todas estas vidas de mujeres lo cumplen en términos absolutos, pero Montero se preocupa de dejar bien claro dónde se encuentra lo “ejemplar” de estas vidas. Puede ser más ejemplar una Irene de Constantinopla que una Simone de Beauvoir, a quien se reprocha, entre otras cosas, mantener en sus últimos años una acrítica adhesión al comunismo cuando ya no quedaba bien.
En todo caso, no puede negarse que se trata de un libro de lectura ágil y que aporta datos interesantes y poco conocidos, además de que posee una realización física muy atrayente.
Nosotras. Historias de mujeres y algo más, de Rosa Montero. Con ilustraciones de María Herrero. Madrid, Alfaguara, 2018, 300 páginas.