El viernes Uruguay amaneció con el café con leche cortado. Cada uno de nosotros, en su propia cotidianidad, se fue enterando del inevitable desenlace que Claudio Taddei venía esquivando desde hacía tres lustros.

A mí me encontró haciendo algo que rara vez hago en las mañanas: mirar la televisión. “Antes de seguir, queremos dar una triste noticia que nuestros compañeros de producción estuvieron confirmando en el corte...”. Es cierto que en este tipo de circunstancia uno se aferra a cualquier estupidez para hacer frente a la tristeza, pero lo primero que me vino a la mente fue cómo lo había conocido, una tarde de sábado de 1995, sorteando una somnolienta siesta pueblerina y buscando también de casualidad en la tele un poco de frescura. Taddei presentaba su primer disco, La iguana en el jardín, y aquella tarde copó, junto con su hermana Rossana, el programa Maxianimados, aquel magazine juvenil conducido por Maxi de la Cruz. Recuerdo que hicieron playbacks de algunos temas, entre los que no se encontraban, por obvias razones, el cover “Why did you do it?” y “Estoy contento, nena”, los dos hits de aquel trabajo en el que habían contado con el cincuentón y recién vuelto a Montevideo Rubén Rada como músico invitado. Para un adolescente del interior del país que recién comenzaba a entender qué había más allá del universo cultural heredado, el golpe fue certero. La ropa, los gestos, la entonación, los falsetes y eso que años después identifiqué como groove. En definitiva, dos hermanos adultos jugando.

Extraño a mi gente cuando voy / y también cuando vuelvo, / con un pie afuera y otro no, / camino por la cuerda del tiempo, / sin perder el rumbo del pensamiento / por eso yo me voy donde manda el viento.

Claudio Taddei nació en 1966 en Minas y al poco tiempo cambió las sierras de Lavalleja por las de Suiza. Creció en un ambiente lleno de arte, de donde tomó los óleos de su padre y la pasión musical de su madre. Como buen hijo de un hogar de exiliados, se cocinó en el fuego de la canción latinoamericana; los primeros hervores rompieron con Inti Illimani, Zitarrosa, Los Olimareños, Mercedes Sosa, Violeta Parra, Daniel Viglietti, entre otros, y una pizca de música italiana para sazonar. En los 80 regresó a Montevideo, donde terminó la secundaria y comenzó Bellas Artes. En ese periplo, la música siempre. En el 84 ganó en el Festival de La Paz en la categoría solistas y en el 87 formó su primera banda, Camarón Bombay, con la que comenzó a delinear su sonido noventero, el que me partió la cabeza aquella tarde de sábado a base de funkies. Luego de La iguana en el jardín vino Cebras, nácar y rubí (1997), un proyecto que catalogó como un capricho pop. De todas maneras, con sus dos primeros trabajos Taddei pateó el tablero de la escena local y marcó un camino. Yo me volví a encontrar con su talento por medio de uno de los discos que definen a mi generación: el Deskarado, de La Vela Puerca, en el que el músico ofició de productor artístico, sacándole brillo a una gran materia prima y aportando lo que en la época eran innovaciones, como incluir un coro de murga en un ska.

Comenzó el siglo con La perversa estupidez de los espantapájaros perdidos, editado en 2000. Un disco de ruptura luego del retorno por unos meses a Suiza, ya que “acá no pasaba nada”. Espantapájaros cerraba con “Dormite tranquilo”, la nana reggae que se convirtió en uno de sus grandes éxitos, su canción más reproducida en la plataforma Spotify, una especie de “Duerme, negrito” del siglo XXI. Los colores latinoamericanos que insinuó en este trabajo invadieron por completo Para el sur el norte está lejos (2003) y Puerto Mestizo (2006), sus otras dos obras de la década, catalogadas como el cenit de su carrera y atravesadas por el diagnóstico de su enfermedad y su posterior vuelta a Suiza para comenzar el largo tratamiento. Dos discos con pretensiones continentales y pulso revolucionario que nos ayudaron a transitar los vaivenes de la crisis, entre joropos, milongas, tangos, marchacamiones y rocanroles.

Para cuando lo volvimos a ver, las canas le habían blanqueado la cabellera y la camisa blanca estaba invadida por manchas de colores. Es que en esta última década aprendió a hacer convivir los pinceles y la guitarra, hasta el punto de que integró ambas disciplinas a sus espectáculos. El CD/DVD Intuitivo, de 2013, da cuenta del proceso desde la tapa, diseñada a partir de una de sus obras; ese año, además, expuso por primera vez sus pinturas en Uruguay. Pero tal vez el elemento que más resume este momento de su vida pública sea el bastón, que tuvo que incorporar para sobrellevar algunas de las secuelas de su convalecencia y que terminó por convertirse en una marca registrada; “comprendí que era parte de mí”. Así se dejó ver sin miramientos en Cuerdas y vientos, la serie de Televisión Nacional del Uruguay que condujo en 2014, para la cual recorrió el país en busca de ritmos y músicos autóctonos. Compartió charlas y zapadas con artistas como Miguel Ángel Palomeque, Yoni y Chito de Mello, Lucio Muniz y Julio Pico Decuadra, entre otros. Cuerdas y vientos es un documento esencial para comprender nuestras identidades musicales y un hermoso registro de Taddei, que parece un niño en la juguetería, entre paisajes entrañables y colegas admirados.

En el último tiempo había sintetizado la fusión de la pintura y la música en la performance CrHomoSónica, donde experimentaba con las posibilidades percutivas y lúdicas de los pinceles y los lienzos. De esta manera podía estar pintando un tamborilero y a la vez tocando candombe en la tela. Su último disco, Natural, de 2018, reúne “grandes y pequeños éxitos desconocidos”, y hoy, a la vista de los acontecimientos, suena a despedida. “Como un sueño tranquilo”, “A Iemanjá”, “De yorugua”, “Cositas buenas” y “Dormite tranquilo” son algunos de los temas que versiona. El trabajo cierra con “Sereno”: “Todo lo que aprendí en mi tiempo/ Es lo que más deseo/ Todo lo que aprendí estando lejos/ Todo lo que deseo/ Es estar sereno”.

El viernes amanecimos nublados. Una vez que se confirmó la noticia, cientos de mensajes permearon las redes sociales, casi como una lluvia mansa. Amigos, colegas y seguidores, entre lamentos, anécdotas y canciones, tejieron un homenaje espontáneo que evidenció el cariño general y el lugar que ocupa en el imaginario colectivo de esta aldea. Ahora su voz galáctica y cavernosa será leyenda, al igual que su condición de tropero musical, y todos vamos a recordar cuando fuimos a aquel concierto. Claudio Taddei murió el viernes a los 53 años en la localidad helvética de Lugano, pero nos dejó la huella. Gracias por el juego.