Mientras el cuerpo aguante, de La Banda de la Luna Azul

Tempo lento, 12 compases, punteo lastimero, letra quejosa y un órgano Hammond que oficia de colchón, es decir, un blues de pura cepa, llamado “Lunes triste”, adaptado del clásico “Stormy Monday”, de T-Bone Walker; así abre el cuarto y nuevo disco de La Banda de la Luna Azul, que hace casi tres décadas que está en el ruedo. Ante la escucha del puntapié inicial, se podría pensar que nos toparemos con un plomazo blusero de diez canciones, pero nada más alejado de eso. Pasada la ortodoxia del primer tema, el blues aparece como plato principal pero condimentado con varios estilos, de acá, de allá y de todos lados, y va oscilando entre canciones propias, versiones y adaptaciones; por ejemplo en “Recordis”, un funky movidito de bajo juguetón en el que la guitarra bluseada la descose, o en “La esencia”, que se traslada al ritmo de una batería marcha camión, en una especie de murga pop que le da una pincelada optimista y luminosa al disco. El pulso candombeado sigue estando en los más que respetables covers de “Blues para el bien mío”, de Eduardo Mateo, y “Suena blanca espuma”, de El Kinto.

La canción más destacable del disco es la que le da nombre: una balada blusera de más de seis minutos en plan Robert Cray –incluso en el tono de la guitarra eléctrica–, que es un homenaje/adaptación del himno de blues “As the Years Go Passing By”. Esta canción supo ser grabada por medio mundo, pero tuvo su versión definitiva de la mano de Albert King, aparecida en el inconmensurable Born Under a Bad Sign (1967). “Ya no hay nada por hacer, / sólo sufrir y llorarte”, dice el primer verso de la versión de La Banda de la Luna Azul. “There is nothin’ I can do, / if you leave me here to cry”, cantaba King en el legendario blues.

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Paraíso transgresor, de Damián Gularte

Cuando se lleva en la sangre el ADN necesario como para poder mezclar géneros con swing, a tal punto de no saber con certeza dónde arranca uno y cuándo termina el otro y todo suena orgánico, no queda otra que hacer silencio y escuchar. Eso pasa con Damián Gularte y su nuevo disco, que es un paraíso transgresor de géneros y estilos, con pulidos y finos arreglos y variados timbres. Para muestra, un par de clics en Spotify. Por ejemplo, la canción “Conciliar”, que es un electrotango con tintes rítmicos piazzollezcos, una melodía obsesiva casi tribal (“florecer, marchitar, / intentar resolver, / convencer, acceder, / comprender, apartar”) y una coda que sería parte de la banda sonora de Blade Runner si Ridley Scott fuera uruguayo. Lo tanguero más clásico se hace presente en el tema homónimo del disco, gracias al bandoneón –un timbre que da tanguez por excelencia–, que exuda Montevideo por cada uno de sus poros melódicos.

“La tierra” es, sin dudas, uno de los mejores temas del disco, una sofisticada balada jazzera, llena de detalles arreglísticos para ir descubriendo en cada nueva escucha, pero con un saxo que pega al instante y le da el máximo color a la canción, ideal para acompañar el viaje espacial que relata Gularte: “En la constelación / no hay quien conozca mi ciudad. / En Marte pregunté / adonde queda mi país. / En Venus no logré / la más pequeña indicación. / El Sol, ni fu, ni fa, / la Tierra, ¿qué lugar será?”.

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Segundo tiempo, de Pecho e’ Fierro

La banda maragata liderada por Leonardo Carlini (voz, guitarra y composiciones) vuelve a hacer de las suyas –metal criollo al hueso– en su sexto disco de estudio, con canciones que suenan más pesadas y para arriba que nunca, pero con algunas letras y melodías que desparraman nostalgia y dardos, atrapados en la red de metáforas futboleras, que arrancan en el título del disco, pasan por las canciones –sobre todo en la primera mitad– y terminan en el arte del librillo. “Dominando con destreza, / niño tibio de mi barrio / va pateando un sueño ajeno, / no sólo es cuestión de juego”, canta Carlini en el primer verso de la riffera “Del potrero”, que abre el álbum. Claro está, el fútbol es un vehículo para hablar de cuestiones más trascendentales que la pelotita, disparando críticas que hay que ver a quién le da para calzarse los guantes y atajarlas. Por ejemplo: “Construyendo estadios sin parar del nuevo Mundial. / Caretillas de los héroes van, no pueden fallar. / Gran apuro para contratar el mismo canal. / Caretillas de los héroes van, no pueden fallar”.

El álbum cierra con una versión de “Candombe del olvido”, una de las canciones más grandes y profundas de Alfredo Zitarrosa, que, obviamente, fue pasada por la maquinaria metalera de Pecho e’ Fierro: mezcla arpegios con cabalgata mordida de power chords, pero aun así la nostalgia de la melodía original sigue intacta, porque el alma de una composición tan gloriosa como esta traspasa cualquier género, cual radiación de Chernóbil. La canción gana por goleada al final, cuando Carlini patea desde su afilada guitarra eléctrica lo que en la original era una melodía interpretada por un coro, dándole un toque de épica sublime y clavándola en el ángulo.