Todos o casi todos sabemos que los ríos Éufrates y Tigris son como Adán y Eva pero en geografía: allí el humano decidió establecerse y cambiar su modo de vida. Ahí mismo, durante el Imperio asirio, nacieron los molossus, unos perros grandotes que se usaban para cazar y también como defensa. Como la humanidad, desde Mesopotamia los molossus llegaron a todos lados. Alejandro Magno fue el encargado de descubrir a este tipo de perros y de diseminarlo por Roma, las Galias y España. Esta teoría explicaría la presencia de molosos en la Europa prerromana y también el uso que luego el imperio les dio a la hora de combatir: eran la primera fila militar y, en virtud de su tamaño y fiereza, se daban de bomba contra los enemigos.

Otras fuentes no coinciden con esto de que “todos los caminos conducen a Roma” y consideran, basándose en registros pictóricos, que los ancestros de la raza en cuestión llegaron a Europa gracias a las excursiones de los pueblos celtas por el continente y que, tras la cruza con otro tipo de molosos continentales, dieron origen al dogo actual.

Lo cierto es que en algún momento este muchacho tuvo que parar en Francia para que se justifique el apellido Burdeos o Bordeaux, como la ciudad portuaria del sudoeste de Francia. Y ese momento fue a comienzos de la Edad Media, cuando aparecen representaciones de este perro por todo el país. Los franceses los usaban para cazar, como guardia, para combate y también como animales de carga. Este multiempleo hizo que los mastines, en Francia, fueran mucho más versátiles y variados que en otras zonas de Europa.

Resulta muy acertado el apellido del dogo. La raza no se llama dogo francés, sino de Burdeos y tiene un por qué. Por los años 1600, los chetos de la época pusieron de moda la raza grandes pirineos, un perro también enorme pero más top. Tal es así que, adentrados en el 1800, era muy difícil encontrar un dogo de Burdeos en Francia, salvo en la región del sudeste, conocida como Aquitania, cuya capital es Burdeos. Esta zona no tenía una buena relación con el resto del país; ya fuera por diferencias culturales, lingüísticas o étnicas, el vínculo era tenso. Uno podía llegar, probar los mejores vinos de la vuelta y, además, conocer al perro local. Así, la gente se empezó a copar con el dogo y se transformó en una excentricidad de los pudientes tomar vino junto a un perro de estos, pero el capricho les duró poco. La Revolución francesa les dio en la pera a los más acaudalados ciudadanos y también a sus perros. Pero en Burdeos, el dogo no era una excentricidad sino un amigo más; por ende, se sobrepuso a la revolución y también a las guerras napoleónicas. Los que sobrevivieron seguían en esto del multiempleo como forma de ganarse el hueso de cada día, aunque con las nuevas legislaciones dirigidas al derecho animal y los avances tecnológicos, el bicho empezó a quedar demodé.

En cada rincón de Francia había un dogo distinto: en tamaño, color, morfología. Por lo tanto, era necesario unificar la raza y 1860 fue el año del dogo de Burdeos. En una exposición canina, el ganador en la categoría dogo fue Magentas, una perra nacida en Aquitania, aquel lugar que le aguantó los trapos cuando la mano venía complicada, y a partir de allí se unificaron criterios: todos los dogos franceses (el de Toulouse y el parisien) debían asemejarse a la ganadora, una dogo de Burdeos.

A fines de 1896 se publicó Le dogue de Bordeaux, una especie de biblia que especificaba lo que debía tener la raza. A partir de 1930, este animal comenzó a exportarse. De hecho, los creadores del dogo argentino se llevaron varios ejemplares cuando buscaban introducir en dicha raza en construcción un mayor tamaño cerebral, fuerza, intensidad en la mordida y valentía.

Al mundo fue llegando de a poco, en goteo, y Tom Hanks dio una mano en ese sentido. Tras el estreno de Turner and Hooch (Socios y sabuesos, 1989), el dogo de Burdeos entró a las ligas mayores de razas de perros y su popularidad no ha parado de crecer.

Dogo de Burdeos | Se caracteriza por poseer la cabeza más grande del mundo. Mide unos 70 centímetros de alto, pesa más de 50 kilos y tiene un promedio de vida de unos diez años. Dentro de las enfermedades inherentes a la raza se destacan la displasia de cadera o codo, enfermedades cutáneas y autoinmunes, hipotiroidismo, panosteitis eosinofílica y problemas del corazón, respiratorios y oculares.