Hace mucho tiempo que Ruben Rada hace con su carrera artística lo que se le canta. Y eso es muy loable per se, más allá de los resultados artísticos a los que llegue. Porque a sus 76 años, con su prolífica –y diversa– trayectoria a cuestas, apta para todo público, perfectamente podría jugar la carta del retiro espiritual para volver cada un lustro en forma de discos o shows especiales, cantar las que sabemos todos y listo. Pero nada más alejado de esa dinámica clásica de histeriqueo entre la oferta y la demanda.

Rada le sigue dando un lugar respetable –a un ritmo imparable– al disco, ese formato cada vez más en desuso y con réditos económicos irrisorios: publicó casi uno por año en la última década. Además, en ese período el Negro se especializó en concebir álbumes temáticos dedicados a géneros o estilos particulares (los que habitan en su personalidad musical, que son casi todos los conocidos por el hombre). Hace pocas semanas apareció Negro Rock, un homenaje de Rada al género, estrictamente al primigenio rock and roll: simple, negro y visceral. Es un álbum en el que explota como nunca antes la metamúsica, es decir, canciones cuyas letras versan sobre un género –o un artista– concreto, con una música inherente a él.

Entonces, al reproducir Negro Rock nos zambullimos en una guía de sus gustos e influencias musicales –con algunos tintes autobiográficos– dentro del género que revolucionó la segunda mitad del siglo XX allá en el norte. “El rock and roll sonó una vez, / golpeó mi mente cuando sólo tenía diez”, canta Rada en la canción que da nombre y abre el disco, que es una guía y a su vez un manifiesto, porque además de repasar nombres (Chuck Berry, Otis Redding, Aretha Franklin y James Brown), también despliega principios (“no pongas letras que se alejen de los pies”) y algún palito: “El rock and roll hoy se hizo inglés, / no está tan negro si es blanco lo que querés”. En cuanto a esa cosa llamada música, como en todo lo que hace Rada, se destacan la pegadiza melodía de voz –que arranca pelada, apenas acompañada por palmas– y el sonido de rockabilly modernoso, gracias a los detalles del teclado de Gustavo Montemurro. La base instrumental en casi todo el disco es concreta, como pide el género homenajeado, con Pepe Canedo (batería), Nacho Mateu (bajo), Matías Rada (guitarras) y, claro está, Ruben Rada en voz y percusión.

De todos los estilos de raíz negra el blues es uno de los más difíciles a la hora de hacerlo sonar auténtico, más allá de que se domine la técnica básica para tocarlo. Quizás esto se deba a que tuvo su origen en los campos de algodón del sur de Estados Unidos, en medio del racismo y la esclavitud, y a veces puede dar un poco de calor ver a un blanco aburguesado poniendo cara de ¡ay-qué-sufrimiento-por-Dios! mientras hace llorar a su guitarra en la escala pentatónica menor. Tal vez sea porque Rada tuvo una infancia con sinsabores o simplemente por su talento inconmensurable –o por ambas–, pero lo cierto es que es en “Mamá Blues”, el quinto tema del disco, en el que más auténticamente se unen el género homenajeado en el título con la música.

Más allá de las reglas de rigor del género –la progresión de tres acordes, los 12 compases y todo eso–, la canción tiene una llevada arrastrada, sucia, como corresponde –la batería está a cargo de Santiago Tato Bolognini–, con los solos afilados de Rada junior mientras su padre expulsa esas radeces guturales marca de la casa. La frutilla del postre es el tonete, una flautita de plástico a la que Ruben hace sonar como si fuera un saxo, dándole la última pincelada tímbrica de auténtica negritud blusera.

Marley, el Lobo y Jagger

Pero no vayan a creer ustedes que Rada se mandó un homenaje sólo a géneros anglosajones. En “Milongrock”, en la que –por supuesto– mezcla milonga con rock de forma casi bipolar, como sólo él lo puede hacer (de una milonga tanguera de pura cepa, con el acordeón de Montemurro dándole la tanguez, pasa a un frenético rock casi punk, de guitarras distorsionadas y solos afilados), y canta con honestidad brutal: “Robo de aquí, / robo de allá, / robo del tango y la milonga, / pero no pude robar / el amor de esa mujer” (en medio de todo eso también se cuela un reguetón).

Excepto en Tótem y en algunas canciones aisladas como solista, Rada nunca fue de captar el zeitgeist con sus letras, pero en “Pobre Alberto”, mediante su veta humorística, desliza una crítica a las nuevas generaciones, atrapadas por las redes sociales y el celular (“con el Pokémon y los jueguitos”), personalizadas en un tal Alberto, y tira frases habladas en medio del canto como comentarios al pie de la canción. Si bien hay mucho de caricatura, con el fin de divertir un poco, Rada la clava en el ángulo cuando tira: “Sustituyen palabras por signos, no entiendo nada: x, +, -, dejate de embromar”.

Musicalmente, en el disco encontramos un espectro bastante amplio dentro del género. Por ejemplo, “Blues” es una especie de boogie-woogie rutero con un estribillo hedonista (“vamos a gozarnos que es lo único que hay”) y de melodía medio baladosa y soul. “Amor nativo” es un rock setentero y riffero a lo Tótem, y en el principio de “Carnal” nos topamos con una melodía y una atmósfera de puro góspel.

En los homenajes con nombre y apellido encontramos “Bob Marley” –un reggae, faltaba más– y “Spinetta es lo más grande que hay”. También está “Lobo y Miguel”, una crónica de la famosa visita de Mick Jagger a la casa de Fernando Lobo Núñez, en febrero de 2016, cuando los Rolling Stones pisaron este bendito país para tocar en el Centenario. Como no podía ser de otra manera, en una parte de la canción Rada canta el estribillo de “(I Can’t Get No) Satisfaction”. Cuando termina el CD, luego de 46 minutos, caemos en la cuenta de que a través de estas 13 composiciones que homenajean a su niñez y a sus influencias Rada también regala una ofrenda a sí mismo que vale la pena escuchar.

Negro Rock. De Ruben Rada. Montevideo Music Group, 2019.