Seamos honestas, chicas: ¿quién no recuerda las peleas que teníamos con nuestras madres cuando éramos adolescentes y queríamos salir a bailar con una pollera muy corta, un escote excesivamente amplio o un color demasiado provocativo? Todas pasamos por eso, por supuesto, y ahora, que somos madres, nos toca estar del otro lado del mostrador. La clave, como siempre decimos, es el diálogo. Si nos armamos de tiempo y paciencia, seguramente podamos convencer a nuestras hijas de que, a la hora de seducir, es mejor sugerir que mostrar. Y respecto de los colores, la estrategia debe ser convencerlas de que la paleta de colores es demasiado amplia como para reducirla al rojo. Pero cuidado, porque el rojo no es el único color que debemos evitar. El violeta, que hasta hace poco les daba a las mujeres la posibilidad de ser osadas pero sin perder la elegancia, se ha transformado en el color elegido por las feminazis para salir a insultar a los hombres y enchastrar las iglesias. A medida que se acerca el 8 de marzo, la mejor manera de asegurarnos de que nuestras hijas no van a emprender un camino que las puede llevar a dejar de depilarse las axilas y experimentar el sexo entre mujeres es asegurarnos de que no salgan a la calle con ropa violeta. ¡A tener cuidado!