Era 1975. Los escolares uruguayos aprendíamos una palabra larga y difícil: sesquicentenario. Eran los 150 años de la Cruzada Libertadora y se festejaban con la almidonada solemnidad del cuadro de Juan Manuel Blanes. El ministro Antonio Végh Villegas le quitaba tres ceros a la moneda y ponía en circulación el nuevo peso. La dictadura, instalada desde hacía dos años, lanzaba su mayor operación represiva contra el Partido Comunista. Los casos de desaparecidos seguían creciendo y el país consolidaba su récord de tener el mayor porcentaje de presos políticos. Los cines continuaban abiertos. Ese año se estrenaron, por ejemplo, El vengador anónimo, con Charles Bronson, y Andréi Rublev, obra maestra de Andréi Tarkovski. A mitad de camino en cuanto a calidad cinematográfica, el 29 de agosto llegó a la sala 18 de Julio El muerto, de Héctor Olivera, basada en el cuento homónimo de Jorge Luis Borges.

Ahora que casi pasaron 45 años se la puede ver en Youtube. Quizá el nombre de Borges, con su aura de rapsoda y sus opiniones reaccionarias, colaboró a que el régimen aprobara su llegada en ese momento. El nombre del director seguramente no. En el agosto anterior el presidente Juan María Bordaberry había bajado el pulgar a su película La Patagonia rebelde (aunque ya estaba en la cartelera del cine Ambassador, se prohibió porque podía “ocasionar consecuencias negativas para el mantenimiento del orden interno”, según lo consigna la base de datos Cinestrenos, creada por Osvaldo Saratsola y luego continuada por Jaime Costa).

Pero El muerto sí pudo estrenarse a tiempo, a pesar de que en su adaptación cinematográfica participó Juan Carlos Onetti. Puede haber ayudado cierto orgullo patriótico, ya que algunas de sus escenas se filmaron en Colonia y Tacuarembó, como lo exigía la trama de esa historia de ambición y arribismo que es, también, y tal vez a pesar de las intenciones de su autor, una historia sobre desigualdades y patriarcado.

El pulso narrativo de Olivera, ya demostrado en La Patagonia rebelde, logra que El muerto aún pueda disfrutarse. Las actuaciones tienen cierto aire a la naftalina de su tiempo, pero Francisco Rabal logra componer un hacendado creíble, e incluso Thelma Biral y Juan José Camero son convincentes por tramos.

Youtube también tiene otras películas borgianas, como Hombre de la esquina rosada (René Mugica, 1962) y, sobre todo, Invasión (Hugo Santiago, 1969). Una suerte de Alphaville (Jean-Luc Godard, 1965) criolla, para la que Borges hizo el argumento junto con su aparcero Adolfo Bioy Casares. Ninguna de esas adaptaciones ha de haberle resultado tan incómoda como la de El muerto, en la que tuvo que soportar más de una cena con Onetti. “Ese hombre es como los chicos, hasta dice malas palabras”, contó una vez Olivera que se le había quejado Borges después de uno de sus encuentros. Si el cineasta leyó luego los voluminosos diarios de Bioy Casares sobre Borges, habrá apreciado, retroactivamente, la ironía de que esa queja viniera de un puteador de clóset.