Rivera, para mí, siempre fue dura de amar. Las noticias sobre ella en general me daban pena y vergüenza; había pocos motivos para sentirse orgulloso de ser riverense. Hasta que cierto día recibí un CD que me había mandado mi hermana desde allá: Rompidioma.
Había sido grabado ese mismo año, 2002, y tenía una tapa hecha con serigrafía, un pirata “original”. Era una edición artesanal que el propio músico había hecho con la ayuda de sus amigos. Sonaba crudo y puro: voz y guitarra sin efectos ni sobregrabaciones. Una mezcla totalmente inusual de ritmos brasileños, argentinos y uruguayos. La voz profunda y grave tenía la verdad puesta en cada palabra. La guitarra era honesta como la voz, con un ritmo seguro y un buen gusto melódico, que esquivaba y al mismo tiempo aprovechaba todos los clichés.
Hablaba de Rivera con orgullo y amor. Enojo e indignación también, pero nada de pena ni vergüenza. Señalaba nuestras miserias, denunciaba las diferencias sociales, la ilusión del progreso, la hipocresía y frivolidad burguesa, el olvido contumaz de la clase política, la vanidad de los artistas. Pero también describía lugares, peculiaridades y personajes de la ciudad con la misma seguridad y el mismo cariño. Cantaba alto y claro, como el buen cantor de boliche que era. También proyectaba de esa manera su mensaje y sus ideas. Sin romanticismos gauchescos ni exceso de poéticas metáforas, sin la melancolía afectada del folclorista rural.
Chito le cantaba a su tierra con sentimiento y bronca, con la autoridad de quien conoce bien lo que canta. Además, como si fuera poco, utilizaba el dialecto riverense de una manera natural, sin impostaciones. No como estética, sino como ética. Riéndose, respetándolo y defendiéndolo como valor de identidad, de acercamiento. Un disco insular que abrevaba en las tradiciones más antiguas dándole aire fresco a un género polvoriento y casi agotado. Canto de protesta, honesto, creativo, vernáculo, comprometido y con humor.
Ese primer disco tuvo un merecido éxito: vendió miles de copias en Rivera, donde fue promocionado boca a boca y distribuido en kioskos. Hasta tuvo el honor de conocer ediciones realmente piratas, a la venta en los puestos de la línea, donde generalmente sólo se encuentran los hits internacionales. En aquel momento de crisis, muchos riverenses que se sentían olvidados y desesperanzados se vieron identificados, inspirados y revalorizados por Chito.
Tiempo después de ese descubrimiento, conocí más de su obra gracias a Fran de Souza, que había digitalizado y subido sus otros discos en internet. Allí me encontré con sus exploraciones, en las que se entreveraba con la cumbia, el rock y lo que viniera, siempre único en su especie como guitarrero, compositor, letrista y cantor. Siempre inquieto y buscando su lugar sin buscar aprobación. Un espíritu indomable y desprejuiciado que cruzó la última frontera este Viernes Santo. Generoso, sencillo, trovador orejano, libertario, honesto y creativo, dejó una amplia impronta en la cultura popular de Rivera.
Con él se van cientos de anécdotas y un conocimiento cultural y musical difícil de mensurar. Como los más lindos paisajes, que no están en las guías turísticas, pero siempre estarán allí, esperando al que busca fuera del camino. Gracias, Chito, por hacerme sentir orgulloso de ser riverense.
Santiago Guidotti es músico en la banda Monkelis y diseñador gráfico.
Seguí leyendo sobre Chito de Mello: Adeus al cacique