Algunos dicen por ahí que uno de los más afectados por esta pandemia mundial será, ni más ni menos, que el sistema capitalista. Sí, claro. En todo caso deberá adaptarse.

Es admirable cómo logra convencernos, cómo genera una demanda. Sin embargo, cuando hablamos del mundo de los animales domésticos, por momentos se le va la mano. Si uno consulta la web sobre artículos para mascotas, más allá de los básicos para vivir, aparecen muchas ofertas sutiles y otras demasiado alevosas.

Algunos ejemplos que llaman la atención: protectores de césped comestible, esmalte de uñas, paraguas para perros, colonia para mascotas, ropa para perros, comedero con reconocimiento facial, lanzapelotas automático, camas aéreas para gatos, sillas para viajar en el auto, masajeador felino, peceras móviles, educador para hacer las necesidades en el lugar adecuado y otros delirios.

No es para cualquiera convencerse de que un perro necesita comer algo supuestamente esencial para evitar que su orina deje manchas amarillas en el césped. Según el fabricante, este fármaco modifica la composición química de la orina de forma tal que, luego de ingerido, el problema queda resuelto. La orina seca la vegetación por varias razones: el pH urinario es el principal responsable, pero también lo es su concentración y la carga de nitrógeno presente. El pH (potencial o poder de hidrógeno) básicamente indica la actividad metabólica y, por ende, el normal funcionamiento de un organismo. Modificarla suele traer inconvenientes. Su valor ideal en el perro varía de 5 a 7,5. Rangos menores o mayores predisponen a la formación de cálculos urinarios, entre otras cosas.

Estas pastillas en teoría son efectivas ya que reducen el pH urinario y con eso limitan la posibilidad de daño en el pasto. Sabido es que, cuanto más elevado sea el pH, más posibilidades tiene esa orina de dejar manchas. Pero bajar el pH urinario puede ser efectivo para el pasto, pero no para el perro, debido a que el fármaco no funciona regulando los valores, sino simplemente reduciéndolos al punto de afectar seriamente al animal. Consultando al veterinario y modificando la dieta perfectamente se puede lograr el objetivo sin poner en riesgo la salud del pobre perro.

Otro nicho fuerte en materia de cosas al santo botón es la industria de los olores. Las colonias para mascotas son en realidad para personas que tienen mascotas. El olor en caninos y felinos es sagrado, e intentar modificarlo para nuestro beneficio puede salir mal. Alterar el olor normal que emite un animal no sólo trae consecuencias en su piel, sino también en su comportamiento.

De acuerdo a las características del pelo de cada mascota, así como también su edad, sexo, raza y demás variables, el uso de colonia puede irritar la barrera cutánea, llegando incluso a producir dermatitis serias.

También el olor ajeno altera los ánimos. Poseen un sentido del olfato extremadamente superior al nuestro, detectan olores con mayor intensidad y, por tanto, son más frágiles a la hora de tomar contacto con ellos, poniendo en juego muchas de las funciones del sistema olfativo.

Los olores familiares son sinónimo de armonía y ambientes predecibles, pero cuando se ven alterados, la ansiedad y el estrés pueden aparecer en algunos o verse intensificados en otros. Ni que hablar del papel de los aromas en la comunicación. El olor emite información sobre múltiples aspectos de cada individuo. Por ejemplo, un macho sabe antes de mirar en la entrepierna de otro congénere si este corresponde a su mismo sexo o no, ya que machos y hembras emiten olores diferentes. Cuando usamos colonia, esta evaluación puede verse afectada y llevar a problemas de agresividad.

Los gatos son tan sensibles al olor de otro individuo que incluso suelen agredir a un integrante del grupo que retorna, por ejemplo, de una visita al veterinario, simplemente por ese olor diferente que trae. Si utilizamos colonias, los problemas no serían entonces esporádicos, sino habituales.

El tema de la ropa para mascotas es un caso perdido. De hecho, en invierno, la compra de un nuevo “abrigo” para el pichicho es un hábito instalado en muchos tenedores de mascotas. Sólo los perros que, por diferentes motivos, han perdido natural o artificialmente su manto piloso necesitan algo extra para mitigar el frío.

Los demás, sean de pelo corto o largo, en nuestras latitudes no necesitan pasar por probadores. Pero si la finalidad es ponerle onda al canino o evitar que en los días de lluvia la mascota llegue mojada luego de un paseo, es otra historia.