“Sabíamos entonces que nuestra separación estaba destinada a durar y que teníamos que tratar de espabilarnos con el tiempo. A partir de entonces nos reintegrábamos a nuestra condición de prisioneros, estábamos reducidos a nuestro pasado, y si, a pesar de ello, algunos de nosotros tenían la tentación de vivir un futuro, renunciaban rápidamente, al menos todo lo que era posible, comprobando las heridas que la imaginación acaba por infligir en aquellos que han confiado en ella”. Este fragmento no fue escrito hoy, sino hace 70 años por Albert Camus en su obra La peste, texto que sin dudas resignifica su lectura en épocas de la covid-19, peste global que nos mantiene en vilo a todos y todas.

Mucho se ha hablado, escrito y debatido sobre este contexto, al que pareciese que entramos sin aviso previo, porque, como también escribió Camus en la obra citada, “las plagas son una cosa común, pero se cree difícilmente en ellas, hasta que caen sobre nuestras cabezas. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras; y pese a ello, las pestes y las guerras siguen pillando a todo el mundo por sorpresa”. Esta sorpresa no escapa al mundo de la cultura.

Cientos de trabajadores y trabajadoras de ese sector vieron, de un día para el otro, suspendidos sus proyectos, sus procesos, sus trabajos (como también los ha visto la mayor parte de los sectores que mueven a nuestro país para mantener encendidos los motores de la economía, como ha indicado el Ministerio de Economía y Finanzas del Uruguay).

Pese a esta situación, la comunidad de la cultura de nuestro país respondió a esta suspensión con creatividad y valiéndose de herramientas y estrategias resilientes: publicación de registro de espectáculos de artes escénicas, clases online, teatro leído, conciertos, películas de ficción, documentales, libros digitales, charlas online, visitas virtuales, entre cientos de otras propuestas. Los trabajadores y las trabajadoras de la cultura, fieles a su esencia por mantener la comunión y el rito, continuaron atendiendo una de sus funciones capitales en nuestras sociedades: apostar a sujetos críticos, conscientes, lúcidos, creando bellezas éticas y estéticas más allá del mero entretenimiento, que también es bienvenido en tiempos de cuarentena. Pero ¿cómo se piensa en esos trabajadores y trabajadoras de nuestra cultura?, ¿qué parte les toca en el motor que debe continuar encendido?

Teatros, espacios culturales, escuelas de formación artística que navegan en un mundo capitalista encontraron sus puertas cerradas de un viernes para un sábado. Festivales, encuentros, espectáculos en cartel, rodajes, estrenos, ensayos, clases, exposiciones, cientos de trabajadores y trabajadoras vieron suspendidos sus trabajos y sus posibilidades de proyección hacia un futuro, como también les sucedía a los conciudadanos de la novela de Camus.

Se ha planteado que estamos todos en el mismo barco, atravesando una tormenta que nos toca a todos y todas, en una embarcación que aún en 2020 navega dividida en clases, y cada uno, cada una, la atraviesa como puede y no como quiere. Los botes salvavidas están limitados, como también lo están las camas en el mundo.

Pero, claro, las señales de confianza en el porvenir y el apoyo de quienes tienen el timón en sus manos son cruciales para atravesar esta crisis de mejor o peor manera. En este plan de contingencia, ¿en qué aspectos se contempla a los trabajadores y las trabajadoras de la cultura?, ¿en qué medida se plantean los subsidios para los teatros y los espacios culturales que, pese a mantener sus puertas cerradas, deben afrontar gastos ineludibles aquí y ahora?, ¿en qué medida se contempla a los trabajadores y las trabajadoras de la cultura independientes que han visto mermados, en algunos casos, o reducidos a cero, en la mayoría de ellos, sus ingresos?, ¿de qué manera paliar esta situación incierta, más aún considerando que una de las herramientas más efectivas para combatir el nuevo coronavirus es el distanciamiento físico?, ¿cuáles serán las posibilidades de retomar las actividades de uno de los sectores más vulnerables de nuestra sociedad tercermundista cuando el encuentro se hace impracticable?

Como los motores de la economía no se pueden apagar, se han planificado planes de apoyos, contingencias y subvenciones para muchos sectores. Por ejemplo: varios sectores de la industria y el comercio tuvieron la posibilidad de aplazar el pago de sus tributos. Monotributistas tuvieron la posibilidad de diferir el pago del IVA mínimo de estos primeros meses para abonarlo en cuotas sin intereses; hubo apoyos económicos, préstamos flexibles, subsidios económicos.

Otros sectores también buscan paliar la situación: los trabajadores y las trabajadoras de la economía social y solidaria fueron recibidos hace pocos días por el ministro de Trabajo y Seguridad Social y solicitaron una renta básica digna, el no pago de aportes y el pago diferenciado de tarifas mientras dure la emergencia.

¿Cuál es el plan de emergencia integral y nacional para el sector de la cultura y las artes? ¿Cuáles son las medidas para este sector –hoy ceniciento–, que también necesita herramientas para paliar la crisis?

Claro está que estas medidas no son suficientes en una de las peores tormentas del siglo que nuestras generaciones están atravesando, pero, insisto, ¿cuál es el plan de emergencia integral y nacional planificado para el sector de la cultura y las artes?, ¿cuáles son las medidas para este sector –hoy ceniciento–, que también necesita herramientas para paliar la crisis?

Hace pocas semanas celebramos el anuncio de la creación del Fondo Solidario Cultural Ruben Melogno1 con 36 millones de pesos, pero tengamos en cuenta que se conforma casi en 87% por fondos ya existentes, muy bienvenidos y necesarios, pero que no fueron destinados a paliar crisis, sino a apuntalar el sector en producción, formación y creación.

Por otra parte, se han hecho diversos relevamientos sobre el impacto de la covid-19 en el sector cultural. Pero ¿cuáles son las medidas de urgencia para este sector que se están contemplando desde las áreas oficiales?

Si bien la Intendencia de Montevideo anunció un apoyo de diez millones de pesos, que ya se está distribuyendo por etapas y sectores en conjunto con varias gremiales artísticas, ¿qué pasa fuera de los límites de la capital de nuestro país con quienes también construyen la cultura nacional?, ¿cuál es el plan que está pensando la Red de Direcciones de Cultura del Uruguay?, ¿cuáles son las respuestas ante el planteo de la Federación Uruguaya de Teatros Independientes de entrega de los Fondos de Subsidios contenidos en la Ley Presupuestal 19.355?, ¿por qué no se pone en marcha la financiación de la Ley Nacional de Teatro Independiente (19.821), votada por unanimidad en el Parlamento en 2019? Esta ley, por ejemplo, declara, por primera vez en la historia de nuestro país, el teatro independiente como patrimonio, reconociendo su necesidad de ser protegido y asistido. ¿No deberían, en esta tormenta, asistir también ahora (aunque sea por empatía) las comisiones de patrimonio apoyando y pensando estrategias que salvaguarden los valores materiales e inmateriales?

Los trabajadores y las trabajadoras de la cultura de nuestro país pertenecen al sector que primero enmudeció con la prohibición de espectáculos públicos, que, sin duda, será el último en recobrar su voz. Esto es casi un hecho, porque la esencia del trabajo se construye en el encuentro de los cuerpos. Entonces, ¿cómo pensar la implementación de ensayos, funciones, encuentros, festivales cuando la corporalidad es potencialmente peligrosa para la propagación del virus?, ¿cómo pensar a mediano plazo la convivencia del público en nuestras salas?, ¿cómo pensar a mediano plazo la convivencia de los artistas en cualquier espacio de trabajo?, ¿cuál será el lugar de este sector en esta otra normalidad?

Ni siquiera imagino las respuestas, como tampoco imagino el “día después”. ¿Habrán desaparecido teatros, salas, espacios de formación? ¿En qué situación encontraremos a los y las artistas de nuestro país? Toda crisis es una oportunidad para transformarnos, pero ¿quiénes verán el sol al finalizar la tormenta? Y lo que más asusta, ¿cuáles y cuántas serán las ausencias cuando finalice la tormenta y dejemos de contar muertes?

En tiempos de la covid-19, pensar la cultura también se hace impostergable en un marco colectivo (político sí, partidario no). Por eso finalizo este espacio, plagado de preguntas casi sin respuestas, parafraseando a Peter Brook en Hilos de tiempo, donde nos decía que en un pueblo africano un contador de historias, al llegar al final de su cuento, ponía la palma de la mano en el suelo y decía: “Aquí dejo mi historia. Para que otro la pueda recoger otro día”.

Ojalá ese día sea ya.

Julio Persa es actor, y licenciado en Psicología y en Ciencias de la Comunicación.


  1. El nombre del fondo rinde homenaje al emblemático integrante de Psiglo, quien falleció en 2020 como consecuencia de la covid-19.