Un retrato del legendario comunicador Rubén Castillo, que se lo regaló su viuda, Cecilia, lo contempla. Gerardo Sotelo, novel presidente del Servicio de Comunicación Audiovisual Nacional (Secan), ya está instalado en su oficina ubicada en las instalaciones de Televisión Nacional de Uruguay (TNU), canal del que es director, al igual que de las radios públicas. Desde esa oficina, hace pocos días, Sotelo envió a los coordinadores de los informativos de TNU y de Radio Difusión Nacional de Uruguay una carta que armó revuelo. Como se sabe, en la misiva señalaba que “todos los contenidos informativos y periodísticos deben ser consultados con el coordinador periodístico del Secan, Jorge Gatti, antes de iniciarse el proceso de producción”.

Otra polémica gira en torno a que Sotelo es suplente de Laura Raffo en la candidatura a la Intendencia de Montevideo por la coalición “multicolor”, aunque dice que, llegado el momento de hacer campaña –las elecciones municipales serán el 27 de setiembre–, una de las posibilidades que maneja es renunciar a la suplencia, o, de lo contrario, pedir licencia en su cargo al frente del Secan, aunque confiesa que esta solución “quizás no sea la mejor”.

¿Por qué creés que se armó revuelo con la carta que mandaste?

Por varias cosas. Hay personas que desconocen cómo trabajan los medios públicos en el mundo al que queremos parecernos, o al que nos parecemos en cuanto a los niveles de calidad democrática que tenemos. Hay una dimensión de desconocimiento que tiene que ver con responsabilidades de todos los actores involucrados, de todos los partidos políticos, en no haber procesado, en estas décadas de democracia, una discusión en la que madurara el debate de los medios públicos al nivel que lo hubo en otras áreas. Entonces hoy te encontrás con un desfasaje cultural, y, por lo tanto, legal y político, en los medios públicos. Finalmente, algunos colegas que trabajan en los medios públicos se sintieron afectados porque entendieron que yo había generalizado y que eso era injusto. No puedo menos que darles la razón, porque si se sintieron afectados, por algo será; me disculpé. Pensé que era lo suficientemente claro que no decía que eso era lo que pasaba en todos los medios públicos, sino que, en todo caso, era en la excepción. Pero me tenía que hacer cargo, desde el lugar que ocupo, de una demanda que es la misma de siempre, sólo que ha ido cambiando porque han ido cambiando los partidos en el gobierno: toda la gente que ha estado en la oposición ha dicho casi siempre que “los medios públicos están al servicio del gobierno”. Eso no es totalmente así, pero evidentemente algo hay.

¿Por qué hacer eso mandando una carta y no en una reunión con los coordinadores de los informativos? ¿No hubo también un mensaje para afuera?

Es probable. Parte del problema es la opacidad. Todo lo que se hace en el Estado debe ser público, salvo algunas cuestiones estratégicas en algunas empresas públicas, por un tema de competencia. Fíjense qué paradoja: los medios de comunicación, que existen para mostrarse al público, son opacos con respecto a sus procedimientos. Esto es un desencuentro histórico en Uruguay. En los medios públicos es inaceptable que la gente no sepa cómo se toman las decisiones, entonces se presta a cualquier cosa, y eso es muy malo para todos, primero que nada para los periodistas que hacen las cosas bien.

Una de las cosas que están en discusión es la Ley de Medios, que menciona la posibilidad de que haya consejos asesores. ¿Cómo ves tu gestión con una posible nueva ley de medios o con la vieja?

Aunque no haya ley de medios, yo igual plantearía estas cosas, porque todo esto ocurre. Estuve varios meses para prepararme, y lo primero que pensé fue “el modelo uruguayo no ofrece garantías de ningún tipo para nadie: ¿cómo puedo hacer, sin necesidad de cambiar las leyes, desde mi lugar, para dar señales de que, en primer lugar, no voy a intervenir en los contenidos periodísticos?”. Porque creo que no corresponde, aunque tengo todo el poder para hacerlo. Entonces, el presidente del Secan, lejos de los contenidos periodísticos, pero van a venir a preguntarme a mí, entonces voy a crear un cargo, obviamente de mi confianza, para que sea el garante –como hay en otros países– de que se cumpla con algunos principios básicos de los medios públicos: servir al interés público, dar información balanceada, diversa, con todas las voces e imparcial.

En la carta te referís a “balancear opiniones”. Hagamos una hipérbole sobre eso: se sienta alguien en un programa y dice “Cuba es una dictadura”, entonces, tendría que sentarse otra persona para decir “Cuba no es una dictadura”.

Por lo pronto, ningún informativista puede decir como afirmación editorial “Cuba es una dictadura” ni “Cuba es una democracia”. Convengamos que en los medios públicos de los países más avanzados el concepto es que el que informa no opina y el que opina no informa. Separemos los tantos. Para no irme del caso: ¿estamos hablando sobre características del régimen democrático?, ¿sobre Cuba, específicamente? Entonces, necesariamente tiene que haber alguien que diga que sí, que es una democracia, y otro que diga que no, o en todo caso alguien que diga “no es una democracia típica, pero yo igual creo que es legítima”; en fin, todas las variantes que pueda haber sobre ese tema.

¿Creés que en los 15 años anteriores eso no pasaba en los medios públicos?

Yo no me animaría a hacer una evaluación, porque no tengo elementos. Lo que digo es que en los últimos 35 años no tuvimos ninguna garantía formal de que eso fuera o no fuera así, porque quedaba librado a la buena voluntad del director del canal, del director del informativo o del periodista asignado a ese tema, y eso para mí es inaceptable en un país como Uruguay. Este es un asunto sobre el que tendríamos que reflexionar todos: cómo es que llegamos a un punto en el que desestimamos este tipo de debates sobre los medios de comunicación públicos.

¿La garantía va a ser lo que anunciaste mediante la carta?

Es un comienzo, un proceso, y el objetivo de este sistema no es “vayan a pedirle permiso al coordinador periodístico”. En primer lugar, porque es impracticable, y en segundo lugar, porque el trabajo periodístico funciona desde la iniciativa individual. Porque si no, tenés un equipo de borregos que se sienta a esperar que el jerarca le diga de qué hablar. La idea es que, incorporados estos cuatro principios que, por suerte, muchos colegas ya tienen incorporados, no quede librado al más o menos de que me atendió la diputada o el intendente, pero si no me atendió es lo mismo. Es eso. Ojalá no haya que implementarlo.

En cuanto a por qué podría haber generado revuelo, también pesa que Jorge Gatti haya trabajado en comunicación del Partido Nacional.

Para ser franco, me enteré a raíz de todo esto de que había participado en el equipo de comunicación... No sabía. Yo a Jorge lo conozco desde hace 25 años. Puedo tener una idea de a quién pudo haber votado, pero eso tampoco lo inhibe, porque trabajó en La noticia y su contexto, con Sonia Breccia. Ahora tenemos periodistas y comunicadores que han hecho campaña por tal o cual partido –incluyendo, obviamente, al Frente Amplio–, pero eso para mí no es un tema, porque si no entraríamos en pedir certificado de buena conducta política. Veamos lo que va a hacer. En todo caso, con estos principios que introdujimos, si alguien quiere trabajar en favor de su propio partido, está inhibido, incluyendo, desde luego, al coordinador.

Has puesto a la BBC como ejemplo a seguir, pero ahí hay una diferencia sustancial con los medios públicos de Uruguay, ya que parte del directorio lo elige el Parlamento británico. ¿Creés que está bien el modelo de allá en ese aspecto?

Sí, porque cualquier estatus que aleje a los medios públicos del poder político es bienvenido. El lugar donde está ahora es totalmente inadecuado: el poder que tienen el presidente, el ministro [de Educación y Cultura] y el director para hacer prácticamente lo que quieran con los medios públicos es totalmente inadecuado.

¿Estás diciendo que tenés un poder inadecuado?

Sí, claro. El ministro, en una conversación que tuvimos cuando asumí, me hacía ese comentario. Entonces, un presidente con unas ideas o con unas ganas de hacer cosas puede intervenir, interferir y manipular directamente, otro puede no hacerlo, si quiere. Por lo tanto, aprovechemos la coyuntura de tal manera de darle el mejor estatus legal posible y las mayores garantías a la sociedad de que este espacio, que es del Estado, esté lejos del control político, y de que, más allá de eso, tenga un estatus que le permita manejarse con libertad.

¿Tenés algún mandato o lineamiento en lo económico? El programa del Partido Nacional apuntaba a que varias instituciones culturales debían ser rentables. ¿Tiene que ser superavitario el canal? ¿Tiene plazos para llegar a ciertos números?

Nunca hablé ni con el presidente [Luis Lacalle Pou] ni con el ministro [Pablo da Silveira] de estas cosas. Hubo una decisión de confianza política del presidente, en el marco de los acuerdos de la coalición: quiero que Fulano esté en este cargo. Luego me llama el ministro, con quien además tengo una relación de muchas décadas, y todo se basa en la confianza mutua: “Más o menos sabemos lo que puede pensar Gerardo y lo que ha hecho en su vida, y está en tal partido, y tiene un marco tal”. Eso es lo que estamos implementando. Algunas de las cosas que hemos adelantado las conversé con el ministro, también algunas cuestiones más instrumentales, con el director general de Secretaría. Pero no hubo mandato ninguno. Sería fantástico que los medios públicos se sustentaran económicamente, también, porque eso te da mayor autonomía aún: si vos dependés menos de los presupuestos, tenés más caja, tenés más libertad para contratar, para programar, incluso para competir por recursos humanos. La contracara, que tampoco se menciona frecuentemente, es que tampoco podemos estar compitiendo deslealmente contra los medios privados. Porque vos tenés asegurado tu presupuesto; podrá ser pequeño, aunque no lo es tanto; comparado con lo que tienen los medios privados quizás lo sea, pero no en este contexto complicado. Porque la caída del mercado publicitario ha afectado ya a unos 300 puestos de trabajo en los medios, todos de medios privados. Si caen, como está pasando en todo el mundo, las ventas y la pauta publicitaria, los medios privados, que son empresas privadas, obviamente tienden a reducir costos, a dejar fuentes de trabajo por el camino, a dejar de comprar programación, incluso, eventualmente, a tener que cerrar. Nosotros tenemos asegurado nuestro presupuesto. Dentro de 30 días yo voy a firmar salarios sin siquiera pensar si está o no está la plata. Por lo tanto, ojo, que si se ve desde lo público es fantástico, si se ve desde lo que puede ser la posibilidad de que haya... hay una zona delicada que no está bien delimitada.

¿Cuál es el presupuesto de los medios públicos?

519 millones de pesos anuales.

Un problema que se arrastra desde hace varias administraciones es el de los distintos tipos de contrato laboral: conviven trabajadores estatales y unipersonales, y las condiciones son muy desparejas, lo que acarrea varios conflictos.

Sí, son desparejos el salario, las comisiones, la estabilidad. Eso no va a tener una solución rápida, por varias razones. Es un debe que tiene el sistema político, que es en definitiva el responsable de lo que pasa en los medios públicos. Es algo que genera malestar, porque es natural que si hay dos personas que cumplen tareas similares con niveles salariales diferentes, estás ante un conflicto latente. Lo mismo que si uno tiene estabilidad y otro cada dos años tiene que ver si se le renueva o no el contrato. También es cierto que hay tareas distintas que tienen que responder a lógicas distintas. Venimos también muy atrasados con eso; deberíamos ir hacia un sistema que no genere tantas inequidades. Unos tienen los salarios de COFE [Confederación de Organizaciones de Funcionarios del Estado], otros el laudo de APU [Asociación de la Prensa Uruguaya]... hay unas diferencias entre la radio y la televisión que, a esta altura del partido, si es difícil saber qué es radio y qué es televisión, mucho más difícil es saber por qué hay laudos tan diferentes entre los periodistas que cumplen tareas informativas en radio y en televisión. Son de esas cosas que responden al mismo tema: a nadie parecía importarle mucho qué pasaba en los medios públicos, a menos que hubiera un problema muy notorio. Eso no es así en otras partes del mundo, entre otras cosas porque tienen más prestigio, son más populares, porque son medios de referencia para algunos estándares de calidad. En general, son regímenes parlamentarios los que tienen esos medios: Canadá, Reino Unido, España.

¿Los informativos de las radios están más cerca de los criterios que ves como deseables?

No, la verdad es que el informativo principal de la radio, que va al mediodía, casi nunca lo escucho, salvo que vaya de un lado a otro en el auto. Lo que he escuchado no me merece ningún tipo de objeción. El problema que tiene el informativo del canal es la falta de recursos. El milagro es el compromiso de la gente que lo hace. Falta personal, faltan periodistas, faltan móviles en exteriores. Nos encontramos con un canal que no tenía informativos en buena parte del fin de semana. Hay un gran desbalance de recursos humanos entre prensa de radio y de televisión, que no corresponde a ningún parámetro lógico. Tenemos dispersa la presencia online en equipos que están incluso en locales distintos. No hay poca gente generando contenidos online, pero es el área que más se va a potenciar lo antes que podamos.

Para entender por qué tu carta causó malestar también hay que tener en cuenta tus intervenciones en las redes. Desde hace unos cuantos años has tenido un discurso muy fuerte y adquiriste una imagen que genera rispidez. De alguna manera, ese trabajo apuntaba en contra del sentido común frenteamplista. ¿Te parece razonable que haya gente que se pregunte si sos la misma persona, si vas a cambiar?

Soy la misma persona, eso sin dudas. Pero esto no es pasar de una radio a otra, o a un portal. Pasás de la sociedad civil, donde decís lo que se te antoja, todo el tiempo que quieras, dentro de las restricciones lógicas, a un ámbito en que tenés que responder por toda la ciudadanía, incluyendo tus haters. Tenés que ser el garante del que te puso en el lugar, del partido al que pertenecés, de las personas que te votaron, de las que no te votaron ni te votarían nunca, de las que te aman y de las que te odian. Todas tienen el mismo derecho a que tus decisiones contemplen sus puntos de vista. Eso llevó a que fuera tomando distancia de los contenidos más intensos ideológicos y aun políticos en las redes, y también en el diario. Eso supone un nuevo desafío. La ley no lo impide, así que podría escribir hoy lo que se me antojara, pero entiendo que eso puede minar la confianza no sólo en mí, sino en el gobierno, en el Estado, en el sector público. Es una desescalada, como se dice ahora, dramática: me ato los dedos para no tuitear. Pero tampoco decía cosas tan originales, y hay otros que las dicen, entonces, pienso, por lo menos lo dijo Mengano o Zutano. Si yo no hubiera tuiteado nunca, el mundo estaría en el mismo lugar donde está ahora. Entonces, me dedico a lo mío y reconfiguro la columna de El País. Abandonar la trinchera política te obliga a ser más reflexivo, a aportar desde una perspectiva más sofisticada. No es fácil.

¿Te veías al frente de una institución pública, siendo más bien partidario de reducir la presencia estatal?

Me veía en el Parlamento o en algo parecido. Lo que me parece una oportunidad extraordinaria es gestionar lo público no con criterios de recorte, sino de que, como sea, esto alguien lo va a administrar. Y vale la pena que se administre, porque vale la pena que exista. Por lo tanto, hagámoslo lo mejor posible dentro de lo que son nuestras obligaciones legales, manejándome además con la libertad y la confianza que me dieron el presidente y el ministro. Porque finalmente, para ser coherente con lo que uno piensa, si para mí hay algunos valores éticos que son superiores a las concepciones políticas, o que las inspiran o interpelan, pues entonces alineémonos con eso. El valor de la transparencia, el respeto a la diversidad de opiniones. El valor de mantenerme imparcial mientras leo y estudio, y después veo qué opino, algo básico en la propuesta periodística. En todo caso, la posibilidad de gestionar lo público te lleva a decir hasta dónde tengo derecho, no ya sólo el que me da la ley, sino mis propias ideas, a influir sobre las personas. Que es un derecho que debe ser extremadamente restringido, porque estoy administrando algo que es un artificio que crearon los particulares para vivir mejor. Eso es el Estado. Por eso a veces no se entiende que la libertad de expresión, en su máxima extensión, es un asunto de los particulares, no del Estado. Los funcionarios públicos tenemos restringidas nuestras libertades, porque los particulares dijeron: “hay cosas que no podemos resolver si no creamos un artilugio que esté por encima de todos nosotros, pero somos los particulares los que lo creamos para nuestro beneficio”. Quien administre esto va a tener poderes restringidos por razones obvias, porque si no, el invento se come al inventor. Pero no es un tema de “achiquen el Estado”, “privaticen”; es un tema de concepciones filosóficas. Por lo tanto, hagamos producción audiovisual con ese principio: hablemos de lo que hablemos, tengamos en cuenta que nos mira gente de todas las concepciones políticas, de todas las edades, que viven en los lugares más remotos del país, que tienen gustos artísticos, estilos de vida antagónicos, incluso. Si cumplís con los cometidos de la ley, con lo que esperan de ti quienes te pusieron en este cargo y con tus propios principios, al final vas a tener ciudadanos más libres, en el sentido de que van a tener más información, más capacidad de crítica a la realidad. Si así ocurre, seremos todos felices.