Por un instante voy a usar un lenguaje en desuso, pero no perecedero. Durante años la educación pública ha sido producto de las necesidades de las clases dominantes. El famoso aparato ideológico del Estado que planteaba Louis Althusser. También la práctica de vigilar y castigar que describió Michel Foucault. En Argentina, desde la primera hora, la educación pública fue una necesidad de esas clases dominantes. Pero también fue una forma de socialización y de construcción de ciudadanía. Y de cierto humanismo liberal. Sarmiento lo expresaba claramente. Y luego lo hicieron los impulsores de la Reforma Universitaria de 1918. Y el peronismo del 40 y el 50. Y muchas pedagogías alternativas que fueron surgiendo. Y el movimiento docente. Y así la hegemonía educativa empezó a estar en disputa. ¿Qué tipo de ciudadana y de ciudadano queremos constituir colectivamente? ¿Qué valores? ¿Qué conocimientos? ¿Qué tipo de autoridad? ¿Qué derechos? ¿Qué sueños?

Hoy la educación pública atraviesa una situación inédita. Nuestras vidas también atraviesan una situación inédita. Nadie que esté vivo o viva atravesó una experiencia similar. Y las situaciones extraordinarias nos obligan a buscar respuestas extraordinarias. Impensables hace poco tiempo. Aparecen nuevas oportunidades. Es necesario poder pensarlas. Y atreverse a ciertas disrupciones.

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El humanismo a veces puede acercarse al positivismo. Y a veces se aleja. Mantiene una relación en tensión. Aunque también hay un humanismo positivista. La hegemonía de los últimos tiempos no ha sido humanista. Más bien lo contrario. La pandemia pone nuevas discusiones en la mesa. Cuidar la salud pública. Cuidar a las personas. Tratar de evitar que se mueran por una enfermedad que, quizás, podemos evitar con un enorme esfuerzo colectivo. En medio de una fuerte crisis económica. El humanismo y el positivismo juntos y en tensión. El positivismo que te marca cómo actuar. Cómo organizarte. Motivado por curvas, achatamientos y cálculos imposibles pero imprescindibles. Y el pensamiento humanista que te recuerda algo básico. Es posible y necesario dejar de pensar en el lucro. Vamos a cuidarnos. Vamos a querernos. Defendemos la vida. Y queremos que el Estado pueda cuidar a todas/os.

Mucho se ha paralizado en la patria. Casi todo. Menos el sistema de salud. Y la producción de alimentos. Y el trabajo solidario de organizaciones sociales. Y la recolección de basura. Y el sistema educativo. Las cosas esenciales de la vida. Tampoco el sistema financiero. Pero ese sí que no tiene ninguna humanidad.

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En la educación es el tiempo del humanismo. De las ideas. De trabajar sobre el sentido profundo de la sociedad que queremos constituir. De las subjetividades comunitarias, incluso en las diversas formas de la virtualidad obligada.

No es el tiempo de la norma rígida, que tanto conocemos en el sistema educativo. Y que la sufrimos. Y que, a veces, la practicamos. Tampoco es el tiempo del reglamento estructurante. Ni de las mediciones. O del cálculo y el porcentaje de asistencias o ausencias. O del promedio para aprobar o desaprobar. Se puede sostener un marco pedagógico sin esas estructuras totalizantes. Se puede compartir conocimiento y aprender sin tantas normativas. Incluso en un marco de virtualidad que no fue planificada. Ni elegida. Pero que no implica hacer cualquier cosa. Ni dejar librado todo al azar o a la voluntad. Simplemente focalizar prioridades y contenidos.

En la educación es el tiempo del humanismo. De trabajar sobre el sentido profundo de la sociedad que queremos constituir. De las subjetividades comunitarias, incluso en las diversas formas de la virtualidad obligada.

Un amigo educador me recuerda una anécdota. A la docencia le cuesta construir sin horizontes bien delimitados. Medibles. A mano. Los límites del aula. O del patio. O de la escuela. Necesitamos límites. Un adentro y un afuera. Viene con nuestra formación. Pero hay una intuición. Hay que buscar del otro lado también. Romper esos límites muchas veces autoimpuestos. Ir a bucear en lo desconocido. Atreverse.

¿Es tan importante la nota? ¿Es imprescindible cumplir todos los objetivos del programa? ¿Es tan decisiva nuestra materia en la formación? ¿No afirmamos que hay que trabajar por áreas? ¿No estábamos contra la segmentación del conocimiento? ¿Lo importante no es el colectivo? ¿No era que debíamos articular con otras y otros?

Sostener la educación pública es apostar a una forma de socialización. Una creación de subjetividades. Un modo de pararse en la comunidad. Por eso la defendemos. En la virtualidad de hoy construimos la presencialidad del mañana. Y no ocultamos que muchas cosas se pueden aprender de otra forma. Porque siempre hubo otra enseñanza. Siempre hubo alguien que aprendió en la individualidad. Se sabe, muchas cosas se pueden aprender en tutoriales de Youtube. Probablemente leer y escribir. Y gran parte de los contenidos curriculares. El tema de fondo es otro. Son las preguntas que mueven la acción pedagógica: ¿qué subjetividad se constituye en esos modos de aprendizaje? ¿Qué sociabilidad se crea? ¿Qué ciudadanía? La educación pública hoy, en medio de virtualidades, puede ser profundamente solidaria y colectiva. Y puede ser profundamente egoísta y selectiva en la presencialidad. Eso lo sabemos bien.

Las injusticias sociales en Argentina son preexistentes a la pandemia. En la educación pública las vivimos día a día. ¿Somos reproductores de injusticias cuando continuamos enseñando? ¿O somos responsables de crear más brecha social y educativa si nos quedamos añorando una forma que también tiene sus modos excluyentes? Es imprescindible sostener la educación pública. No quedarnos quietos.

Estamos ante un momento histórico para la educación pública. Nuevos desafíos. Nuevos problemas. Nuevas preguntas. Y no hay respuestas a todo. A veces las respuestas quedan esperando más de lo deseado. Y a veces las vamos construyendo en el hacer. Pero sin preguntas no hay acción pedagógica.

Estamos trabajando. Sosteniendo una cursada. Un vínculo educativo. Aunque no debemos hacerlo a costa de nuestra salud. Porque, se sabe, la inmensa mayoría de la docencia está trabajando mucho más de lo posible. Las actuales condiciones son difíciles. Es un acto heroico.

Se está produciendo un nuevo hito. No tengamos respuestas conservadoras a situaciones excepcionales. No busquemos las respuestas en el arcón de los fracasos conocidos. Podemos decirle chau definitivamente al mundo de los rankings. Al planeta de las pruebas PISA. A las carreras desmedidas por las titulaciones. No estamos en un paréntesis. Ni estamos en una pausa para volver a una normalidad que también incomodaba. La construcción de una educación pública con diversos recursos pedagógicos también se juega en estas horas. La constitución de una educación pública comprometida con el destino colectivo se demuestra enseñando. Y aprendiendo en el mar de dificultades que todas y todos estamos atravesando. Y de ese esfuerzo colectivo puede surgir una educación más humanista. Que incluya todos los saberes sin distinciones. Que ponga otros saberes a disposición. Donde reafirmemos un horizonte solidario. Amable. En comunidad. Que promueva gente que te enseñe que lo esencial sigue siendo invisible a los ojos. Y que vale la pena compartir la pasión de la vida. Ahora, que la muerte acecha. Porque si no, ¿cuándo?

Mariano Molina es periodista y docente argentino.