Por primera vez nos estamos enfrentando como humanidad a una verdadera crisis de impacto simultáneo mundial. Hasta ahora, las diferentes crisis que se suscitaron en las primeras décadas de este siglo fueron regionales o han impactado en territorios determinados. Por ejemplo, la crisis inmobiliaria y posteriormente financiera de 2008 afectó fuertemente a Estados Unidos y Europa, mientras otras regiones y estados por diversos factores lograron, aunque con matices, sortearla sin fuertes impactos, como en el caso de Uruguay. Es en este marco que me parece pertinente reflexionar sobre cuáles son los efectos (exceptuando los sanitarios) que más impactarán y marcarán la dependencia de nuestra América Latina y cómo esta crisis desnuda la desintegración en la que navega nuestro continente en la actualidad.
La caída económica de las potencias mundiales
La caída económica de las principales potencias del mundo y primordiales socios comerciales de Latinoamérica como Estados Unidos, China y la Unión Europea tiene un rápido y negativo impacto en nuestro continente. Tanto China como Europa son grandes cooperantes y los socios más importantes de muchos países de Latinoamérica. Ambos son los principales compradores de materias primas a los mejores precios del mercado. En cuanto a Estados Unidos, el descalabro económico de ese país, si bien afecta a toda la región, se siente con mayor intensidad en México y las regiones de Centroamérica y el Caribe. Esto se da por el comercio, pero también por la disminución de las remesas. El aumento histórico del desempleo ha impactado fuertemente en la comunidad latina que ahí reside, esto generó una reducción drástica en el envío de dinero a sus familiares, en general pertenecientes a los núcleos de menores ingresos.
El descenso de los precios de las materias primas y el turismo
El gran descenso de los precios de las materias primas que se produce en nuestro continente, como el petróleo, el cobre, el hierro, la soja, el maíz, las carnes y los cereales, impacta directa y rápidamente en las economías. El que más cayó fue el petróleo, generando un gran golpe en la economía de Colombia, Venezuela, Ecuador y México. El cierre de las fronteras y la parálisis aeronáutica han dejado prácticamente sin efecto la oferta y la demanda turística. Esto provoca un duro impacto en los países cuya economía depende mucho del turismo, por ejemplo los destinos de sol y playa del Caribe como Cuba, República Dominicana y demás islas, pero también a países como México, Brasil y Perú, los dos últimos, además, con crisis políticas.
La caída económica de las principales potencias del mundo y primordiales socios comerciales de Latinoamérica, como Estados Unidos, China y la Unión Europea, tiene un rápido y negativo impacto en nuestro continente.
El descenso del comercio internacional y la devaluación
Cuando se hace un análisis de la composición del comercio internacional, se percibe que lo más comercializado a nivel mundial no son los bienes de consumo final, son los insumos que posteriormente darán paso al producto final. Con las fábricas cerradas o trabajando a niveles mínimos, la cadena de suministro se interrumpe. En nuestro continente la mayor parte de los productos con industrialización son insumos, no productos de consumo final, por lo tanto el impacto es mayor. En este marco, los países más perjudicados son los dos gigantes industriales del continente, México y Brasil.
En el mundo se puede observar cómo las deudas públicas de los estados se han incrementado súbitamente a medida que la actividad económica se ha ido suspendiendo; a esto se le debe añadir la devaluación que las monedas nacionales han venido sufriendo. Esta relación claramente impactará en nuestra región, que históricamente se encuentra con grandes niveles de endeudamiento y economías dolarizadas. Por lo tanto, es de esperar un impacto directo en las arcas públicas y en el consumo de la población, y una agudización del nivel de deuda externa, disparando los riesgos país y, por lo tanto, provocando el deterioro de la valoración de las calificadoras de riesgo.
Ante este escenario, es de esperar que la inversión extranjera en nuestra región se vea seriamente restringida, dado que durante los tiempos de incertidumbre siempre los capitales apuntan a refugiarse en los lugares que les ofrecen mayor seguridad, aunque obtengan una menor rentabilidad en el corto plazo. Su destino pueden ser los países más desarrollados y los bonos del Tesoro de Estados Unidos. Por lo tanto, la inversión pública deberá ser uno de los motores fundamentales para reactivar la economía ante la disminución o la ausencia de la inversión extranjera; una vez más el Estado, tan vilipendiado por los liberales criollos, debe estar presente, actuando por el desarrollo nacional y para “sacar las castañas del fuego”.
La desintegración latinoamericana
La reconfiguración geopolítica de Sudamérica, producto de una correlación de fuerzas favorable a los gobiernos de signo ideológico de derecha, llevó a cambios en los esquemas de integración. Uno de los más visibles fue la decisión política impulsada de los gobiernos de Jair Bolsonaro, Iván Duque, Mauricio Macri y Sebastián Piñera de paralizar y posteriormente desintegrar la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur). Ese organismo regional desde su fundación, con sus luces y sombras, se caracterizó por ser integrada por los diversos gobiernos de todos los signos y había logrado tener una exitosa experiencia en sus consejos de Salud y Defensa.
Hoy los organismos internacionales de nuestra América han quedan al desnudo, por ejemplo, en el caso de la Organización de Estados Americanos, su secretario general parece estar más preocupado por si los buques iraníes ingresan o no a Venezuela que por la búsqueda de coordinación de políticas públicas y esfuerzos entre los estados para evitar las miles de muertes que se siguen produciendo. Lo mismo ocurre con el supuesto sustituto de la Unasur, el Prosur, que no ha tenido grandes coordinaciones que puedan impactar directamente en beneficio para la población. Podrían haber apostado a la compra conjunta de material sanitario, a coordinar los estudios de investigación científica y políticas públicas desde un imprescindible abordaje regional. Lamentablemente, en tiempos de pandemia, el Estado ausente y la desintegración es lo que más nos puede matar.
Sebastián Hagobian López es licenciado en Relaciones Internacionales.