Decir algo sobre “la soledad en cuarentena” no es lo mismo que abordar la soledad sin más, explica el psicoanalista Marcelo Real, consultado por la diaria. A continuación explica por qué y analiza la expresión “nueva normalidad” y el estigma que acompaña a la soledad.

La cuarentena implica estar solo de una manera impuesta, forzada, en la cual no respetar el aislamiento puede desembocar en distintas sanciones que, de acuerdo a las distintas geografías, van desde la crítica de algún vecino a la multa o la represión policial. Porque el supuesto contagiado es considerado individuo peligroso para la sociedad, mucho más peligroso si no se queda en casa o no respeta las medidas sanitarias. En esta situación, la soledad aparece ligada al aislamiento o el distanciamiento social, al confinamiento. Y es de notar que, a diferencia de los asilos que surgieron hace siglos para encerrar a contagiados de peste o lepra, y donde luego se encerró a los llamados “locos”, aquí se trata de un confinamiento generalizado, mundial, global. Se trata, entonces, de una soledad planificada por las políticas de salud de los distintos gobiernos, por lo que toda psicologización de dicha soledad en cuarentena invisibilizaría esa dimensión biopolítica que la atraviesa, es decir, ese ejercicio de poder vinculado a la vida o la salud física y mental de las poblaciones.

Si será un asunto de política de Estado la reducción de la soledad que en 2018 la primera ministra de Reino Unido, Theresa May, creó algo que en la prensa británica se dio a conocer como el “Ministerio de la Soledad”, aunque en realidad forma parte del Ministerio de Deportes y de la Sociedad Civil. Esta dimensión política de la soledad también está atravesada por lo que aquí se conoce como “nueva normalidad”, curiosa expresión que desde 2008 circula en el ámbito de los negocios (New Normal); pensábamos que eran los campos psicomédico y jurídico los que dictaban lo que es normal, ahora vemos cómo esos campos se entrelazan, de forma compleja, con el campo de la economía. En fin, es en estas coordenadas que se produce la soledad en la cuarentena.

La nueva normalidad en cuestión

Este punto es particularmente sensible en el psicoanálisis, porque con frecuencia se recurre al psicoanalista para que alguien se adapte o se ajuste a la normalidad, cuando, en realidad, si ciertos psicoanálisis mantienen hoy su fuerza subversiva es porque justamente cuestionan esas categorías de lo normal y lo anormal. Es así que se malogra la experiencia psicoanalítica cuando va en la dirección de la adaptación a la normalidad.

El discurso psi no ha permanecido ajeno a esta biopolítica de la nueva normalidad y, como vivimos en una sociedad del espectáculo (no sólo en el sentido de que hay muchos medios de comunicación, sino porque nuestras vidas, lisa y llanamente, son gobernadas a través de los mass media, las nuevas tecnologías y las redes sociales) ese discurso psi nos ha llegado, o mejor, ha invadido nuestra vida cotidiana por todos los medios virtuales posibles a través de consejos, recomendaciones o directamente órdenes que dictan cómo se debe vivir la soledad en cuarentena hasta en los detalles más pequeños: se ha insistido hasta el cansancio con que hay que mantener los contactos virtuales o imponerse ¡rutinas! Como si cortar con ciertas rutinas nos llevara inminentemente a una catástrofe, y no pudiera significar tal vez un momento privilegiado para que alguien pueda replantearse o cambiar su forma de vida, sus relaciones, su trabajo y demás.

Real afirma que en muchas notas psi que han sido publicadas en distintas latitudes e idiomas se remarca cómo la soledad aumenta la ansiedad, el estrés y las enfermedades cardíacas y neurológicas. He leído expresiones como “la pandemia de la soledad”, “el virus maligno de la soledad”. Pues la soledad se aborda ahora desde el punto de vista estadístico, epidemiológico y poblacional. Es así como se construye nuestra subjetividad contemporánea.

Diversas soledades

Sin duda, hay quienes no pueden vivir solos o solas, hay quienes odian la soledad y, por eso, este tiempo puede haberles resultado particularmente difícil. Alguien puede efectivamente vivir de forma muy angustiante y terrible la soledad, y eso puede eventualmente llevarlo a consultar. Pero es importante distinguir de qué tipo de soledad se trata, o en qué condiciones se da esa soledad. Puede que sea en condiciones sumamente precarias, en personas sumidas en la pobreza, puede que se trate de personas que efectivamente son olvidadas, ya que hay quienes consideran que determinadas vidas no importan (ya sea por su color de piel, su sexo o su orientación sexual, por su edad avanzada, porque viven en situación de calle, son inmigrantes o están encerradas en manicomios o prisiones).

Han circulado en estos últimos meses imágenes macabras de personas muriendo en soledad. Un panorama más bien desolador. Aunque, afortunadamente, también hemos visto surgir y resurgir experiencias muy potentes y creativas de acompañamiento y cuidado a iniciativa de colectivos autónomos, vecinos y vecinas, organizaciones sociales y técnicos que han contrarrestado los efectos de la cuarentena en este tiempo de pandemia.

Vivimos en un mundo en el que se ha hecho de la soledad una enfermedad. Una persona que lleva una forma de vida soltera o solitaria parece ser no sólo juzgada sino peligrosa, pues se dice que está alejada de la realidad o de la sociedad, se dice que está loca; si a determinada edad estás solo “algún trauma o problemita debés tener”, la vida solitaria se ve como una amenaza (en primer lugar, para la institución de la pareja o la familia). Es algo que está mal visto: “por algo será”, “algo habrá hecho”, “algo le habrá pasado” (algún trauma). Pero hay una dimensión de la soledad que mantiene una potencia enorme (aun en cuarentena), y es que puede ser una experiencia y una forma de vida muy cuestionadora de otras formas de vida que existen en nuestra sociedad, en nuestra cultura, y a las cuales la persona llamada “solitaria” no se acopla.