Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.

Desde que se declaró la pandemia de covid-19 hay intensos debates acerca de la contradicción entre la necesidad de vacunas y el interés comercial de los proveedores. La situación tuvo un giro muy importante ayer, cuando el gobierno estadounidense presidido por Joe Biden anunció que apoyará, en la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se liberen las patentes para facilitar una mayor producción.

La cuestión es compleja, y le dedicamos una cobertura en la edición de este mes de nuestra revista Lento que ayuda a comprender todo lo que está en juego.

No cabe duda de que, en términos generales, lo mejor es que la inmunización sea global y se lleve a cabo en el menor tiempo posible. Uno de los muchos motivos es que, como sabemos muy bien debido a nuestra frontera terrestre con Brasil, resulta muy improbable que un país se salve solo.

Por otro lado, es evidente que haber dejado el tema en manos del mercado tuvo consecuencias terribles. Entre otros desastres, sucedió que los países más ricos acapararon vacunas desde el comienzo, incluso por encima de sus necesidades, y causaron así escasez en muchos otros. Esto determinó además el fracaso del programa Covax impulsado por la Organización Mundial de la Salud, al que apostó inicialmente, con malos resultados, el Poder Ejecutivo uruguayo.

Es obvio, asimismo, que los Estados financian investigación científica aprovechada por las empresas privadas, y que luego estas venden sus productos con enormes ganancias. Sin embargo, como señala en Lento el doctor Alejandro Chabalgoity, no se trata de simplificar el problema en términos de “científicos buenos y capitalistas malos”.

Los debates en esta materia son similares a otros vinculados desde hace mucho tiempo con la industria farmacéutica (y no sólo con ella). Por un lado, parece claro que, si hay un medicamento mejor que los demás para determinado fin, existe un derroche injustificado en la producción y promoción de los demás. Pero otros señalan que la producción del mejor medicamento es improbable sin competencia entre empresas.

En el caso de las vacunas, se alega que sin la oportunidad de un gran lucro disminuirían mucho las inversiones necesarias, tanto para la investigación como para otras tareas cruciales, que cubren un largo y difícil trecho entre el trabajo científico inicial y la inmunización colectiva (incluyendo los ensayos, la producción y la distribución en condiciones adecuadas y en gran escala).

De hecho, tras el anuncio de Biden hubo una caída del precio de las acciones de las empresas que producen vacunas contra la covid-19. No parece que esto vaya a destruir a firmas como Pfizer, que de enero a marzo de este año obtuvo unos 3.500 millones de dólares sólo por esa vía, pero el problema existe.

Como la superación del capitalismo no está a la vuelta de la esquina, lo viable a corto plazo en esta materia es establecer nuevas reglas de juego, en escala internacional, para las relaciones entre lo público y lo privado, que nos acerquen a mejores resultados para el conjunto de la humanidad. La decisión estadounidense es un avance bienvenido en esa dirección.

Hasta mañana.