Alejandro Chabalgoity es profesor titular del Departamento de Desarrollo Biotecnológico del Instituto de Higiene de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República de Uruguay. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Cambridge, en Inglaterra, en la década de 1990 realizando investigaciones sobre vacunas con Salmonella atenuada como portadora de antígenos. Desde entonces, se ha dedicado a la investigación y el desarrollo de vacunas, para salud tanto humana como animal. Incluso se ha lanzado a estudiar cómo la bacteria Salmonella, inoculada de forma atenuada, podría ayudar a combatir algunos tipos de cáncer, como el melanoma y el linfoma, entre otros.

Pero Chabalgoity no sólo se mueve en las aguas poco calmas de la investigación científica. También navega océanos más turbulentos, como el del desarrollo de biotecnología a partir del conocimiento generado, tanto en su departamento como en otras partes. Ha cerrado acuerdos con laboratorios de producción de vacunas veterinarias y humanas, consiguiendo recursos no sólo para realizar más investigación y desarrollo en su instituto, sino también para la universidad estatal en la que trabaja. Por eso, buscamos su visión sobre el tema del espray nasal de patente libre desarrollado por sus colegas en Finlandia y el periplo que atravesaron.

“Como se describe en la nota de Jacobin, pagar con fondos públicos la investigación para después tener que pagar los productos una vez que se hizo la transferencia, donde nadie salvo las compañías fabricantes gana nada, es una ridiculez”, dice Chabalgoity, que desde hace años reafirma la importancia de reactivar la producción nacional de vacunas. “Pero otro problema es cómo llega un producto al mercado”, agrega. Aunque el relato de la nota produce perplejidad, en el mundo de la ciencia, y más aún en las ciencias biológicas, las cosas no suelen ser sencillas ni lineales.

“Frecuentemente se comete el error de plantear que el elemento principal para el desarrollo de una vacuna es encontrar ‘la fórmula’, esto es, los componentes activos que estimulen el sistema inmune, pero no es así”, afirma Chabalgoity, y agrega que eso lo tienen muy claro en Cuba. La isla, cercada por un bloqueo económico que lleva varias décadas, es un ejemplo interesante también a la hora de observar los desarrollos biotecnológicos. “Vicente Vérez, quien ahora está trabajando con la vacuna Soberana contra la covid-19 en el Instituto Finlay de Vacunas, decía que una vez que tenés la fórmula, una vez que tenés la vacuna funcionando en el laboratorio de investigación, recién tenés 30% del trabajo hecho, porque todo lo que viene después es extremadamente complejo”.

“Hacer un ensayo una vez y que dé bien es un tema complejo, pero se puede hacer. Pero hacerlo de manera repetida y que todo el tiempo funcione es muchísimo más complejo. Por eso uno de los mayores aciertos del desarrollo del test de diagnóstico por PCR de Gonzalo Moratorio, Pilar Moreno y su gente de la Facultad de Ciencias y el Institut Pasteur de Montevideo es que se puede repetir y siempre funciona bien”, explica.

Que todo lo que funciona en un laboratorio alguna vez puede ser inmediatamente trasladado a una línea de producción es un relato simplificado. Para empezar, hay temas de replicabilidad, de escalabilidad —es decir, pasar de unos pocos experimentos en condiciones controladas a la producción masiva de un producto para el mercado— y de transferencia. “Supongamos que este espray nasal funciona bien y que se consigue el dinero como para financiar su producción. Después hay que ver si se puede fabricar en las cantidades necesarias y cómo se genera una planta productora, cómo se generan capacidades de producción en condiciones de GMP [siglas de ‘buenas prácticas de fabricación’ en inglés] que aseguren la calidad del producto”, sostiene Chabalgoity.

Una mirada endeble

“Plantear solamente el tema en términos de malos capitalistas versus buenos científicos que podemos descubrir una vacuna y que estaríamos en condiciones de producir si nos dejaran o nos dieran el dinero suficiente es un poco endeble”, afirma. “Creo firmemente que sí hay que considerar la opción de plantas productoras a nivel público, que tienen que ser versátiles, pragmáticas, tener capacidad de producir desarrollos propios, así como licenciamientos de terceros. Pero no cabe duda de que la industria tiene que jugar un papel en la fabricación de vacunas, porque hay un know-how que sólo ella tiene, desde el conocimiento del mercado hasta de las formas de distribución”.

Chabalgoity abre entonces el juego a una coexistencia entre lo público y lo privado. Sobre todo, porque es en el ámbito de la academia, como en el caso del espray nasal finlandés, donde se produce el conocimiento. “Desde la década de 1990 se viene denunciando que la investigación se financia fundamentalmente a través de agencias o universidades, que son financiadas en buena medida con fondos públicos, pero después lo que se descubre mediante esa investigación les pertenece a las compañías. Entonces al final de aquella década y principios de los 2000, se planteaba como consigna de una campaña, la llamada BUKO Pharma Campaign, que ‘la investigación médica es una cuestión pública’”, dice. “Si lo que es público es la investigación biomédica, la parte científica tiene que ser del Estado y lo que hay que hacer es saber valorizarla”, afirma. Para esto es necesario “hacer buenas negociaciones, en las que la investigación médica valga, y que cuando se venda a las empresas, se venda al precio o en las condiciones que se tiene que vender”.

“Políticamente estoy de acuerdo con lo que sugieren los finlandeses, pero creo que no hay que plantear que los capitalistas son malos y los científicos son buenos. Y sobre todo creo que el espray que ellos tienen, que puede ser bueno en modelos preclínicos, es sólo una parte. Tienen transitado apenas 30% del recorrido hacia un producto. Hay toda una serie de cosas que viene después que debe probarse”, sintetiza Chabalgoity. “Quizá lo tengan, y eso sería una buena noticia, pero no lo podemos concluir de la nota”.

Paradigmas y biotecnología

El asunto tiene otras complejidades. El artículo de Jacobin cuestiona algunas decisiones del gobierno finlandés y da a entender que el modelo de negocios basado en las patentes pone las ganancias por encima de la salud pública. Pero al mismo tiempo cae en la propia trampa que plantea: la patente libre de los investigadores finlandeses se muestra como una solución completa, como si la patente fuera todo.

“El paradigma sobre el cual se fundó la biotecnología moderna, con la imagen icónica de las empresas de garaje en California, está basado en la premisa de que el valor de una biotech es directamente proporcional al tamaño de su portafolio de patentes”, explica Chabalgoity. Eso lo vemos en la práctica cuando un gigante como Pfizer se asocia con una pequeña empresa como BioNTech para producir vacunas contra el coronavirus por el simple hecho de que esta tenía la patente de las vacunas ARN. “Pero ese paradigma de que el valor de una empresa es igual al tamaño de su portafolio de patentes implicó que en las últimas décadas el desarrollo de la biotecnología y sus productos se basara en que las empresas de biotecnología, que salían de las universidades y se nutrían de científicos formados con fondos públicos, no buscaran fabricar productos que llegaran a los pacientes, sino patentes. Sus clientes no eran los pacientes, sino las empresas que compraban las patentes. El mercado de la biotecnología pasó a ser el mercado de las patentes. ¿Y quiénes compran las patentes? Las empresas que pueden hacerlo y que después deciden cómo largar su línea de producción con base en las patentes que concentran. Y las pequeñas empresas de biotecnología en buena medida no trabajaban para desarrollar productos, sino para desarrollar patentes, porque eso es lo que vendían”, señala el uruguayo. Tener una vacuna de patente abierta, si bien es loable, no cambia ese paradigma, apenas le agrega las palabras open o free.

“Ese paradigma está obsoleto en muchos casos”, dice Chabalgoity. Y pone un ejemplo: “Lo que se precisaba saber del coronavirus para hacer una vacuna no era ciencia de frontera protegida por patentes, sino conocimiento científico sobre otros coronavirus ya existentes. Ese conocimiento permitió definir rápidamente, apenas semanas luego de la aparición del virus, que la proteína involucrada en el proceso por el cual el virus gana acceso a las células del hospedero, la famosa proteína spike, era el componente esencial para la vacuna a desarrollar. Eso en sí mismo no requirió ningún descubrimiento descomunal nuevo”, señala.

El aporte de las distintas vacunas fue cómo presentar esa proteína al sistema inmune. Y ahí se encuentran desde tecnologías modernas, algunas nunca usadas previamente para vacunas, como la de Pfizer, hasta tecnologías muy estandarizadas y de uso corriente en el desarrollo de vacunas, como la utilizada por la Sinovac. “Lo que fue un hecho sin precedentes es la forma en que se logró transitar todos los pasos del descubrimiento, el desarrollo, la validación y la producción en menos de un año. Y eso requería conocimiento desarrollado en laboratorios científicos, en muchos casos de universidades públicas, junto con capacidades de empresas para transformar esos conocimientos en productos”.

Así como el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones, los laboratorios de ciencias biológicas del mundo están repletos de experimentos fantásticos que, si bien podrían cambiar diversas cosas, no terminarán en un producto.

“El paradigma de evolución de la biotecnología mundial funcionó sobre todo en los lugares donde podía haber capitales de riesgo. California, como estado, era la quinta economía mundial y existían los capitales como para permitir este desarrollo. Pero en nuestros países trabajar sólo pensando en el desarrollo de patentes es un error conceptual, porque tenemos otro montón de lugares donde podemos trabajar con propiedad industrial, con secretos de producción, que nos permiten desarrollar productos que llegan al mercado, que te permiten obtener ganancias, y que sin embargo no tenés que patentar. Creo que hay que pensar el modelo de biotecnología apropiado para nuestros países. El plan de negocios evidentemente no es el mismo que para Estados Unidos”, dice Chabalgoity.

“Tener el descubrimiento que te genera la patente que te posibilita el producto no es el único modelo de negocios. La biotecnología es un negocio mucho más amplio, es el negocio de tener productos que tengan impacto en la salud humana o animal. Hay que tener modelos de negocios adaptados a nuestras realidades económicas y a nuestra capacidad de pelear las patentes”, agrega.

Tener un espray nasal basado en tecnología similar a la de otras vacunas —un adenovirus que carga las instrucciones para sintetizar en el cuerpo del hospedero la proteína spike para presentar al sistema inmune— es una cosa; pensar que se podría inocular con eso a toda la población de Finlandia en poco tiempo es otra muy distinta. “El tema en toda esta historia es visualizar la biotecnología como algo mucho más global y no como algo relacionado sólo con un descubrimiento”, sostiene el uruguayo.

“El descubrimiento es importante, pero es el comienzo del camino. Yo creo, y de hecho he recibido varias solicitudes de colaboración para trabajar en ello, que si tomamos las vacunas para la salmonela, que es con lo que vengo trabajando desde que empecé en ciencia, y les hacemos expresar de manera adecuada la proteína spike, es altamente probable que logremos estimular respuestas protectivas contra el SARS-CoV-2 en modelos experimentales. Hay al menos un grupo en el mundo ya trabajando en ello. El problema es que pasar de eso al desarrollo de una vacuna de aplicación real implica tener claro a qué querés llegar, cómo lo vas a hacer”, dice Chabalgoity.

El investigador de la Universidad de la República vuelve a mirar a la isla. “Un buen plan de negocios en ese sentido lo hizo Cuba, que es un modelo claro de cómo trabajar mezclando patentes con tecnologías ya probadas para poder hacer sus vacunas. Les falta sólo un buen departamento de marketing que logre vender su vacuna en todos lados”, bromea. “A ellos sí se les va a presentar el problema de que los grandes leones del planeta no los van a dejar levantar cabeza. Ellos sí tienen las capacidades para llegar a un producto de verdad y, si funciona, la capacidad para fabricarlo”.

“Hay quienes piensan que la biotecnología es algo que los científicos hacen en los ratos libres mientras toman café”, dice Chabalgoity, y continúa: “Científicos que hacen ciencia de primer nivel se sientan, toman un cafecito y piensan que con sus descubrimientos se puede hacer un producto si encuentran quién los financie. Pero la biotecnología no es eso. La biotecnología no es sólo un subproducto de la investigación. Obviamente, la investigación es parte esencial, pero la biotecnología es mucho más que eso. Transformar conocimiento en un producto es algo extremadamente complejo, y hay que reconocer que de eso las empresas saben mucho y a veces la solución es llegar a acuerdos con ellas”.