“Sentíamos que era nuestro deber comenzar a desarrollar este tipo de alternativas”, dice el profesor Kalle Saksela, director del Departamento de Virología de la Universidad de Helsinki. “En primavera, todavía pensaba que seguramente alguna entidad pública se involucraría y comenzaría a impulsar el proyecto. Pero resulta que ninguna situación es lo suficientemente urgente como para obligar al Estado a comenzar a buscar de manera activa algo como esto”.

Desde mayo de 2020, el equipo de Saksela tiene lista una vacuna contra la covid-19 sin patente, a la que denominaron “el Linux de las vacunas”, en un guiño al famoso sistema operativo de código abierto que también se originó en Finlandia. El trabajo se basa en datos de investigación disponibles públicamente y cumple con la premisa de compartir todos los hallazgos en revistas académicas arbitradas por pares.

El equipo de investigación incluye a algunos de los pesos pesados científicos de Finlandia, como el profesor de la Academia de Ciencias Seppo Ylä-Herttuala (del Instituto AI Virtanen), más un presidente de la Sociedad Europea de Terapia Génica y Celular y el académico Kari Alitalo, miembro extranjero asociado de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos. Están convencidos de que su aerosol nasal, basado en tecnología y conocimientos bien establecidos, es seguro y altamente efectivo.

“Es un producto terminado, en el sentido de que la formulación ya no cambiará de ninguna manera con más pruebas”, dice Saksela. “Con lo que tenemos, podríamos inocular a toda la población de Finlandia mañana”.

Pero en lugar de explorar el potencial de una investigación libre de propiedad intelectual, Finlandia, al igual que otros países occidentales, ha seguido la política predeterminada de las últimas décadas: apoyarse plenamente en las grandes farmacéuticas.

En el relato dominante, las vacunas contra la covid-19 de primera generación de Pfizer, Moderna y AstraZeneca se presentan típicamente como una demostración de cómo los mercados incentivan y aceleran la innovación. En realidad, el hecho de que el afán de lucro sea la fuerza primordial que da forma a la investigación médica ha sido devastador, especialmente en una pandemia de alcance mundial. La vacuna finlandesa proporciona un caso de estudio sorprendente de las muchas formas en que el modelo contemporáneo de financiación basado en patentes ha ralentizado el desarrollo de vacunas y de cómo actualmente obstaculiza la posibilidad de realizar campañas de inoculación masiva eficaces.

Propiedad intelectual privada

La necesidad de patentar el próximo producto revolucionario tiene muchos efectos corrosivos en la investigación. Incentiva a las empresas a ocultar sus hallazgos entre sí y ante la comunidad científica en general, incluso a costa de la salud humana. El modelo de “código abierto”, de propiedad intelectual libre, tiene como objetivo revertir esta situación y convertir la investigación en un esfuerzo de colaboración multilateral en lugar de una carrera para inventar y reinventar la rueda.

En lo que respecta específicamente a la covid-19, el freno que produce el modelo de financiamiento contemporáneo se siente de manera más aguda en las etapas finales, cuando se busca conseguir aprobación y poner en uso el producto terminado. El tiempo que se perdió durante los primeros días de la pandemia debido a la falta de colaboración y a los secretos comerciales, señala el virólogo Saksela, es relativamente insignificante. De hecho, el desarrollo de todas las vacunas inyectables de primera generación contra la covid-19 ha sido sencillo.

“La investigación de antecedentes se terminó en una tarde, que luego marcó la dirección para todas las investigaciones”, dice Saksela. “Basándonos en lo que ya sabemos sobre el SARS-1 y el MERS, todo era bastante obvio; eso no es un triunfo de la ciencia”. En lugar de introducir un germen inactivado o debilitado en el cuerpo humano, las nuevas inyecciones de coronavirus entrenan nuestro sistema inmunológico para responder a una spike protein o proteína de espícula —en sí misma, inofensiva— que forma las protuberancias características en la superficie del virus.

La comprensión ampliamente compartida de este mecanismo es anterior a las contribuciones de las compañías farmacéuticas. Esto plantea interrogantes sobre el impacto en el producto final de la investigación impulsada por patentes. ¿Hasta qué punto el trabajo está guiado por la eficacia médica y cuánto se basa en la necesidad de conservar las condiciones de propiedad?

“Las distintas empresas de biotecnología tienen que colocar la proteína de espícula en algún tipo de mecanismo de entrega, ya sea tecnología de ARN u otro”, explica Saksela. “Y, por lo general, la elección de ese mecanismo se basa en las aplicaciones para las que tienen una patente, más allá de que sea la mejor opción o no”.

La vacuna finlandesa usa un adenovirus para llevar las instrucciones genéticas que sintetizan la proteína de espícula. Una de sus ventajas prácticas es que, a diferencia de la tecnología de ARN basada en nanopartículas lipídicas, se puede almacenar en una heladera normal, potencialmente incluso a temperatura ambiente. Esto hace que la logística de entrega sea más fácil y económica, sin necesidad de almacenamiento ultrafrío. Más allá de su estabilidad y la conveniencia de la administración nasal, la vacuna puede tener otras cualidades superiores a muchas de las que se encuentran actualmente en el mercado, cree el equipo de Saksela.

“Para detener por completo la propagación del virus e impedir nuevas mutaciones necesitamos inducir la inmunidad esterilizante”, lo que significa que el virus ya no se replique en el cuerpo de una persona que está sana de otras enfermedades. Los ensayos preliminares parecen confirmar que el aerosol nasal logra esto. “En aproximadamente la mitad de las personas que fueron expuestas, incluso si no tienen síntomas, se descubre que el virus todavía está presente en el sistema respiratorio superior. Entonces, incluso si está de salida, todavía puede salir disparado por la puerta principal, convirtiendo el sistema inmunológico en una especie de compañero de entrenamiento”.

Pero si la vacuna es tan buena como se anuncia, ¿qué la está frenando? Fuera de las grandes farmacéuticas y los capitales de riesgo, quedan pocos mecanismos para asegurar la financiación de los ensayos con pacientes a gran escala necesarios para llevar una vacuna más allá de la línea final. Las patentes son monopolios reconocidos por los estados y prometen rendimientos de inversión potencialmente enormes. El modelo actual de financiación de la investigación farmacéutica se basa casi por completo en esa expectativa, y es aquí donde un producto médico libre de propiedad intelectual se encuentra con serios obstáculos.

Un ensayo clínico de fase 3 requiere decenas de miles de sujetos humanos y costaría alrededor de 50 millones de dólares. Pero teniendo en cuenta que, a pesar del relativo éxito de Finlandia en el control del virus, el país ya ha tenido que pedir prestados 18.000 millones de euros adicionales para atravesar la crisis, la suma parece una gota en el océano, porque equivale aproximadamente a un cuarto de punto porcentual de la deuda pública inducida por la pandemia hasta ahora. El número se vuelve absurdamente pequeño cuando se compara con la pérdida de vidas y la devastación económica en todo el mundo.

Foto del artículo 'La vacuna sin patente que nadie fabrica'

Ilustración: Aparicio Abella

El Estado le abre camino al beneficio privado

Esta situación es especialmente absurda si tenemos en cuenta que la investigación farmacéutica privada es financiada de manera mayoritaria por el sector público. Moderna recibió 2.500 millones de dólares en ayuda del gobierno estadounidense y aun así intentó vender la vacuna a precios inflados y exorbitantes. Pfizer se ha jactado de no haber recibido dinero de los contribuyentes, pero la campaña de relaciones públicas poco tiene que ver con la realidad: la vacuna se basa en aplicaciones de investigación pública desarrolladas por la firma alemana BioNTech, que recibió apoyo del gobierno alemán por una suma de 450 millones de dólares.

Estos números son sólo la punta del iceberg cuando consideramos el capital que los países invierten anualmente en universidades, instituciones científicas, educación e investigación básica. Así es que se construye el cuerpo de conocimiento y el know-how que subyacen a toda innovación.

“Por ejemplo, tenemos estos nuevos tipos de medicamentos biológicos, relacionados con las vacunas en un sentido técnico-científico, producidos con el mismo tipo de tecnología de ADN, cuyo precio es comparable a la extorsión”, dice Saksela. “Es muy triste. La suma más grande con la que se puede extorsionar a una persona o a un Estado es la que dicta el costo. Y, por supuesto, en última instancia, se basan en investigaciones financiadas con fondos públicos, como es el caso de las vacunas”.

En otras palabras, estamos pagando dos veces por la misma vacuna: primero por su desarrollo, luego por el producto terminado. Pero podría haber incluso un tercer precio, ya que los gobiernos han acordado asumir la responsabilidad de los posibles efectos secundarios de las vacunas contra el coronavirus. Esta es una dinámica típica entre las grandes corporaciones y los estados: las ganancias son privadas, los riesgos se socializan.

“Y, sin embargo, cuando traté de abogar por que Finlandia desarrollara su propia vacuna, este es el principal argumento que he escuchado: que es necesario tener una entidad con espalda lo suficientemente ancha como para asumir el riesgo”, dice Saksela. “Pero resulta que todo eso es un discurso vacío, ya que las empresas exigen y reciben la exención de cualquier responsabilidad”.

El actual sistema basado en el monopolio de patentes es un desarrollo relativamente reciente, no un efecto secundario inevitable del capitalismo. Hasta fines de la década de 1940, los gobiernos eran los principales encargados de financiar la investigación médica, mientras que el papel de las empresas farmacéuticas se limitaba sobre todo a la fabricación y la venta de medicamentos. Hoy en día, los gobiernos apoyan a las empresas en forma de diversos subsidios y privilegios monopólicos.

El daño va mucho más allá de la escasez y los altos precios. Por un lado, detener una enfermedad desde el vamos es un mal negocio. En un caso famoso, la compañía de biotecnología Gilead vio caer sus ganancias en 2015 y 2016 como resultado de su nuevo medicamento contra la hepatitis C, porque terminó curando por completo a la mayoría de los pacientes. La misma estructura de incentivos perversa ha saboteado los esfuerzos para crear vacunas preventivas, a pesar de las llamadas urgentes de los expertos en salud pública durante los últimos 20 años.

Si se hubiera invertido en investigación predictiva, el brote de covid-19 podría haberse detenido en China. En una entrevista con The New York Times, el profesor Vincent Racaniello, del Departamento de Microbiología e Inmunología de la Universidad de Columbia, lo expresó sin rodeos: “La única razón por la que no lo hicimos es porque no había suficiente respaldo financiero”. Peter Daszak, experto en ecología de enfermedades y en salud pública, está de acuerdo: “Sonó la alarma con el SARS y apretamos el botón de dormitar. Y luego volvimos a posponerla con el ébola, con el síndrome respiratorio de Oriente Medio y con el zika”.

Desafortunadamente, todavía no hay muchas señales de que los líderes políticos estén despertando. Hay una escasez desesperada de vacunas, mientras que las empresas farmacéuticas luchan por mantenerse al día incluso con sus propias estimaciones de producción. Esto es resultado directo no sólo de la inviolabilidad de las patentes, sino también de cómo el juego está manipulado contra soluciones creadas fuera del sistema con fines de lucro. Debido a que las vacunas sólo se pueden producir en laboratorios que son propiedad de los titulares de patentes o autorizados por ellos, la mayoría de los laboratorios farmacéuticas del mundo permanecen inactivos. Una solución de emergencia propuesta por India y Sudáfrica, y respaldada en la Organización Mundial del Comercio por la mayoría de los gobiernos del mundo, buscaba suspender los derechos de propiedad intelectual sobre las vacunas contra la covid-19. Los países ricos, liderados por Estados Unidos y la Unión Europea, se negaron categóricamente.

Mientras tanto, las naciones poderosas acapararon la mayor parte de todos los pedidos por adelantado de vacunas. Dejando a un lado la ética, esta es una forma catastrófica de combatir una pandemia. Para empezar, se están produciendo cantidades inadecuadas de vacunas y se distribuyen sobre la base de la riqueza en lugar de siguiendo una política sensata de salud pública. Así, incluso los países ricos terminan perjudicándose a sí mismos, porque se permite que el virus se siga propagando y mutando en la mayor parte del mundo.

Dentro de esta jerarquía global, Finlandia se encuentra entre los países más privilegiados. Pero el cuello de botella en la producción de vacunas está teniendo un efecto adverso en todas las sociedades, incluida la de Finlandia. Como subraya el profesor Saksela, es fundamental empezar a tomarse en serio la preparación, a nivel tanto nacional como mundial. El planeta está lejos de controlar la pandemia actual, y la triste realidad es que la próxima es sólo cuestión de tiempo.

“Que todo quede en manos de las fuerzas del mercado es representativo de los tiempos actuales”, dice Saksela. “Hay que estudiar cuidadosamente si es un enfoque totalmente sabio”.

¿Paraíso socialdemócrata?

Con frecuencia los medios internacionales presentan a Finlandia como un país de ensueño. Durante la pandemia, su nuevo gobierno de izquierda impulsó aún más la imagen progresista del país. Se podría esperar que un gobierno así fuera el defensor más obvio de una tecnología de vacunas financiada de manera pública y compartida libremente. Pero las últimas décadas —la era del neoliberalismo— han arrojado una larga sombra.

En medio de una tendencia general entre sus similares de otras partes del mundo, el gobernante Partido Socialdemócrata comenzó a remodelarse en la década de ١٩٩٠, en la estela del laborismo de Tony Blair y los demócratas de Bill Clinton. En 2003, el programa nacional de desarrollo de vacunas de Finlandia se suspendió, después de 100 años de funcionamiento, bajo el mandato de un ministro de Salud socialdemócrata, y se les abrió camino a compañías farmacéuticas multinacionales.

Aunque la vacuna ha recibido mucha atención en los medios de Finlandia, donde hay una oposición mucho más hostil al sector público que en los partidos en el poder, hay poco debate al respecto dentro del sistema político. En lugar de financiación estatal directa, Saksela y sus socios recibieron un consejo del Ministerio de Asuntos Sociales y Salud: establecer una startup y empezar a atraer inversores de riesgo.

Saksela tiene la esperanza de que todavía puedan obtener la financiación necesaria. Pero esto ha significado abrazar, al menos en parte, la lógica dada vuelta de la investigación médica impulsada por el mercado: si no se busca ganar dinero será muy difícil despegar, por más bueno o salvador que sea el producto.

“Un ensayo de fase 3 seguirá produciendo propiedad intelectual en torno a nuestra vacuna que creemos que es potencialmente rentable”, dice Saksela, “incluso si no es desproporcionadamente rentable”.