Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
A medida que se acerca el final de este período de gobierno, llega el tiempo de ir haciendo balances, y algunos realmente desaniman. Entre ellos, el del desempeño de la mayoría de quienes dirigen la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) y Secundaria.
En 2019, en el documento “Compromiso por el país”, acordado por los partidos que apoyaron a Luis Lacalle Pou en el balotaje, se afirmó que el país enfrentaba “una emergencia educativa”, que requería “revertir a corto plazo los problemas de cobertura, desvinculación, inequidad y calidad de aprendizaje”, y que los gobiernos anteriores habían sido “incapaces de generar mejoras significativas”, pero que la flamante coalición se proponía lograrlo.
Aquella introducción daba cuenta de un grave problema de enfoque, porque no hay registro, en Uruguay o en el mundo, de gobiernos que hayan logrado resolver a corto plazo problemas como los mencionados, pero además los cambios comenzaron tarde, y no sólo por la emergencia sanitaria. Los integrantes de la ANEP y la directora de Secundaria que designó el oficialismo emplearon gran parte de su tiempo y sus energías en combates infructuosos contra docentes y estudiantes agremiados, se tomaron un tiempo considerable para pensar qué querían hacer (pero terminaron copiando y pegando, aunque se suponía que habían llegado con una visión clara), y el proyecto de reforma que impulsan recién comenzó a aplicarse este año.
En consecuencia, ese proyecto no va a dar ningún resultado que se pueda evaluar seriamente antes de que estas autoridades terminen su mandato, quizá para que ocupen sus lugares personas con una orientación muy distinta. Además, todo indica que el presidente de la ANEP, Robert Silva, ni siquiera va a quedarse en su cargo hasta 2025, para dirigir por lo menos los primeros años de aplicación de la reforma que tanto defiende, sino que renunciará para competir por la postulación a la presidencia del maltrecho Partido Colorado. Por sus prioridades se conoce a la gente.
Mientras tanto, colectivos de estudiantes protestan, reclaman, ocupan liceos y son desalojados, en una rutina lamentable que a veces se desarrolla en forma burocrática y a veces, como ayer en el Zorrilla, incluye despliegues policiales amenazantes que nada aportan, salvo leña al fuego.
La reforma curricular no ha logrado movilizar más entusiasmos que el proclamado desde las autoridades. No se conocen grupos de docentes o de estudiantes, agremiados o no que depositen grandes esperanzas en ella y la defiendan. Algo ha de tener que ver esto con el hecho de que la mayoría del Consejo Directivo Central de la ANEP, y muy particularmente la directora de Secundaria, han querido imponer los cambios desde arriba, sin diálogo y con una considerable dosis de prejuicios negativos hacia sus posibles interlocutores. O sea, de la forma más alejada de un buen criterio pedagógico que se pueda imaginar.
Ayer el gremio estudiantil del liceo Zorrilla demandó y consiguió que se agendara una reunión para dialogar con autoridades, pero ya es bastante tarde para que esto cambie algo significativo. En Secundaria habrá que empezar otra vez, esperemos que mejor.
Hasta el lunes.