Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
El diputado Eduardo Lust, elegido en 2019 por Cabildo Abierto, llegó a la conclusión de que tenía que apartarse de ese partido para iniciar un camino político propio, por discrepancias muy importantes con la mayoría. Esto es muy legítimo, y sin duda preferible a que hubiera permanecido al amparo de una fuerza política sin identificarse con sus orientaciones. La cuestión es que, como ha sucedido en la gran mayoría de estos casos, Lust decidió que seguirá ocupando “su” banca en la Cámara de Representantes.
Como también es habitual, el partido que pierde un legislador sostiene que este debería renunciar al Parlamento y dejar su lugar a alguien alineado con la mayoría. Los debates al respecto no se refieren a la interpretación de una norma, porque no existe una para establecer a quién “le pertenece” la banca y nunca hubo voluntad política de aprobarla, con mayorías parlamentarias de muy diversas orientaciones.
Sin una clara disposición constitucional o legal de referencia, las autoridades de la Corte Electoral (CE) no pueden resolver estos problemas, pero si se intenta considerar el asunto racionalmente y en forma desinteresada, la presentación de las hojas de votación y la forma en que se adjudican las bancas nos dan pistas inequívocas.
En las listas figura primero el partido, luego el sector y finalmente las personas que se postulan a cargos. Cuando la CE determina, a partir de la votación ciudadana, cómo se integrará una cámara parlamentaria, calcula primero cuántas bancas le corresponden a cada partido, después el reparto por sublemas dentro de cada partido, y finalmente dispone que, como al sublema S del partido P le tocan, por ejemplo, dos lugares en el Senado, pasarán a ocuparlos Fulano y Mengana.
Fulano asume su banca personalmente, y con esa base se alega que el lugar es suyo, pero el hecho de que asuma él y no Zutane tiene una causa lógica, obviamente determinada por el modo en que Fulano se presentó como candidato y por el modo en que la CE comprobó y proclamó que le correspondía ser senador.
Los partidos (todos ellos) han preferido no dejar establecido, en la Constitución o en una ley, que por lo antedicho las bancas son suyas, y deben ser abandonadas por quienes deciden alejarse. Pero tampoco han querido establecer que, por el contrario, las bancas son de quienes las ocupan como titulares, con independencia de que permanezcan o no en los partidos por los que se postularon.
Hay motivos para que no se haya zanjado este asunto ni otros semejantes. A ningún partido le agrada ver disminuida su representación parlamentaria, pero probablemente les agradaría menos perder el actual margen de maniobra, que les permite evaluar en cada caso si conviene más un intento de disciplinar en forma discreta las disidencias, la pérdida de una banca o verse envueltos en un escándalo.
Hubo legisladores que, ante diferencias insalvables con los partidos o sectores por los que habían sido elegidos, optaron por renunciar al Parlamento. Desde la salida de la dictadura, alcanzan para contarlos los dedos de una mano. En cada ocasión les llovieron elogios, pero nunca se decidió que la excepción debiera convertirse en regla.
Hasta el lunes.