Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
El Frente Amplio (FA) realizó el fin de semana un Encuentro de Feminismos y, según dijo la presidenta de su Comisión Nacional de Género, Feminismos y Diversidad, Patricia González, los resultados le permitirán tener mañana “problemas distintos a los de la semana pasada”. Problemas mejores.
Es posible que haya frenteamplistas convencidos de que acontecimientos como este son una complicación indeseable, porque lo prioritario en este año preelectoral es levantar propuestas de consenso que acumulen para cambiar rumbos en el país, evitando todo lo que transparente problemas internos de la fuerza política y pueda generar rechazos en parte de la ciudadanía.
Esto tiene que ver con el hecho de que las posiciones ideológicas conservadoras en cuestiones de género atraviesan el conjunto de la sociedad, incluyendo al FA. Precisamente por eso son necesarias y deberían ser bienvenidas las complicaciones que trajo consigo el encuentro.
La necesidad de profundizar los enfoques, las definiciones y los cambios de conducta en esta materia no sólo se debe a que las desigualdades y violencias de género agravan todos los grandes problemas sociales que el FA se propone resolver, ni sólo a que es difícil encontrar hoy un movimiento emancipador más potente que el constituido por los feminismos. Esa necesidad responde asimismo a que, en la dinámica interna del frenteamplismo, las posiciones y prácticas patriarcales son una dura traba a la concreción de las propuestas con las que esa fuerza política proclama estar comprometida. Y, como escribió la notable feminista estadounidense Ursula K Le Guin en su novela Los desposeídos, no es posible hacer la revolución sin ser la revolución.
Las definiciones programáticas del FA son una larga historia de articular diversidad y construir denominadores comunes. Esto requirió siempre, desde las conversaciones previas a la fundación el 5 de febrero de 1971, madurez política para equilibrar el respeto a las diferencias y el énfasis en lo que potencie al conjunto, pero aquel resultado habría envejecido muy mal si los acuerdos iniciales se hubieran convertido en doctrinas indiscutibles.
La creación de un espacio de convivencia política sirve para que en él puedan desarrollarse intercambios y síntesis nuevas, sin dejar a nadie atrás y sin que las posiciones de vanguardia queden en offside, pero también sin temerles a los debates necesarios para que la unidad no se convierta en un fósil o en un dispositivo para expulsar, neutralizar o desanimar las voluntades de cambio. Como dijo González en la apertura del encuentro, se trata de “tensar sin romper”.
Sabe mucho de esto Margarita Percovich, que ocupó un merecido lugar en el estrado. Hace 40 años eran mucho más toscas y agresivas las resistencias al feminismo que supo afrontar una y otra vez, como muchas otras militantes precursoras, sin perder la convicción ni la paciencia.
Varias generaciones ocuparon los espacios que ellas fueron construyendo y siguieron adelante. Otras vendrán, y así sucesivamente, si logramos que mujeres y varones puedan ser cada vez más libres.
Hasta mañana.