Buenos días. Les comento algunas noticias que pueden leer hoy en la diaria.
Ayer se cumplieron 40 años de la liberación del general Liber Seregni. Aquí debería decir, entre paréntesis, en qué página está la nota correspondiente, pero no la hay. Tras amplias convocatorias para conmemorar cuatro décadas de varios hitos en la reconquista de la democracia, con este no sucedió lo mismo. Ni siquiera el Frente Amplio (FA), en un año electoral, realizó una actividad oficial propia, y se limitó a difundir en redes sociales un breve video, semejante a otros de aniversarios anteriores. A veces la ausencia de noticias es noticia.
Sin aventurar causas de esta lamentable omisión, cabe señalar que el recuerdo del general ha tendido a configurarse de una forma problemática. Abundan la bibliografía sobre él y los registros en internet de charlas sobre su vida y su obra, en varios casos de alto nivel, pero en ámbitos masivos y superficiales predomina una visión de Seregni como predicador de ética, con menoscabo u olvido de su pensamiento y su acción en el terreno de la política. Y, si bien nos dejó un ejemplo ético admirable, es infiel reducir su figura a la de un productor de frases para marcalibros o mensajes inspiradores en redes sociales, cercano al territorio de lo que Mario Benedetti llamó la “cándida moraleja”.
En vida ya tuvo problemas para que algunos de sus planteamientos fueran comprendidos cabalmente. Para la salida de la dictadura, por ejemplo, planteó una orientación definida en tres palabras: “movilización, concertación, negociación”, y no todos la aceptaron como un enfoque integral que implicaba mantener activas las tres partes. Algunos entendían que se trataba de una sucesión de etapas y que cada una terminaba para darle paso a la siguiente. Otros jerarquizaban uno solo de los elementos para cualquier circunstancia.
Si tuviéramos que resumir también en tres conceptos la estrategia que Seregni mantuvo hasta su muerte, podríamos decir que combinaba el cultivo del frenteamplismo, el esclarecimiento de la identidad adversaria y la construcción de políticas de Estado para gobernar el país. “Otra vez de nuevo”, como le gustaba decir al general, enfrentó problemas de interpretación.
Hubo un Seregni custodio de la identidad frenteamplista, por ejemplo, en la iniciativa del voto en blanco de 1982, o en sus enormes esfuerzos para mantener unidad en la diversidad, dentro de una coalición y movimiento. No fue contradictorio con el Seregni del Centro de Estudios Estratégicos 1815, en el último tramo de su actividad pública, que buscó articular acuerdos sociales y políticos amplios sobre grandes temas programáticos. Ninguno de ellos fue contradictorio con el Seregni que pronosticó, en mayo de 1985, un nuevo bipartidismo, y diez años después negoció una reforma constitucional que impusiera una sola candidatura presidencial por lema, para evitar que cada uno pudiera convocar desde progresistas hasta reaccionarios.
No era cuestión de enfatizar una sola de esas tres facetas, ni de concebirlas como tramos de un camino lineal, sino de articularlas.
Quizá las dificultades del FA para mantener vivas las tres llamas tengan que ver con sus dificultades para asumir y conmemorar, plenamente, el fecundo legado del general.
Hasta mañana.