Hoy es 6 de mayo. Faltan 55 días para las elecciones internas y 174 para las nacionales.
Sexo, violencia y escándalo, acusaciones a un político de alto perfil. Shows mediáticos y debates salvajes en redes sociales. Contradicciones, retractaciones, acusaciones cruzadas y posibles conspiraciones, con uso de tecnologías para engañar y manipular a la ciudadanía. La historia de la denuncia hoy desmantelada contra el frenteamplista Yamandú Orsi, por una presunta agresión a una mujer trans hace diez años, estuvo y está llena de zonas oscuras y afirmaciones indemostrables, pero combinó ingredientes que atraen, por diversos motivos, el interés de mucha gente.
Es el tipo de historia que hace algunos años veíamos transcurrir, por ejemplo, en los medios de comunicación argentinos, con una mezcla de diversión, morbo y espanto, y que luego muchas personas comentaban con la santurrona convicción de que nunca podrían suceder en Uruguay, pero que ahora suceden en el contexto de un año electoral, polarizado y de desenlace incierto, que plantea decisiones muy relevantes para el país.
Hay dos grandes bloques políticos contrapuestos que compiten por ganar la confianza de la mayoría; están sobre la mesa dos proyectos de reforma constitucional muy controvertidos, sobre cuestiones de suma importancia. Al igual que en otros años electorales, afrontamos el grave problema de que los eslóganes, las simplificaciones y los argumentos engañosos sobre lo que está en juego se sobrepongan a la reflexión informada. Pero hay además un problema nuevo, tanto o más grave: que los ejes temáticos reales de la contienda sean sustituidos por falsificaciones.
En la historia de la denuncia contra Orsi, los eslabones más débiles de la cadena son personas vulnerables que ahora se hunden en el descrédito y quedan expuestas a condenas judiciales. Pero también hubo fogoneros interesados, moviéndose con astucia y asesoramiento para evitar ese tipo de riesgos. Los eslabones más débiles no tenían, obviamente, los recursos necesarios para activar una reproducción masiva de la difamación; otras personas sí los tienen. Lo que no sabemos, y quizá nunca sepamos, es si aplicaron esos recursos porque se les presentó una ocasión inesperada o si orquestaron todo el proceso desde el comienzo.
Lo que sí sabemos, y no debemos olvidar, es que esta lamentable historia no consistió solamente en una maliciosa operación de corto vuelo por parte de personas vulnerables. Los nuevos procedimientos de campaña sucia ya comenzaron a usarse y es muy probable que se sigan usando. Hay que mantenerse alerta.
Lo antedicho no es poco, pero se le agrega un intento de descalificar todo el proceso contra Gustavo Penadés, alegando que se puede haber basado en una operación difamatoria con los mismos procedimientos y la misma responsable que la denuncia contra Orsi, al amparo de la “ideología de género” y de presuntas debilidades de Fiscalía. Las diferencias entre ambos casos son enormes, entre otras cosas porque de un lado hubo sólo una acusación endeble y del otro, una investigación rigurosa que acumuló evidencia contundente. A partir de una manipulación se intenta otra, y una vez más ignoramos si se trata de aprovechar una ocasión o hay un plan.
Hasta mañana.