Hoy es 27 de junio. Faltan tres días para las elecciones internas y 122 para las nacionales.

La campaña para las elecciones internas llega a su fin. Ha sido novedosa, en materia de precandidaturas, para los partidos mayores en que hay competencia por la postulación presidencial, pero deslucida en lo referido a las propuestas y de escasa repercusión fuera de las personas más politizadas. Los resultados serán relevantes para configurar el panorama hacia las nacionales de octubre y las relaciones de fuerzas orgánicas dentro de cada lema, pero no dirán mucho sobre el estado general de la opinión pública, salvo en el improbable caso de que la participación supere con creces a la habitual en este siglo.

A grandes rasgos, de todos modos, la cuestión de fondo seguirá siendo simple para la ciudadanía en octubre. Una opción es renovar la confianza mayoritaria de 2019 en el actual oficialismo, donde hoy predomina aún más el sector conducido por Luis Lacalle Pou, pero no hay una candidatura de potencia comparable. La otra opción es darle su cuarto período de gobierno al Frente Amplio (FA), donde los sectores a los que suele llamarse moderados tienen menor protagonismo pero la “moderación” parece mayoritaria, y en la noche de este domingo será proclamada una fórmula más atractiva que la que se gestó con dificultades y demoras hace cinco años.

Las encuestas indican que los temas más preocupantes para el electorado siguen siendo los mismos, con fuerte peso de la seguridad pública y las cuestiones económicas, y que la intención de voto por el FA en las nacionales es bastante mayor que en 2019. Por lo tanto, cabe deducir que la experiencia de este período y la renovación de precandidaturas en ambos bloques han sido beneficiosas para los frenteamplistas. Todo esto ya lo sabíamos antes de que comenzara la campaña para las internas, que no ha aportado gran cosa para darle significados más precisos a la alternativa.

Ni la oposición ni el oficialismo están planteando grandes iniciativas nuevas, de la magnitud que tuvieron en su momento, por ejemplo, la reforma tributaria o las de los sistemas de salud o de seguridad social. Esto puede deberse a que no perciben en la ciudadanía demandas fuertes de este tipo de cambios, a que por lo menos no las perciben en el sector indeciso que inclinará la balanza de octubre hacia uno u otro bloque, o a que no quieren poner sobre la mesa propuestas bombardeables desde el campo adversario. La artillería actual se refiere sobre todo a la siembra de desconfianza sobre presuntas intenciones que los partidos no manifiestan.

Recordemos que reformas de gran envergadura como las mencionadas no fueron planteadas en las campañas de este siglo más que como grandes titulares, y que algunas otras, como el Plan Ceibal o la legalización del cannabis, ni siquiera estaban en los planes preelectorales. Esto nos dice algo significativo, aunque no necesariamente bueno, sobre la relación contemporánea entre partidos y votantes.

Es poco probable que luego de las internas, en la disputa por la preferencia de personas menos politizadas, se arriesgue más en las propuestas, pero la mayoría que ya tiene preferencias definidas sabe que hay mucho en juego para el futuro del país.

Hasta mañana.