“Decretá todos los días. Doy la bienvenida a un nuevo comienzo. Me abro a recibir todo el amor, el éxito y la abundancia. Mis ingresos son ilimitados, todo el dinero vuelve a mí, multiplicado. Gracias, gracias, gracias. Llovizna, llovizna, llovizna”, dice la influencer Naty Franz —ella se presenta como escritora y creadora de un método— en uno de sus videos de Instagram más comentados. Sobre el final aconseja: “Cada vez que vas a pagar, cada vez que estás pensando en dinero, atraelo, visualizá y manifestá que sos un imán y atraé todo lo que necesitás. Repetilo 21 días. Todos los días, todo el tiempo”.
A Naty Franz la conocí por Alan, un amigo diseñador. Él dice que está contento con su trabajo pero gana poco. Eso lo frustra, lo hace preguntarse qué está haciendo mal, y entonces acude a Franz. Como él, son cientos de miles (sólo en Instagram Franz tiene 700.000 seguidores) quienes buscan de forma cotidiana consejos para “sanar” sus problemas profundos o banales gracias a estos nuevos gurúes. Ellos quieren detectar alguna zona para mejorar, como decía aquel best seller publicado en 1976, Tus zonas erróneas, de Wayne Dyer. Hoy las técnicas y los mensajes de muchos de esos libros que fueron furor en las décadas del 70, el 80 y el 90 se transformaron en cuentas de redes sociales que nos dicen qué hacer en estos tiempos de vértigo y crisis sociales y afectivas.
Naty Franz es una de las tantas opciones exitosas en las redes. Accesible. Rutilante. Pragmática. Para la doctora en Ciencias Sociales Carolina Duek, profesora de la Facultad de Comunicación de Buenos Aires experta en cultura popular, lo característico de estas cuentas es que apelan a un culto de la imagen. “Vi hace poco un video de Naty Franz en un teatro haciendo levantar a todo el mundo, todos llorando, haciendo una especie de exteriorización. El culto a la imagen es muy importante: se promueven como estrellas farandulescas, no en un sentido despectivo, sino como parte del star system, algo sobre lo cual ya hablaba la Escuela de Fráncfort”.
Según Luciano Lutereau, doctor en Psicología y Filosofía, autor de varios libros y también influencer (su cuenta de Instagram tiene más de 250.000 seguidores), lo interesante de estos nuevos gurúes es que saben a quiénes les hablan. Tienen el mejor recorte de cuál es la subjetividad contemporánea y qué es lo que alguien puede escuchar. “Ellos crean un entorno precioso, de almohadones de colores, y hablan pausado. Saben que la sensibilidad del sujeto contemporáneo cambió: el sujeto hiperindividualizado no es un sujeto con interioridad. No tiene ningún adentro, es puro afuera”, dice.
En La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad del hiperconsumo, el filósofo francés Gilles Lipovetsky se pregunta por qué las opulentas sociedades occidentales generan tanta sensación de infelicidad y asume que en el “turbocapitalismo actual” ya no deseamos —solamente— bienes materiales lo más depurados posible, sino también bienes inmateriales como paz interior, bienestar psíquico, plenitud. La felicidad, en fin. Y en estas cuentas se reactualiza aquello de lo “público privado” de lo que hablaba la antropóloga Paula Sibilia en el ya clásico La intimidad como espectáculo.
Inocentes y culpables
Mi caso. A la mañana, con el pijama puesto —costumbre criticable dejarlo tanto tiempo, culpa de la pandemia—, encaro el día. Miro la agenda: debo entregar la reseña de una novela, pagar las expensas, contestar una entrevista que no sé si es por Zoom o por teléfono. Ojalá sea sin imagen porque tengo herpes —me sale cada vez que ando estresada—. Más tarde dicto una clase, está pendiente emprolijar la presentación.
Llevo el café al escritorio y el ritual de consumo se repite. Leo las noticias mientras oigo un programa por streaming, abro un newsletter con un resumen bien curado de las noticias de cultura de cada día. Al mismo tiempo voy a mis redes: allí se cruzan auspicios de literatura y ropa, joyas y cursos universitarios, el club Independiente, la selección argentina, astrologías y clases de gimnasia. El día por delante me entusiasma y me angustia, menos mal que mañana tengo psicólogo. Aparece “Aries” y leo las descripciones de cómo soy, me siento identificada. Paso a The Guardian, uno de los medios que mejor cubren las atrocidades de la guerra entre Israel y Palestina, sobre la cual escribí un libro. Las atrocidades siguen siendo atrocidades; todo siempre puede ir peor.
En la radio hablan de déficit fiscal en Argentina. Chequeo las cuentas de belleza no hegemónica que sigo y me siento linda, y enseguida culpable.
Como si hubieran adivinado al azar, o con certeza y precisión, porque eso hacen en general los algoritmos —agencias de inteligencia que nos conocen mejor que nosotros mismos—, hace un tiempo Instagram empezó a sugerirme a una psicóloga experta en “narcisismos”. Allí describe ese tipo de personalidades que me resultan familiares. La oigo y me siento amparada. La loca no soy yo. La licenciada me hace sentir víctima. Y buena persona. Por un rato. Pareciera que no tuve nada que ver con haber elegido esas relaciones. Sé que el discurso es demasiado lineal, pero me consuela lo que dura el reel y siento una bronca catártica. A diferencia de otras influencers, ella tiene una clara formación en psicología. Los saberes formales de las otras son eclécticos, a veces misteriosos; pueden recorrer el hinduismo, las energías o el conductismo, ninguna disciplina se excluye per se. Hasta las neurociencias y el ecofeminismo pueden entrar en sus discursos.
Vivi Holz, de la cuenta “Curaduría de energía”, se presenta como “Investigadora y Terapeuta en Energía Sutil. Limpieza energética de espacios. Lo zen no quita lo punk”. Y su descripción está rodeada de muchos emojis.
En uno de sus últimos posteos, explica más sobre su experiencia. Hace décadas trabaja “de manera exhaustiva en terapéutica energética sobre todo tipo de patologías y desórdenes. [...] Realiza curadurías de energía en espacios”. Allí anuncia que va a participar, junto a Verónica Gostissa, en un encuentro llamado “Cientificismo sagrado”. Su compañera es abogada penalista, diplomada en Ecofeminismo y en Derecho Ambiental, e integra grupos de trabajo sobre cannabis medicinal. Las consignas de su cuenta son simples y efectivas, como la alegría de descubrir el optimismo en una frase de sobrecito de azúcar o de galleta de la fortuna en los barrios chinos de todo el mundo.
“Un corazón magullado puede ser un buen comienzo”.
“En un mundo que se está rompiendo es necesario no permitirse perder gente valiosa por cobardía, juicios y negligencia”.
Y para hacer la placa más explicativa y profunda, al contrario de mi caso con la otra cuenta de narcisismos, en la que claramente soy una pobrecita que ha sufrido abuso emocional, ella aconseja notar: “No siempre somos los buenos de la película. Lo único que puedo sugerirles es que el ‘ya no me vibra’ o ‘resonamos distinto’ puede significar también que estés vibrando vos muy choto y no la otra persona”.
Las redes funcionan de manera más coparticipativa, más inmediata que los libros de autoayuda. Los comentarios, agradecidos, retroalimentan la producción de los contenidos de los posteos.
Para Nicolás Viotti, doctor en Antropología experto en nuevas espiritualidades, resulta evidente que existe una gramática común, un lenguaje vinculado “con la autonomía y el desarrollo personal, el trabajo con uno mismo, la autoindagación, que tiene que ver con la psicología en general”. La diferencia la marca el medio. Por un lado, dice, la autoayuda en un soporte letrado y mercantil, con un sistema de ventas, que tiene anaqueles pautados en las librerías y un circuito. Y por otro lado el formato digital, que supone una relación mucho más instantánea, en la que el productor es un creador y el consumidor, un prosumidor. Es un modelo mucho más entramado y menos jerárquico que el que existe entre un lector y un autor; es más coparticipativo, interactivo y en red.
A veces, cuando me cruzo en una reunión con alguna persona conocida, me parece que sé de su vida, que nos vimos hace poco, porque las veo en X o Instagram. Las redes, también en estos casos, dan una sensación de cercanía particular.
Cuentapropismo espiritual
Mi amigo Alan me pasa por WhatsApp un video de Naty Franz haciendo “tapping”, una técnica de liberación emocional desarrollada hace 30 años en Estados Unidos, que mezcla elementos de acupuntura y psicología. Es uno de los “métodos” de Naty. La voz de Naty me pone nerviosa. Los golpecitos me recuerdan a las sesiones de meditación trascendental durante mi época de estudiante secundaria y me doy una orden a mí misma: “Con probar no pierdo nada”. Empiezo a golpearme la cabeza y las muñecas con suavidad y ritmo de pájaro loco para recibir abundancia. Se siente placentero y fácil.
“Podés seguir mis movimientos y repetir mis palabras. No necesitás más que practicarlo y confiar en tu cuerpo, que irá haciendo el trabajo de liberación de estrés y ansiedad”. Me suena a aquel refrán “Persevera y triunfarás”. Y parece cómodo.
No tendré que ir a un estudio de yoga, ni a un templo, ni a una reunión. La oigo: propone aunar “cuerpo, mente y alma”. Ajá. Y no son necesarios conocimientos previos, sólo “practicar”. Sus objetivos van desde dominar la ansiedad hasta el deseo de conseguir un buen trabajo o “recibir abundancia”. Además de tapping, recomienda —y en un video lo practica con un hombre— el masaje Shantala método NF. “Es sanador, te ayuda a conectar con el otro, te llena de bienestar y salud”. Carismática, hiperfibrosa y delgada, Naty también tiene un video en el que les habla de manera irónica a sus “haters”, una reversión del “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”.
¿En qué se parecen entonces estos mensajes tan heterodoxos pero igual de imperativos a la influencia que ejercían los gurúes por fuera de las religiones tradicionales?
Violeta Gorodischer es escritora y autora de, entre otros, Buscadores de fe. Un viaje a la espiritualidad contemporánea. Allí explora retóricas, métodos y trayectorias de distintos líderes espirituales ante las crisis de los valores de las religiones occidentales judeocristianas y también, dice ella, del psicoanálisis en general. Lo de estos gurúes “está a medio camino entre una religión y una psicología, es un híbrido”, agrega.
No hay un dios en quien creer y son movimientos nuevos, como mucho del comienzo del siglo XX. “Sí quizá deidades asiáticas o latinoamericanas; rituales de ayahuasca, o El Arte de Vivir, que tiene una organización casi empresarial, o meditación trascendental o unas invocaciones a las voces del universo que se llaman Crion, etc.”.
Fortunato Mallimaci, sociólogo y director de equipos de investigación sobre religión en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) y la Universidad de Buenos Aires, suele hablar de “cuentapropismo espiritual”, gente que va tomando retazos de distintas prácticas y va formando su propia forma de fe.
“Muchas traen sus religiones heredadas y amalgaman eso con estas distintas corrientes, que pueden tener un poco de meditación, un poco de respiración y algún ritual con una búsqueda más holística y no se contradicen unas con otras. No hay templo, no hay deidad, no hay rezo, por eso se complementan”, dice Gorodischer.
¿Qué definiciones de autoayuda caben bajo esta gran sombrilla, apta para los vientos más feroces de la costa atlántica, en su modulación blanda, patinosa y expansiva?
Ese tipo de discursos, en términos generales, parece permear casi todas las áreas de la vida.
Duek dice, siguiendo a las autoras Vanina Papalini y Eva Illouz, que el género autoayuda es un producto totalmente previsible de la industria cultural. “Estos libros proponen soluciones estereotipadas y generalizantes ante problemas puntuales que no se pueden generalizar. Y los influencers de autoayuda son un subproducto de aquellos textos; en un doble grado. Ya Adorno y Horkheimer decían que la característica de la industria cultural es que no deja nada a juicio del espectador”.
¿Para qué vas al psicólogo?
Recuerdo a mis padres decir que los problemas se hablaban sólo con gente de confianza. A mi madre contar que en los años setenta iba a yoga a escondidas de mi padre. Una reversión, pienso, de otro refrán popular: “Los trapitos sucios se limpian en casa”.
Para Lutereau, la mayor diferencia es la construcción del enunciador, el lugar desde el cual se nos habla, la noción de autoridad. Hace poco terminó un seminario de psicoanálisis de la autoayuda para el cual leyó o releyó los clásicos del género. Entre ellos, por ejemplo, Mujeres que aman demasiado (1985), el best seller de la psiquiatra Robin Norwood. Según él, si comparamos los discursos actuales con los de la psicología tradicional durante la primera mitad del siglo XX, todo lo que propuso la autoayuda en los ochenta y los noventa se hubiera considerado de mal gusto y hasta vergonzoso socialmente 30 años antes.
“La condición de posibilidad de la aparición de la autoayuda y luego de este tipo de discursos es cierto desdibujamiento de la interioridad de cada quien en que no entra nadie más que la gente cercana o la familia”. Si alguien iba a un terapeuta, el dato se mantenía en una zona de suma intimidad.
“El cambio en la subjetividad, el modo de vivir la relación de cada quien con uno mismo fue muy grande a partir de la década del 80, sobre todo con la tecnologización y el pasaje de una sociedad de capitalismo industrial a un capitalismo financiero y especulativo”, dice Lutereau.
“La autora de Mujeres que aman demasiado no tiene problema en decir que las mujeres tienen una enfermedad y que su modelo es la adicción, que las mujeres son adictas a los hombres y deben curarse”. Siempre están presentes, dice el psicoanalista, el campo semántico y la metodología del mundo de la salud. La autoayuda clásica plantea un sujeto fuertemente moral. Es decir: “Yo te digo lo que tenés que hacer y por medio de qué vías y vos lo vas a tener que hacer. Y Norwood es potente: a tal tipo no lo llames más, no lo contactes más. Cosas que volvieron en el tratamiento básico de los psicópatas narcisistas, que son refritos de cosas dichas hace 40 años”.
Autoestimarse rápido
Me sorprende la cantidad de cuentas de amigos y amigas íntimas que siguen y megustean las cuentas de estos gurúes, psicólogos y coaches y que nunca lo hayamos hablado. ¿Será un consumo, para algunos, vergonzante?
La cuenta de Cecilia Carena se describe así: “Uniendo Ciencia y Espiritualidad. Llama Violeta + Física Cuántica + Coaching Ontológico + VIAJES Conscientes”. Usa la expresión “gimnasio espiritual” al cual podemos anotarnos y así recibir material extra para, ante el flagelo del narcisismo, lograr la “Activación con LLAMA VIOLETA para poner el foco en el proceso de sanación”. Al anunciar un video en vivo dice que “aprender sobre narcisismo es fundamental hoy en día”.
En línea con otros influencers que han sufrido “transformaciones radicales”, ella se presenta como alguien que era “materialista”, dedicada al mundo de la moda. Hasta que sufrió la tragedia de que su hija muriera al instante de nacer. Lo testimonial es clave porque genera identificación y compasión. En otro reel también habla de abuso sexual sufrido cuando era menor. Si la religión tradicional ofrecía “salvación” y sentido de la vida, según Viotti, estas prácticas ofrecen una cura, una terapia del aquí y ahora. Como muestra el caso de Carena, ya no se trata del especialista sino de alguien que se apoya en las cosas que vivió a lo largo del tiempo, que se encontró con problemas a los que buscó solución. Además de ser sujetos muy estetizados, según Lutereau, hay un giro rotundo del interior a una exterioridad. “Se parte de un postulado de que vos sos bueno; en última instancia, tenés que reestablecer el contacto no con vos mismo, sino con una exterioridad: el universo, el cosmos”.
La expresión empoderarse puede entenderse como recobrar un poder o una autoestima perdida. Sentirse capaz de lograr objetivos es parte de lo atractivo y de cómo ese recurso se comparte en grupos de amigas. Todo pareciera estar atravesado por un ansia de superar lo más rápido posible una situación dolorosa.
En el caso de Carena, y en consonancia con otros influencers de la sanación, los videos supuestamente desideologizados sobre la autoestima conviven con mensajes más directos y politizados, aunque no se use la palabra política. Durante la pandemia, Carena compartía videos del influencer de derecha Agustín Laje (conocido por sus campañas antifeministas y anticiencias) y de la conductora televisiva Viviana Canosa, y llamaba a “desconfiar” de la información que aparecía en los medios y a “despertar”, a no “seguir a la manada”, expresiones utilizadas de forma recurrente en todos los discursos new age.
Cuando le conté de mi separación, una conocida que dirige una ONG me recomendó la cuenta de Instagram “Adiós cachorra”. Allí una chica llamada Lucía Numer, quien, según sus relatos autobiográficos, solía ser una fracasada en el amor, da consejos para tener citas y conseguir pareja. Ella retoma y reelabora los mandatos contemporáneos de “soltar”, “contacto cero”, “salí de ahí”. Tiene metáforas propias, da pasos detallados y escenifica los ejemplos con líneas de diálogos hipotéticos. Al final de cada placa, intenta vender su taller, que apunta a ayudar a las “cachorras”. Llama así a las chicas demasiado atentas a las necesidades de los demás, que hacen de todo para agradar y “aceptan que les den migajas de cariño, porque eso aprendieron en la infancia”.
“Adiós cachorra” también genera comunidad. Por ejemplo, en un comentario se lee: “Quiero contarle a la comunidad que hoy (después de varios mensajes de él esporádicos y corazones en historias) mandé el mensaje de [...] ‘yo quiero esto y vos querés otra cosa así que lo mejor es dejarla ahí’. No hay cachorreo. Sólo lo que merezco. Nada. Estoy orgullosa de mí”.
En ocasiones, los sujetos de las citas parecen mercancías para probar y entrenarse como en un deporte.
Una palabra tuya bastará para sanarme
En estas cuentas no se habla de salud mental, sino de salud “espiritual” y “emocional”. Lutereau dice que esa es una forma de abrir el paraguas, ya que muchos rozan el ejercicio ilegal de disciplinas profesionales. Por eso en vez de “pacientes” dicen “consultantes”, en vez de decir “honorarios” dicen “colaboración”. Y hablan de sanar y no de cura, porque evita decir “enfermedad”. No hay que alarmarnos —o por lo menos no demasiado— con que son “psicochantas”, como se les dice en ciertos círculos, sino estar atentos al cambio de la subjetividad y al compromiso con un espacio terapéutico y un tratamiento, dice. Pensar “por qué a alguien le cuesta tanto sentirse enferma. Habría que pensar por qué la autenticidad como forma de vida dejó de ser atractiva para tantas personas. Es interesante lo de la ley de atracción. Es funcionar como un imán, una pasivisación. El sujeto que siente que las cosas no se le dan es muy desprovisto”.
El lenguaje es el del bienestar “y aparece también lo espiritual cuando se contamina con el de la energía, el neobudismo, el neohinduismo o el neoindigenismo. Otras veces el lenguaje es más puramente de las emociones. Pero como fenómeno todo tiene que ver con esta gestión de uno mismo”, dice Gorodischer.
Entre llamas de colores, inciensos, almohadones blancos, voces suaves, física cuántica, registros akáshicos, limpiezas energéticas, eslóganes de superación, golpecitos sobre el cuerpo, reglas de conducta para obedecer, comunidades prosumidoras y voces eclécticas de autoridad, quizá podamos preguntarnos cómo estamos viviendo la relación con nosotros mismos. ¿Son estas ofertas y prácticas otro producto de la industria cultural? ¿Podemos leerlas como un género narrativo, un reflejo pop, una bola de espejos de nuestras subjetividades fragmentadas? O quizás, al revés de lo que dice el refrán, la culpa sí sea del chancho (y no de quien le da de comer). Aunque aquí no esté tan claro quién alimenta a quién.
Sonia Budassi es escritora, periodista y docente. Fue editora de Anfibia y elDiarioAR. Sus últimos libros son Animales de compañía y Donde nada se detiene. Literatura y resto del mundo.