Opinión

En el mundo y en la región vemos que el sistema político democrático está jaqueado por la nueva versión de la ultraderecha. No nos refugiemos en que acá, que somos levemente ondulados, no va a pasar.

Está claro que la gran aceleración no puede continuar por tiempo indefinido, al menos para aquellos que reconocen los límites del planeta y lo cercano que estamos del desastre.

Benedicto XVI nunca aceptó debates renovadores. Fue el hombre del No, sobre el celibato de curas o la ordenación de mujeres.

Y la vida se le va entre diferentes recompensas tan poco nutritivas como las bebidas dietéticas, placer efímero que se paga con el tiempo, que es el único bien que no se puede acumular.

Las históricas prácticas de la izquierda han perdido vigencia, hoy es crucial comunicar conceptos con sentimientos, trabajar para la consolidación de identidades, expresarse en el mundo real y en el mundo virtual.

En la actualidad, algunos jueces penales están otorgando prisión domiciliaria a personas que cometieron crímenes aberrantes.

Como consecuencia de esta “verificación económica”, los desinformadores y propagadores de mensajes de odio obtuvieron de inmediato más visibilidad, lo que es potencialmente peligroso.

Sin dudas hay una lucha por la disputa de la memoria. Y esa lucha por la memoria no es exclusiva de nuestro país ni de nuestra región.