La Estrategia Nacional de Biodiversidad 2016-2020 del Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA) marca varias metas para el quinquenio, entre ellas que “la gran mayoría de los actores de la sociedad, incluidos los tomadores de decisión, tendrán conocimiento sobre las especies amenazadas y prioritarias para la conservación” (para 2018) y la implementación de herramientas institucionales y normativas para “evitar la extinción y disminución de las especies amenazadas identificadas como prioritarias para la conservación” (para 2020). Es de suponer entonces que la tesis de maestría en Ciencias Biológicas de Vanessa Valdez, desarrollada en el Laboratorio de Sistemática e Historia Natural de Vertebrados del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias no pasará desapercibida, no sólo para los biólogos y amantes de la naturaleza, sino también para quienes toman decisiones en temas relacionados con el medioambiente. El trabajo, titulado “Modelos biogeográficos de distribución para especies de saurios (squamata: sauria) amenazadas en Uruguay”, arroja luz sobre cuáles son los lugares favorables para la supervivencia de las seis especies de lagartijas, camaleones y gecos autóctonos amenazados, qué porcentaje de ellos está comprendido dentro de áreas protegidas y cómo afectará el cambio climático esa situación.
Saurios en peligro
En 2015 Sergio Carreira y Raúl Maneyro, este último orientador de la tesis de Valdez, publicaron la “Lista roja de los anfibios y reptiles del Uruguay”, en la que definen las especies amenazadas en nuestro territorio aplicando los criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Según este documento, entre las 71 especies de reptiles identificadas en nuestro país, ocho se encuentran amenazadas. Es posible que entre animales más carismáticos, como la tortuga siete quillas (Dermochelys coriacea) o la víbora de cascabel (Crotalus durissus terrificus), los saurios, más modestos, pasen desapercibidos, pero están allí con tres especies: el geco de las piedras (Homonota uruguayensis), la lagartija de la arena (Liolaemus occipitalis) y la lagartija de la arena de Wiegmann (Liolaemus wiegmannii). A estos saurios, todos amenazados, hay que sumarle el caso de la lagartija de los árboles (Anisolepis undulatus), de la que se tienen datos insuficientes pero que está amenazada a nivel mundial; la recientemente descubierta y bautizada Liolaemus gardeli o lagartija de Gardel, de la que obviamente aún no hay demasiados datos; y dos que están casi amenazadas: la lagartija manchada (Stenocercus azureus) y el camaleón de cola espinosa (Tropidurus catalanensis). La lista roja también tiene a un saurio en un triste y destacado lugar: la lagartija del Cabo Polonio (Contomastix charrua), que ante más de 30 años sin registros, se considera extinta, y por tanto “representa la primera especie de reptil extinto en el país”, y dado que era una especie endémica de Cabo Polonio, representa también “una extinción global”. Quitando a la lagartija extinta del Cabo y a la novelería gardeliana, las seis especies restantes han sido declaradas prioritarias para la conservación. Es por eso, además del propósito de obtener conocimiento, que la investigación de Vanessa Valdez es más que trascendente.
“Originalmente el proyecto inicial era incluir a todas las especies de reptiles terrestres amenazadas, pero era muy extenso”, confiesa Valdez cuando nos recibe en su casa. La investigadora redujo el alcance del trabajo y así lo justifica: “Me pareció que el grupo de los saurios era interesante porque, para la cantidad de saurios que tenemos en el país, es muy alto el porcentaje de los que están amenazados”. Cuando habla de las lagartijas y gecos se nota que le fascinan y no lo oculta: “No sólo tengo un sentimiento especial hacia ellos, sino que además cumplen un rol ecológico importante, ya que la mayoría son insectívoros, entonces hacen de control de las plagas de insectos, y de allí su importancia en querer conservarlos, más allá de la biodiversidad y de las ganas de querer proteger la mayor cantidad de especies posible”.
Uno podría imaginarse a Vanessa acuclillada entre salientes rocosas o dunas arenosas para poder llevar a cabo su trabajo. Pero nada estaría más alejado de la realidad: al tratarse de un estudio biogeográfico, Valdez se pasó más tiempo haciendo cálculos y modelando que en contacto con los animales que estudiaba. Su arduo trabajo consistió en dividir todo nuestro territorio en celdas de un kilómetro cuadrado y asignarle a cada una 38 variables topoclimáticas (temperaturas, precipitaciones, radiación solar), 15 variables de cobertura y uso del suelo (rocosidad, área dedicada a agricultura, forestación, caminería) y nueve variables de situación espacial (latitud, longitud). Sobre estas celdas, Vanessa hizo coincidir los registros de presencia de las seis especies en las colecciones científicas nacionales, como la de la Facultad de Ciencias o la del Museo Nacional de Historia Natural. De esta manera, Valdez determinó cuáles eran las celdas que conforman el ambiente favorable para que se encuentre la especie.
¿Saurio está?
Los resultados obtenidos evidencian la fragilidad de la fauna en nuestro país. La lagartija de Wiegman es el saurio amenazado que más podría celebrar: tiene 65 km2 que le son favorables para vivir en todo Uruguay. De algo parecido disfruta el geco de las piedras (63 km2 ), pero en el caso de las otras cuatro especies, el panorama es más sombrío: mientras que para el camaleón de cola espinosa hay 12 km2 favorables, la lagartija de la arena apenas cuenta con unos ridículos 4 km2 con las condiciones para que sobreviva. Según dice Vanessa, la situación es más crítica aún para esta lagartija que está en peligro de extinción: “Hay registros de esa especie en Valizas y Aguas Dulces. El modelo que realicé, además, dice que Cabo Polonio es un ambiente favorable para ella, pero no hay registros de la especie en el Polonio”. Esto quiere decir que si bien hay 4 km2 favorables para ella, de gran parte de ellos la lagartija parece haberse retirado. El panorama es incluso más complicado cuando Valdez recuerda que “en Valizas y Aguas Dulces no hay ningún área protegida, por lo que podemos decir que la lagartija de la arena está completamente desprotegida”.
Dado que este saurio es una especie que se concentra en un ambiente muy específico, uno no puede evitar pensar que correrá la misma suerte que la lagartija de Cabo Polonio. La investigación de Valdez brinda insumos para actuar a tiempo contra esta delicada situación, ya que compara su modelo con dos variables importantes a la hora de pensar en la conservación: las predicciones del cambio climático y el porcentaje de áreas favorables para las especies amenazadas incluso dentro de áreas protegidas.
¿Qué futuro tendrán?
En el caso de los seis saurios analizados por Valdez, el cambio climático no sería una gran amenaza. “Como los saurios son ectotermos, dependen mucho de la temperatura ambiental, y entonces la gran mayoría se vería beneficiado por esta tropicalización que Uruguay va a sufrir a futuro”, dispara la investigadora, que además afirma que “lo que sí podría pasar es que especies nuevas aparezcan, que migren desde Brasil por el aumento de la temperatura y entonces en el norte de nuestro país aparezcan especies que antes no hayan sido registradas”. Sin embargo, en el caso de la lagartija de la arena de Wiegmann, el cambio climático no sería nada benigno: “Con los modelos de cambio climático, la queda”, dice Vanessa; según sus modelos “quedarían unas pequeñas cuadrículas en Cabo Polonio, lo que hace que sea un lugar clave a futuro para la conservación de esa especie”.
Las áreas protegidas son entonces necesarias para evitar que las especies amenazadas desaparezcan. En su tesis, Valdez hizo coincidir estas áreas con las zonas favorables de las especies de saurios y los datos son duros: las áreas donde las especies encuentran ambientes favorables están protegidas en porcentajes que van desde 4,48% a 17,53%, con la excepción del caso de la lagartija de la arena, que tiene 38,21% de sus unidades geográficas en áreas protegidas porque, justamente, vive en un territorio muy acotado que coincide con el Parque Nacional Cabo Polonio. Vanessa vuelve a acotar: “Esa es justo la especie que considero que está en peor situación, porque si bien el Cabo Polonio es un área favorable, no hay registros de esa especie allí, entonces uno podría decir que ese 38% no la está protegiendo”.
Viendo el vaso medio lleno, todas las especies tienen al menos algunas de sus zonas de favorabilidad dentro de un área protegida nacional o departamental. Y los datos generados por la tesis permiten orientar políticas en el territorio para ver qué tanto se está protegiendo. Valdez reflexiona: “Las lagartijas de las quebradas del norte tienen distribuciones prácticamente muy parecidas, muy solapadas, por lo que al incluir más áreas favorables estarías protegiendo a las tres lagartijas, además de otro montón de especies. Sería interesante que estos modelos fueran tenidos en cuenta a la hora de gestionar las áreas protegidas”. Si bien defendió esta tesis hace poco, espera publicar artículos con la información, deseando que sirvan para tomar decisiones, pero es consciente de su lugar: “Es obvio que las decisiones no se toman teniendo en cuenta sólo la biogeografía, pero hay que reconocer que es un factor que influye y que aporta información relevante para el manejo de fauna”.
Comparado con otros países, el porcentaje de nuestro territorio incluido en áreas protegidas es bajo. Eso, que no pasa sólo por cuestión de voluntad, ya ha sido notado. Pero para Valdez hay otro problema: “Con la rapidez que avanzan la agricultura, la forestación y la urbanización, diez años para declarar un área protegida es demasiado tiempo”. Uno desea que, pese a la lentitud de sumar más áreas, el trabajo de Vanessa no haya relevado las áreas favorables que hubo en el país para estas lagartijas, sino que sirva como una foto del lugar mínimo en el que las arrinconamos. Si la información es poder, con una tesis como la de Valdez cualquier pérdida de área favorable puede considerarse plena y llana negligencia.