Probablemente con la idea de demostrar que la ciencia es cultura, la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay (Anciu) decidió realizar la jornada “Uruguay oceánico y antártico: desafíos y oportunidades” en la sala Delmira Agustini del teatro Solís. La sala estaba casi colmada por científicos, estudiantes y miembros tanto de la academia en general como de la Academia que convocaba. Estructurada en torno a ponencias de no más de 30 minutos, que la actividad llevara de las 14.00 a las 20.00 del jueves es un indicador de lo mucho que nuestros investigadores tratan de conocer sobre el océano y el continente blanco, sobre todo teniendo en cuenta que la extensa jornada fue apenas un panorama de lo que se investiga al respecto y no un recorrido exhaustivo de todas las investigaciones que hombres y mujeres de ciencia están llevando a cabo sobre esos temas.
De hecho, entre los participantes ni siquiera estuvieron todos los organismos y centros que tienen que ver con las aguas profundas y la Antártida. A la presencia del Instituto Uruguayo de Meteorología (Inumet), del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE), de las facultades de Ciencias e Ingeniería y del Instituto Antártico Uruguayo (IAU), habría que sumarle otras tantas instituciones que no estuvieron presentes en lo formal, como la Facultad de Química, la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), el Instituto de Investigaciones Pesqueras de la Facultad de Veterinaria o el Servicio de Oceanografía, Hidrografía y Meteorología de la Armada (SOHMA), entre otras. De todas formas, hacer algo, aunque no estén todos, siempre es mejor que no hacer nada en absoluto.
La bienvenida estuvo a cargo de Rafael Radi, presidente de Anciu, quien destacó que juntarse a pensar sobre los desafíos científicos que representan la Antártida y los océanos “es de suma importancia, tanto por la ampliación de la plataforma marítima del país como del aumento de actividad científica en la Antártida”. El decano de la Facultad de Ciencias, Juan Cristina, ofició de maestro de ceremonias, y, antes de que comenzara la primera ponencia, destacó que como académicos es parte de su deber “generar un diálogo entre instituciones del Estado en temas que son importantes como política nacional”.
El océano y el agro
El primero en disertar fue Marcelo Barreiro, del Departamento de Ciencias de la Atmósfera de la Facultad de Ciencias. En su ponencia, titulada “El rol de los océanos en el clima presente y pasado” el investigador hizo hincapié en que “no hay forma de estudiar el clima sin entender los océanos y su rol”, y expuso sobre cómo los océanos absorben 93% de la energía que los humanos ponemos en el sistema y que gracias a este rol “moderador” de las aguas oceánicas, la temperatura del planeta no han subido tanto.
Luego de seguir enumerando características y datos relevantes, Barreiro conectó lo que pasa en los océanos y la vida en tierra firme. “Los océanos dan predictibilidad, ya que ordenan la dinámica caótica de la atmósfera” dijo, y agregó que “en Uruguay hay una gran variabilidad en las precipitaciones consideradas año a año, pero hay una tendencia en los últimos 80 años de un aumento de 20%”. Para el investigador, “esta variabilidad anual es predecible por la acción de los océanos”, y destacó que “Uruguay es uno de los pocos países del mundo que tienen gran incidencia oceánica en su clima, por lo que hay un gran potencial de predictibilidad que no estamos usando”.
Barreiro afirmó que “hay poca gente trabajando en cómo la variabilidad oceánica incide en la variabilidad interanual de las lluvias” y que “nadie en nuestro país se dedica a predecir el fenómeno de El Niño que afecta tanto a la producción”. Barreiro es consciente de que “las ciencias marinas son caras”, mostró un gráfico que rankea a los países, y disparó que “Uruguay está en el último lugar de la lista en cuanto a investigación oceánica”, dato que complementó con el del índice de especialización que muestra que el país está “por debajo de la media mundial en cuanto publicaciones sobre océanos y clima”.
El tema fue retomado dos ponencias más adelante, cuando Madeleine Renom, directora del Inumet y también integrante de la Unidad de Ciencias de la Atmósfera del Instituto de Física de la Facultad de Ciencias, llegó con su “Fenómenos climáticos extremos y relación con los océanos”. Luego de dar un panorama de cómo ha venido cambiando el clima en nuestro país (entre otras cuestiones generales, una disminución de los extremos fríos, un achicamiento de el período de heladas y un aumento de las precipitaciones extremas, así como un crecimiento leve de la frecuencia de ciclones extratropicales), aseveró que “en nuestra región tenemos, en primavera y verano, predictibilidad potencial de precipitaciones a escala estacional”, y que ello “está relacionado con los océanos” (tanto por fenómenos como El Niño y La Niña como por la oscilación de Madden-Julian).
Renom mostró recortes de prensa que cuantifican las pérdidas ocasionadas al agro debido a la sequía de este verano y las lluvias copiosas del invierno pasado, y reflexionó: “La sequía de este verano se había anunciado entre el Inumet y la Facultad de Ciencias, pero ese conocimiento no sirvió para mitigar sus consecuencias económicas”. En el aire del Solís quedó flotando la idea de si no será más barato invertir hoy en conocimiento que permita tomar medidas antes de que la sequía o las inundaciones lleguen, que andar asistiendo luego a los productores damnificados. “¿Cómo se hace el link entre los que generan conocimiento en base a la ciencia y los tomadores de decisión?”, se preguntó Renom, y uno lamenta que entre los asistentes al evento no hubiera nadie ni del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, ni del de Economía y Finanzas, ni nadie de los que desde el gobierno se preocupan por las consecuencias del cambio climático en la matriz productiva.
País productivo
Las disertaciones de Yamandú Marín (Unidad de Ciencias del Mar-Facultad de Ciencias, quien además trabaja en la Dinara) y de Gerardo Verolavsky (Instituto de Ciencias Geológicas-Facultad de Ciencias) compartieron cierta inquietud común: cómo generar conocimiento que nos permita administrar –y explotar– los recursos que tenemos bajo el agua. Mientras Marín tituló su conferencia “La pesca en Uruguay: situación actual y perspectivas”, Verolavsky nombró a la suya “Presente y futuro de la exploración geofísica y geológica en la plataforma continental uruguaya”. En ambas disertaciones quedó en claro que es mucho más lo que tenemos por hacer que lo que actualmente estamos haciendo.
Marín habló del marcado descenso que está padeciendo la pesca industrial (tanto en número de embarcaciones como en valores de exportación) en los últimos 15 años y de un modesto crecimiento en la pesca artesanal que “tal vez se explique, en parte, porque se está registrando mejor”. El experto afirmó que en Uruguay “hay pocos estudios de largo plazo sobre la industria pesquera”, al tiempo que alertó sobre consecuencias palpables del cambio climático: “Nuestra zona demuestra un aumento de la temperatura superficial del océano”, cuya consecuencia se aprecia en que “las isotermas de 15 grados para la merluza se están desplazando hacia el sur”. El aumento de las temperaturas oceánicas no sólo hace que las merluzas se alejen, sino que “los años cálidos también tienen un impacto en la cantidad y la salud de las almejas amarillas”, hay un “aumento sostenido tanto en la duración como en la intensidad de las mareas rojas”, e incluso apuntó que, “dado el aumento de la frecuencia y la intensidad de los vientos del sudeste”, los días aptos para la pesca son mucho más escasos. A todo este panorama, bastante desolador pero que depende de causas que superan a nuestro país, Marín agregó algo que le duele especialmente a la actividad pesquera: “En cuanto a la ciencia, hay una disminución de recursos humanos y de la actividad científica”.
La intervención de Verolavsky fue más optimista, dado que lo que hizo fue relatar la heroica gestión que culminó con la extensión del dominio de Uruguay sobre el mar. Sin embargo, pese a mostrar todo lo que conocimos en este proceso de petición de extensión de soberanía ante la ONU y de la información generada por las exploraciones de las petroleras, Verolavsky también coincidió con sus colegas y dijo que “es inexplicable que el país no tenga una licenciatura en oceanografía o formación de grado en geofísica”.
Ciencia blanca
Luego fue el turno de la ciencia antártica. Erna Frins, de la Facultad de Ingeniería, contó su experiencia con métodos innovadores para el estudio de la atmósfera en el continente blanco, lo que es relevante, por ejemplo, para seguir de cerca lo que sucede con la capa de ozono. Y hablando del efecto de la vida humana en el planeta, Natalia Venturini (Biología-Facultad de Ciencias) disertó sobre las investigaciones que hizo en un continente que no es tan prístino como quisiéramos. “La Antártida sí está afectada por impactos humanos”, afirmó la bióloga, que mostró que, entre otras cosas, allí hay contaminación por petróleo, contaminantes orgánicos persistentes y, cómo no, la presencia de micro y macroplásticos.
Las siguientes dos disertaciones se centraron en los habitantes más pequeños de la Antártida, ya que tanto Silvia Batista (investigadora del IIBCE) como Susana Castro (Bioquímica y Biología Molecular-Facultad de Ciencias) disertaron sobre las investigaciones que realizan en los microorganismos del continente helado. Batista contó cómo estudian los tapetes microbianos en la isla Rey Jorge y dijo, con preocupación, que hallaron “integrones clase 1 intrahospitalarios” en las comunidades bacterianas analizadas. Dicho de otra manera: aun en la Antártida las bacterias poseen genes que transfieren resistencia a los antibióticos. Por su parte, Susana Castro contó los maravillosos estudios sobre bacterias antárticas que le permitieron a su equipo producir enzimas (fotoliasas) capaces de prevenir y reparar el daño que produce en los genes la radiación ultravioleta.
Las ponencias científicas culminaron con Ana Silva (docente de la Facultad de Ciencias e investigadora del IIBCE) y su conferencia “Ritmos circadianos: hábitos de sueño desafiados por el verano antártico”. En ella relató que “la Antártida es un laboratorio natural” para hacer investigaciones sobre el reloj biológico y los ritmos circadianos, “dado su extremo fotoperíodo en verano y el impacto que este tiene en la fisiología humana”. Dado que el último premio Nobel de Fisiología fue para tres investigadores que se adentraron en los mecanismos moleculares del reloj biológico, el campo de la cronobiología hoy no sólo es atractivo, sino que está siendo tomado en cuenta desde diversas disciplinas. Silva mostró cómo los ritmos circadianos de los estudiantes de la Escuela Antártica, ya de por sí extremadamente nocturnos, fueron afectados en la Antártida.
Mesa redonda
La jornada culminó con una mesa redonda conformada por Carlos Colacce, secretario nacional de Ambiente, Agua y Cambio Climático; Álvaro Ons, secretario nacional de Transformación Productiva y Competitividad, y Alberto Fajardo, representante de cancillería en el IAU. Más allá de lo correcto y de las buenas intenciones que los tres pusieron sobre la mesa, lo que dijeron no logró sacarles a los asistentes el sabor amargo de la falta de presupuesto para la investigación y de políticas de Estado para la ciencia. “La institucionalidad que tenemos no es la ideal, pero hay necesidad de ponerse a trabajar” dijo Ons, al tiempo que afirmó que “hay que impulsar la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, que es el ámbito creado para estos fines de ciencia, tecnología e innovación”.
Entre el público, Rafael Radi, que hasta hace poco reclamaba por todos los medios que el gobierno asumiera el compromiso firmado del 1% del Producto Interno Bruto para investigación y desarrollo, nada dijo. Tal vez, luego de tantas cartas desoídas, sea hora de decir con hechos. Este encuentro organizado por la Academia Nacional de Ciencias, aunque imperfecto, fue una buena demostración de que la ciencia, más allá de su valor intrínseco, es uno de los resortes para generar crecimiento genuino.