En un reporte de 1969 titulado “La universidad invisible”, acaso el primer estudio sistematizado de los posdoctorados en Estados Unidos, se establece que el primer programa oficial de entrenamiento posdoctoral apareció en 1919. Establecido por el entonces Consejo Nacional de Investigación, contaba con la financiación de la Fundación Rockefeller, la misma que hace medio siglo proveyó los fondos para que el Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) estuviera a la vanguardia científica en Uruguay.
En 1913, la American Association for the Advancement of Science (AAAS), conocida mundialmente por publicar la revista Science, designó un comité de notables para evaluar el estado de la investigación científica en Estados Unidos. Su moderador, Edward Pickering, ya señalaba lo magras que eran las sumas que recibían las universidades para investigación, y decía: “Si se destinara a investigación una décima parte del dinero que se usa para docencia, los estadounidenses rápidamente obtendrían el lugar que les corresponde entre las grandes personalidades de la ciencia mundial”. Uno de los subcomités, que incluía a Harvey Cushing –uno de los padres de la neurocirugía moderna– y Thomas Hunt Morgan –quien recibió un premio Nobel por demostrar que los genes están en cromosomas y que constituyen la base mecánica de la herencia–, informó, en un artículo publicado en Science en febrero de 1915, que “para estimular las mentes originales en América debería haber más cargos de profesor y asistente de alto grado dedicados a la investigación, lo que pondría a sus beneficiarios por encima de las preocupaciones e ineficiencias causadas por los apremios económicos. Encontrar estas personas realmente prometedoras (que deben no sólo ser originales, sino poseer un juicio notable y honestidad intelectual) no es sencillo, porque a menudo requiere algo de don profético en quien hace la búsqueda. Sin embargo, nos parece que todas aquellas personas en nuestras mayores instituciones educativas que tengan un real interés en la investigación de calidad, sea individualmente o agrupándose en comités voluntarios, deberían mantener los ojos abiertos en busca de personas que posean la feliz combinación de cualidades deseadas, y urgir a sus autoridades sobre la importancia de apoyarlas para hacer posible que den los mejores frutos en sus descubrimientos”.
El éxito de los posdoctorados fue rotundo, y hace más de 50 años comenzaron a florecer. Sólo en los Institutos Nacionales de la Salud (NIH, por su sigla en inglés) pasaron de financiar dos posdoctorados en 1946 a más de 1.000 en 1966. Aunque probablemente existan muchos caminos posibles, nadie discutirá que el desarrollo científico de los Estados Unidos de América fue admirable y que, aunque hoy ha sido superado por China, sigue siendo uno de los destinos favoritos para científicos emigrantes debido a la calidad de su ciencia.
Pérdidas en la tubería
En Uruguay la puntualidad no nos caracteriza, pero en esto llegamos más de 50 años tarde. El único programa de posdoctorado de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) tiene menos de diez años y se creó a instancias de un conjunto de 83 investigadores que en 2011 elaboraron una carta en la que solicitaban la creación de un Sistema Nacional de Posdocs, con el objetivo de promover el desarrollo de la ciencia en Uruguay. La nota declaraba: “En los países donde la ciencia recibe mucho apoyo, gran parte de la producción científica es generada por investigadores jóvenes, contratados por tiempos cortos, seleccionados estrictamente por sus méritos académicos, no necesariamente con muchas perspectivas de permanecer en el laboratorio una vez finalizado el contrato, y conocidos como ‘posdocs’”. Asimismo, hacían notar que en Uruguay existía una situación asimétrica, en la que el país exportaba investigadores formados para realizar posdocs en el exterior, pero no contaba con programas que favorecieran su importación. La solicitud, que incluía a encumbrados científicos de renombre internacional, tuvo eco en los oídos del gobierno de la época. Varios colegas con gran iniciativa luchaban desde posiciones minoritarias desde dentro del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba), desde el directorio de la ANII y desde el gabinete ministerial contra la incomprensión local por la creación de llamados posdoctorales. La chispa que desencadenó la campaña que culminó venciendo la inercia institucional surgió en el IIBCE.
Es así que la ANII creó el primer programa de becas posdoctorales de Uruguay en 2012, dirigido a doctores en ciencias extranjeros o uruguayos radicados en el exterior por un mínimo de tres años. Este primer programa nacional comenzaba a cubrir tímidamente una parte de la necesidad de oportunidades laborales para científicos, y está diseñado para incentivar la incorporación de científicos extranjeros, o la repatriación de los científicos uruguayos residentes en el exterior. Sin embargo, aunque celebro la existencia de este programa y le deseo un rápido y enorme crecimiento en fondos y plazas, no soluciona el problema fundamental: la fuga de cerebros. Quienes nos hemos formado en Uruguay y decidimos quedarnos, tenemos escasas oportunidades de obtener un contrato posdoctoral, porque los hay muy pocos y los concursos son extremadamente competitivos.
“Es una costumbre bastante extendida hablar de desarrollo científico, de su importancia, de su divulgación y de la creación de una masa crítica de investigadores. Sin embargo, a la vez se nos contrata en condiciones precarias, es decir, sin aportes a la seguridad social y sin posibilidad real de negociar en los Consejos de Salarios”.
Algunas instituciones comenzaron a crear sus propios programas de posdoctorado, con características particulares, incluso antes que la ANII. Por ejemplo, el Pedeciba Matemática y el IIBCE. Una estimación de la época previa al programa de la ANII identificaba 16 investigadores posdoctorales en Uruguay en julio de 2011, algunos financiados desde el exterior.
Por otra parte, están las condiciones laborales. Si queremos atraer gente con ideas frescas, diversas, que puedan trabajar en cualquier lugar del mundo, debemos tener una oferta interesante y abierta. Las plazas del IIBCE y de la Universidad de la República (Udelar) permiten la postulación de residentes en Uruguay y, por supuesto, de colegas del extranjero. Además, estos programas reconocen la calidad de trabajadores de sus contratados, y hacen aportes a la seguridad social, a diferencia de las becas que otorga la ANII. Este detalle es cualitativamente importante si se considera que se trata de personas con formación de doctorado que vienen a trabajar como fuerza motriz de la producción científica del país. Es una costumbre bastante extendida hablar de desarrollo científico, de su importancia, de su divulgación y de la creación de una masa crítica de investigadores. Sin embargo, a la vez se nos contrata en condiciones precarias, es decir, sin aportes a la seguridad social y sin posibilidad real de negociar en los Consejos de Salarios.
Con ciencia grande no hay país pequeño
Hace unos 100 años, Uruguay tuvo una época de esplendor que muchos añoran. Lo que a veces no se recuerda es que, además de un bienestar económico, los albores del siglo XX tuvieron una efervescencia intelectual inusitada, y los intelectuales de la época recibieron un apoyo político y financiero que, en proporción, hoy no le llega ni a los tobillos. En la convocatoria 2019, el Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Chile aprobó 268 proyectos de investigación posdoctoral. En Argentina, el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas aprobó 1.054 en 2018. En Brasil, el Programa Nacional de Posdoctorados (PPND/CAPES) contempla tres escenarios diferentes: para brasileños o extranjeros residentes en Brasil, para extranjeros residentes en el exterior, o para docentes de enseñanza superior y empleados de centros de investigación. En ese contexto, en 2018 en Brasil se dio apoyo a 4.500 proyectos de investigación posdoctoral solamente en el programa más grande. En Uruguay, considerando instituciones públicas de investigación, en el mejor de los casos tenemos 31 (IIBCE: 3; Comisión Académica de Posgrado de la Udelar: 25 [2017; hay que considerar que la Udelar hace el llamado cada dos años]; ANII: 17 [2018], Institut Pasteur: 3). Los números aislados dicen menos que cuando los consideramos en función de la población del país. Con una simple regla de tres podríamos saber cuántas plazas posdoctorales tendríamos si fuéramos otro país. Por ejemplo, si Chile tuviera 3,5 millones de habitantes tendría 53; Brasil, 76 (sólo en uno de los programas); y Argentina, 92. Estamos muy abajo en la región, y ya es decir bastante. Estados Unidos en 1960 hubiera tenido 156.
Necesitamos más programas de posdoctorado bien financiados, y más fondos para investigación. Si la intención de desarrollar el conocimiento original en nuestro país es sincera, debemos preguntarnos cómo hacerlo. Ciertamente no será a mediante la incubación de start-ups, como dijo el astrónomo y miembro de la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay y de la Academia de Ciencias de Estados Unidos Julio Fernández en una nota publicada este año en el semanario Brecha. En cambio, podríamos comenzar por la creación de más programas de investigación posdoctoral. Estados Unidos y otros países con ciencia grande tienen start-ups biotecnológicas, pero comenzaron a financiar fuertemente los posdoctorados e institutos de investigación hace más de medio siglo. Pareciera que la ciencia sigue siendo invisible a los ojos de nuestra clase política.
Daniel Prieto es investigador posdoctoral del Departamento de Biología del Neurodesarrollo del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable.