El salón de actos del Centro MEC de Lascano estaba casi colmado. La mezcla de personas era variopinta: había jerarcas y funcionarios del Instituto Nacional de Colonización (INC), autoridades de la Universidad de la República, arqueólogas del Centro Universitario Regional Este (CURE) de Rocha, colonos, representantes de la alcaldía, estudiantes, productores rurales y curiosos en general. El motivo que los convocaba era el de la presentación en sociedad del Programa Colaborativo de Investigación, Monitoreo y Conservación entre el CURE y el INC. El objeto a investigar, monitorear y conservar son tres conjuntos de cerritos de indios que se encuentran en el inmueble 735, padrón 3.406, de Rincón de la Paja, Lascano. Y por más que ninguno de los presentes lo diga, se trata de un día histórico: por primera vez un grupo de cerritos de indios, construcciones hechas por quienes vivieron en estas tierras hace miles de años, pasa a estar en manos del Estado –tierras del INC en este caso– y, como si esto fuera poco, cedido en comodato a un centro universitario con investigadoras e investigadores expertos en el tema.

Sobran los motivos

La encargada de abrir el fuego fue la antrópologa y arqueóloga del Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales del CURE Laura del Puerto. Contó que en el padrón adquirido por el INC en 2015 se descubrieron cerritos de indios. “El INC mostró sensibilidad por la presencia de ese patrimonio en el predio, por lo que se pusieron en contacto con el CURE”, relató. Tras ir hasta el lugar, ella y su colega Camila Gianotti registraron 32 cerritos de indios en distintos estados de conservación. Tras esa constatación, y siempre gracias a la sensibilidad, responsabilidad –y habría que agregar, sensatez– de los implicados, todo derivó en la firma de un convenio entre el INC y el CURE y un comodato en el que los cerritos fueron cedidos a la Universidad para que esta se encargara de su investigación, conservación y monitoreo. “La idea es investigar los cerritos, experimentar con manejos productivos e identificar buenas prácticas productivas que sean compatibles con la conservación del patrimonio” resumió Del Puerto.

Sobre la importancia de conservar este patrimonio, Del Puerto explicó que por un lado “los cerritos son interesantes desde el punto de vista cultural, porque son construcciones humanas que se remontan a miles de años, tienen un registro increíble de las formas de vida del pasado, y muestran a grupos que por más de 5.000 años convivieron con el ambiente”, en ocasiones incluso luego de la llegada de los europeos. Pero si esa razón cultural y científica no fuera suficiente, Del Puerto dijo que los cerritos de indios “son interesantes, además, desde el punto de vista biológico. Dada su gran fertilidad y elevación, sobre ellos se desarrollan bosques nativos con especies vegetales y animales que no estarían allí de no ser por los cerritos”. Como si se tratara de un comercial de Utlrawash, que siempre ofrece “más, más, más”, Del Puerto sumó otra razón para preservar los cerritos: “También tienen un valor productivo para el ganado, porque que dan sombra por el monte nativo y su elevación salvaguarda al ganado cuando hay inundaciones”. Y a eso habría que sumarle que “el turismo cultural permite sumar más valor a la producción tradicional”. Para redondear su presentación y arrancar los primeros aplausos de la jornada, Del Puerto planteó que “el desafío de este programa es llevar a cabo investigación que nos permita conocer más sobre estos sitios, sobre la cultura de estas construcciones, su diversidad asociada, y al mismo tiempo generar formas de manejo compatibles con la producción que puedan ser luego replicadas más allá de estas unidades en concreto”. Clap, clap, clap.

Sobran los datos maravillosos

El micrófono pasó entonces a manos de la también antropóloga y arqueóloga Camila Gianoti, colega de Del Puerto en el Departamento de Sistemas Agrarios y Paisajes Culturales, quien explicó que el programa de investigación, conservación y monitoreo consta de tres patas: “La parte de investigación comenzó con un proyecto que obtuvo un fondo María Viñas de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación”, que comenzó a ejecutarse el año pasado. Así que antes de que los colonos adjudicatarios del predio comenzaran a trabajar en él, Gianotti y los suyos comenzaron con las “etapas iniciales de diagnóstico de la naturaleza arqueológica del sitio”: concentrando el trabajo en tres grupos de cerritos (llamados La Tapera, Cerro de los Huesos y Los Talitas), hicieron planimetrías para analizar la distribución espacial, dataron algunos de los cerritos y recolectaron materiales que aparecen en su superficie “para tener un primer pantallazo de las actividades humanas que se desarrollaron en ellos”. Tras esta investigación inicial uno no puede más que celebrar la suerte que corrieron estas construcciones.

Estos cerritos de encuentran en la zona que se conoce como India Muerta. Gianotti explicó que “los cerritos de India Muerta están entre los cerritos más antiguos no sólo del Uruguay, sino de toda Sudamérica”. Al realizar las primeras cronologías para el conjunto de La Tapera, las arqueólogas determinaron que el cerro Q26, a una profundidad de 60 centímetros, presentó una antigüedad de 1.800 años, mientras que a unos tres metros registró una de 4.200 años. Estos miles de años de diferencia, según Gianotti, “permiten hablar de una tradición cultural, de permanencia en el tiempo, a pesar de que fueron habitados por grupos distintos”. Por lo tanto, los cerritos de indios protegidos por el convenio del CURE y el INC son de los más antiguos del continente. Pero hay más.

Habría que repasar los libros y artículos biológicos sobre simbiosis para ver si la que hay entre los tatús y los arqueólogos ya ha sido descripta. Por increíble que parezca, la investigación arqueológica se beneficia del trabajo de estos mamíferos acorazados: al remover la tierra de los cerritos para hacer sus madrigueras o buscar alimento, las mulitas tatú sacan a la superficie huesos animales y humanos, piezas de cerámica, piedra y otros elementos que fascinan a los investigadores. De hecho, Gianotti y Del Puerto encontraron varios huesos humanos que fueron llevados a la superficie del cerrito Q25 del conjunto La Tapera debido a la manía excavatoria de estos animalitos. “Uno de esos huesos, parte de una pelvis humana, nos permitió tener una cronología de 2.200 años”, adelantó la antropóloga. El hueso, datado por carbono 14 en Arizona, tiene entonces una antigüedad que lo convierte en el resto humano más antiguo hallado jamás en un cerrito de nuestro país, registro que eleva por más de medio milenio el anterior, que arrojó 1.600 años. ¿Será el trabajo que divulgue este hallazgo firmado por Laura del Puerto, Camila Gianotti y Dasypus hybridus?

Además de datar el cerrito y saber a ciencia cierta que está entre los más antiguos, de encontrar el resto humano de 2.200 años, el equipo interdisciplinario (que incluye además de a nuestras arqueólogas a biólogos, agrónomos, asistentes sociales, veterinarios y al grupo de colonos del predio autonombrado Cerros Lindos) hicieron también relevamientos de la fauna y flora asociada a los cerritos. “Identificamos un número importante de aves y mamíferos, muchos de los cuales son prioritarios para la conservación, que, de no ser por los cerritos, probablemente no estarían ahí”, dice Gianotti. Por ejemplo, de las 85 especies de aves identificadas en todo el predio, 32 sólo se registraron en el cerrito, ya que son específicas de monte nativo, ecosistema que se da en los cerritos y que contrasta con el humedal y el pastizal que los rodea. “Con los colonos tenemos que identificar ahora qué queremos conservar, y analizar cuál será el manejo productivo. Será un desafío para todos”, resumió Gianotti. Clap, clap, clap.

Trabajo colaborativo

El micrófono luego pasó de mano en mano entre distintas personas, la mayoría de ellas mujeres, que hicieron posible y/o participan en el programa. Margot Bobadilla, del grupo de colonos Cerros Lindos, habló del orgullo de formar parte de este grupo de producción familiar y resumió el espíritu del proyecto con un contundente “aprenderemos a producir conservando”, que fue celebrado luego por la agrónoma Nandí González, de la Dirección General de Desarrollo Rural. El director regional del CURE, Joaquín Marqués, también apuntó a que “lo más importante es señalar lo colaborativo”. La directora del INC, Jacqueline Gómez, señaló que en su institución están “bien orgullosos de este acuerdo” y dijo que “el INC no sólo trabaja en la distribución de tierra; nos toca trabajar en las condiciones de vida, en el apoyo a la institucionalidad del territorio, en el rescate de bienes comunes, en la proyección hacia el futuro pensando siempre en una sociedad más justa y que distribuya la riqueza”, y señaló que “dentro del cuidado de los bienes comunes está el patrimonio arqueológico”. Tal vez la observación de uno de los colonos, Wilson Ximeno, en el cortometraje Cerritos de indios: El proyecto de Federico Sallés y Mateo Soler (productora Yacaré), que cerró el evento en Lascano, ejemplifique de forma notable lo que está en juego: “Tal vez reuniéndonos los productores y el CURE, logremos llevar los predios de los cerros de la mejor manera. Capaz que si nos dejan a nosotros solos los llenamos de ganado. Y capaz que si dejamos sólo a la gente del CURE, no nos dejan echar ni una vaca”.

Un destaque especial habría que darle a la participación de Ana Lía Larrosa, de la Regional Lavalleja del INC, dado que su temprano papel en toda esta historia es más que relevante. Al visitar el predio junto a otros funcionarios del INC, Larrosa vio unas elevaciones que le llamaron la atención. Como antes había trabajado cartografiando la zona de la Laguna Merín con unos compañeros que le habían mostrado qué y cómo eran los cerritos de indios, supo que allí había algo que merecía ser notificado. Lo primero que hizo fue llamar a su compañera Verónica Camors, una de las antropólogas que trabajan en el INC. La bola de nieve comenzó a rodar: se contactaron entonces con el CURE de Rocha, donde investigan y dan clases Gianotti y Del Puerto. Esa serie de contactos y sensibilidades salvaron a los cerritos de indios del padrón de Rincón de la Paja: originalmente la idea para el predio era llamar a colonos interesados en plantar arroz y practicar la ganadería. Los cultivos de arroz suponen inundar los terrenos al tiempo que los cerritos, con sus elevaciones, son una molestia y una obstrucción para los productores. Gracias al informe presentado por las antropólogas del CURE y la sensibilidad y comprensión de lo que estaba en juego por parte de la dirección del INC, se decidió que el predio fuera destinado a ganadería.

Pero el tema no quedó allí: la articulación entre ambas instituciones permitió ceder en calidad de comodato a la Universidad de la República las 20 de las 1.000 hectáreas del predio que contenían cerritos de indios. Hoy los cerritos de indios de los conjuntos de La Tapera, Cerro de los Huesos y Los Talitas son los únicos que no están en tierras privadas y que, además, están bajo la custodia de una universidad. “Ni en Brasil ni en Argentina hay cerritos de indios custodiados por una universidad”, comentó Gianotti, y agregó que sólo conoce el caso de un campus universitario en Estados Unidos que tiene montículos de indios en su predio.

“90% del patrimonio arqueológico de nuestro está en predios rurales”, dijo Gianotti mientras visitábamos los cerritos, y agregó que eso implica cambiar ciertos abordajes, tanto de los investigadores como de las autoridades, de forma de emprender las acciones necesarias para preservar este patrimonio. En la zona de India Muerta, donde se ubican los cerritos del predio del INC, está, como dice la antropóloga, “el epicentro del fenómeno de los cerritos de indios en Sudamérica”. Así que allí, o muy cerca del predio del Instituto de Colonización cedido en comodato al CURE, comenzaron los antiguos pobladores del continente, hace más de 4.000 años, a construir estos monumentales sitios elevados. La innovación fue tan exitosa que se propagó a otras zonas de Uruguay, Brasil y Argentina. Alegra saber que hay formas de intentar compatibilizar la producción con la preservación del patrimonio. Y alegra aun más saber que hay personas en lugares donde se toman decisiones que están dispuestas a trabajar, asesorar, mover el complejo aparato burocrático y estampar su firma para que eso suceda.