En los ecosistemas acuáticos hay organismos invisibles a simple vista pero que ocupan un lugar clave en la trama alimentaria, en la transferencia de flujo de materia y energía de los estuarios. Además, funcionan como indicadores de la calidad del ambiente. Este es el caso de los crustáceos misidáceos como Neomysis americana, un zooplancton cuyo rol en la Laguna de Rocha fue descrito por un grupo de investigadores del Centro Universitario Regional del Este y la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República.La investigación, publicada recientemente en la revista Estuarine, Coastal and Shelf Science, forma parte de la tesis de maestría en Geociencias del Programa de Desarrollo de Ciencias Básicas de la bióloga Noé Espinosa. Cuando llamo a Espinosa, atiende emocionada. Antes de que logre preguntarle algo, me aclara que su estudio nada tiene que ver con los camarones, con lo que despejó, sin saberlo, mi primera duda. Aunque al igual que los camarones, estos organismos son crustáceos, tienen una forma similar y se los conoce como “camarones marsupiales”, se trata de especies muy diferentes. No los consumimos ni se comercializan, lo que resulta evidente al saber que alcanzan a medir 12 milímetros, mientras que los camarones llegan a medir 30 centímetros. Por eso la investigadora se sorprende de que la llame y me comenta que al hablar de su trabajo la gente la mira raro al desconocer la importancia de estos pequeños organismos.Después de las risas a raíz de mi error, Espinosa me cuenta –sin que disminuya su emoción– por qué dedicó su tesis a estudiarlos. Señala que estos misidáceos son abundantes en los ecosistemas acuáticos como la Laguna de Rocha y que uno de sus aspectos más importantes “es que sustentan poblaciones de peces que nosotros consumimos”, y menciona como ejemplo la corvina y el lenguado. También son alimento de aves, añade.A su vez, son especies que funcionan como “indicadores de la calidad del ambiente”, sostiene. Al tener una gran capacidad de adaptación a diferentes condiciones ambientales, su presencia o ausencia puede considerarse un indicador “de un cambio muy drástico” en los cuerpos de agua, explica Espinosa. Recuerda, incluso, que en otro estudio se llevó a cabo un seguimiento de los misidáceos “para seguir el camino que hacían los microplásticos en las cadenas alimentarias en ambientes marinos y costeros”. Espinosa comenta que la plasticidad de estos camarones marsupiales los convierte en una especie “potencialmente invasora”, que se ha expandido y adaptado con éxito a otros ambientes en los que “ya tiene una población fija” y suplantó “a las especies nativas de misidáceos”. Por ejemplo, en 2010 la especie fue registrada por primera vez en Holanda. “Eso también los convierte en una especie importante, en virtud de las consecuencias que puede tener que una especie se instale en otros ambientes”, señala. Es más, la investigadora señala que, aunque se reconoce que es nativa de América, en Uruguay estos organismos son considerados una especie “críptica” porque todavía no se ha determinado si fue introducida en nuestros ecosistemas como resultado de actividades humanas o si es endémica de la región. “El primer registro se hizo en el puerto de Montevideo en 1973. Eso sería un indicio de que podría haber sido introducida por los barcos”, dice la bióloga, y agrega que como en esa época no se hacían estudios en otras zonas de Uruguay, “no se cuenta con un amplio registro de la especie que permita concluir si fue introducida o no”. Con estos datos sobre la mesa comienzo a entender que sobran elementos para estudiarlos. El objetivo de la investigación fue describir “la dinámica de la población estacional y el patrón de distribución espacial” de la especie en relación con variables ambientales como temperatura, salinidad, turbidez y clorofila de la laguna.
Ayudando con el carbono
En la tesis de Noé Espinosa se da cuenta también de cómo contribuyen esos pequeños crustáceos al ciclo de carbono en la Laguna de Rocha. “Las estimaciones realizadas indican que en la Laguna de Rocha esta especie contribuiría con unas 18 toneladas de carbono anuales al reservorio de carbono atmosférico a través de su respiración”. Por el otro lado, “aportarían unas 14 toneladas de carbono anual a los sedimentos y columna de agua bajo la forma de pellets fecales”. Como la investigadora deja claro en su trabajo, “la contribución de los misidáceos en ecosistemas costeros cobra importancia en el contexto del balance de carbono en estos ambientes y bajo escenarios de cambio climático”.
Vivir en la laguna
¿Por qué estudiar a estos crustáceos diminutos en la Laguna de Rocha? En la investigación Espinosa y su equipo explican que este tipo de ecosistemas, al conectarse con el océano por medio de un canal que se abre sobre una barra de arena, experimenta fuertes gradientes ambientales en el tiempo y el espacio, características que permiten “explorar cómo dicha variabilidad influye en la supervivencia, la distribución y la estructura de la población de los misidáceos”.La bióloga cuenta que durante el año en que se llevó a cabo el estudio la Laguna de Rocha presentó las “variaciones en las condiciones ambientales” esperadas. La investigación establece que la temperatura siguió un “patrón subtropical”, con valores máximos en verano (entre 25ºC y 30ºC) y mínimos en invierno (entre 11ºC y 13ºC). En el caso de la turbidez, los valores más altos fueron registrados en invierno y primavera, y la clorofila tuvo valores máximos en primavera y mínimos en otoño.No obstante, la investigadora señala que la salinidad en el estuario no se comportó como esperaba. “Uno esperaría que en una laguna costera como esta los cambios en la salinidad estén determinados principalmente por la apertura y el cierre de la barra de arena. Sin embargo, en nuestro estudio la salinidad no siguió ese patrón”, señala. Tampoco encontraron mayores niveles de salinidad en el sur de la laguna, la zona lindera al océano, y menores en norte. “La salinidad del agua responde a otras cosas”, dice la investigadora. Por ejemplo, “es posible que las tasas de evaporación en verano sean más altas. Entonces, se evapora más agua y se concentra más la salinidad y tiende a aumentar”, y en un ambiente tan somero como las lagunas costeras puede influir “la dinámica del viento”. En el estudio se encontró que la salinidad “presentó una amplia variabilidad (0,6 a 24) a lo largo del período”, con valores máximos en primavera y valores mínimos en invierno, y “no se observaron gradientes horizontales claros”. Para que uno se haga una idea de qué significan estos números, la investigadora añade que la salinidad típica del océano es de 35.
La población
En la investigación los autores abordaron las características de la población de Neomysis americana. En ese sentido, encontraron que la proporción de hembras fue mayor que la de los machos durante todo el año, excepto en primavera, estación en la que fueron encontradas la mayor cantidad de hembras “embarazadas”. Los juveniles estuvieron presentes durante todo el período de estudios y fueron más abundantes que los adultos en verano, y en segundo lugar en invierno.
Pequeños flexibles
En relación con estas condiciones ambientales en la laguna, la investigación determinó que “Neomysis americana estuvo presente durante todo el año, en un rango de temperaturas de entre 11ºO y 31°C, las salinidades de 1 a 24 y la turbidez de 0 a 332” y que “las relaciones entre la abundancia de Neomysis americana y las variables ambientales dentro de cada estación no fueron significativas, excepto para la relación abundancia-turbiedad durante la primavera”. Espinosa resaltó la relación entre la turbidez del agua y la abundancia, algo que admite que no esperaba. “Las especies usan la turbidez como un mecanismo de evasión de depredadores”, explica. Esta “estrategia adaptativa” varía según la profundidad del estuario en la que se encuentren los organismos. En el caso de la Laguna de Rocha, que es muy somera, estas especies “utilizan el material resuspendido en el agua para esconderse entre él y evadir a los depredadores visuales como los peces y las aves”, señala la bióloga. En ambientes más profundos, como el estuario de Solís Grande, estos organismos realizan “migraciones verticales diarias”: “De día uno los encuentra más cerca del fondo, lejos de la luz, y en la noche ascienden y nadan cerca de la superficie para alimentarse”. La bióloga comenta que “la especie siguió un patrón estacional reproductivo para estas latitudes” y “se benefició de las condiciones de turbidez para reducir la mortalidad por depredación”. En ese sentido, los mayores picos de abundancia se registraron en primavera y verano, estaciones en las que además se registraron los mayores valores de turbidez. También en invierno “se da la mayor abundancia de mesozooplancton –organismos que los misidáceos consumen–” y en primavera “se encontraron los mayores valores de clorofila, que funciona como una representación de la abundancia de fitoplancton (microalgas) que también comen estos organismos”, señala Espinosa. “Se generan condiciones súper favorables para que los organismos crezcan”, añade. Asimismo, en el artículo se plantea que la estacionalidad puede estar vinculada a la reproducción de la especie, puesto que “las mayores proporciones de hembras grávidas se registraron en primavera”. En el estudio, los investigadores señalan que en verano y otoño las bajas densidades de estos organismos, además de asociarse a menores valores de turbidez, “pueden estar vinculadas a una mayor presión de depredación en Neomysis americana por parte de los peces y las aves migratorias”.“La amplia tolerancia y la reproducción sostenida en diferentes condiciones ambientales, así como la potencial plasticidad del comportamiento, son rasgos propensos a favorecer la extensión de la especie a los estuarios de todo el mundo”, concluyen los investigadores. En ese sentido, Espinosa señala que “la información que se generó en este ambiente” puede aplicarse “al manejo de otros ambientes en lo que este organismo es exitoso al formar poblaciones”.
Artículo: “Life History, Population Structure and Environmental Modulation of Neomysis americana (Mysinae) in an Intermittently Open Coastal Lagoon of the South West Atlantic”.
Publicación: Estaurine, Coastal and Shelf Science (4/2019).
Autores: Noé Espinosa, Danilo Calliari, Laura Rodríguez Graña.