Piense en el animal autóctono que quiera dentro del grupo de mamíferos, anfibios, aves y reptiles, que en biología conforman el clado de los tetrápodos o de animales con cuatro extremidades. No tiene que ser uno de los más raros, alcanza con elegir bichos bastante comunes como el zorrillo, la ranita boyadora, la cotorra o la yara. Sin importar qué animal haya elegido, probablemente nadie, ya sea que se haya especializado en biología, ecología, veterinaria o biodiversidad, o que esté al frente de un organismo o institución que fije políticas y tome decisiones al respecto de ese animal, sabrá decirle con certeza cuántos individuos de este tipo hay en el país. Una de las pocas excepciones son los lobos y leones marinos, que como se congregan sobre las puntas rocosas de algunas pocas localidades en la época de apareamiento –atestando las costas en mayor medida que los humanos en la primer quincena de enero– son censados por quienes los estudian con relativa facilidad.
No es que los investigadores o las autoridades consideren que es un tema que no importa. El asunto es que hacer ese tipo de muestreos y cálculos poblacionales lleva tiempo, dinero, personal calificado y voluntad política, cuatro factores que por lo general son difíciles de hacer coincidir en el espacio-tiempo. Si bien no sabemos a ciencia cierta, por ejemplo, cuántos zorros de campo, carpinchos, caranchos, sapitos de Darwin, zorzales, ñandúes, lagartos overos, tortugas cabezonas o mulitas hay en nuestro país, tenemos otro problema a la hora de evaluar nuestra biodiversidad: los datos que los investigadores e instituciones han ido generando acerca de estos animales no están unificados ni disponibles en un lugar al que se pueda recurrir en forma abierta y centralizada. Aprovechando su maestría en Reino Unido, Florencia Grattarola pensó en empezar a solucionar ese segundo aspecto de los datos sobre nuestra biodiversidad y, tras reunirse con varios investigadores expertos en mamíferos, reptiles, aves y anfibios, dieron a luz Biodiversidata, proyecto al que definen como “consorcio de datos de biodiversidad del Uruguay”. Recientemente el consorcio publicó su primer set de datos abiertos de biodiversidad de Uruguay en la revista Biodiversity Data Journal. Un pequeño paso para Grattarola y los 13 investigadores autores del trabajo, un gran salto para el conocimiento de la biodiversidad del país.
Datos dispersos
Como dice este primer data paper, o artículo de datos, a pesar de que Uruguay es una “convergencia de múltiples ecorregiones biogeográficas del Neotrópico”, configurando así un “spot de biodiversidad particular”, “los patrones de distribución de biodiversidad permanecen pobremente entendidos, dadas las brechas severas en los registros disponibles de las distribuciones geográficas de las especies”. Pero hay más: “Las bases de datos sobre biodiversidad nacionales no están disponibles de forma abierta”, por lo que una parte importante de la “información primaria generada por investigadores e instituciones a lo largo del Uruguay permanece altamente dispersa y es de difícil acceso para la amplia comunidad científica y medioambiental”. Ante este panorama, Biodiversidata pretende “llenar esa brecha al desarrollar la primera base de datos comprensiva y abierta de registros de biodiversidad del Uruguay”.
En el trabajo se señala que la plataforma Global Biodiversity Information Facility (GBIF) rankea a Uruguay “entre los países de América con los niveles más bajos de datos sobre biodiversidad”. De hecho, salvo Haití, ningún otro país tiene menos datos en esa plataforma que el nuestro. Hasta la publicación de este set de datos, en GBIF había 185.519 registros de animales, plantas, hongos, bacterias, arqueas y otras formas de vida de Uruguay provenientes de 573 sets de datos. Y aquí hay un dato curioso: ninguno de esos registros fue aportado por investigadores o instituciones de nuestro país: 56,1% de los registros provenían de eBird, una plataforma de observadores de aves, 4,2% de especímenes de las colecciones del Museo Smithonian, 3,9% del Instituto de Botánica Darwinion de Argentina, y así. Para los autores, esto puede deberse a que “las mayores fuentes de información sobre biodiversidad de especímenes (el gobierno y la academia) no son abiertas ni disponibles para el público”.
Hágase la luz y que sea open access
En el artículo Biodiversidata anuncia la publicación de su set de datos con 69.380 registros de ocurrencia que abarcan 673 especies de animales tetrápodos autóctonos (51 anfibios, 68 reptiles, 437 aves y 117 mamíferos) de los cuales se deja constancia del nombre de la especie, la fecha y la localidad. Para ello se recurrió a distintas fuentes: expertos miembros de Biodiversidata, que aportan datos que no habían sido publicados con anterioridad, información publicada en artículos científicos, tesis, libros, monografías, reportes y boletines pero que no había sido compilada en formato base de datos, e información disponible en bases de datos, por ejemplo online, como la ya mencionada GBIF. Obviamente “se aplicaron diferentes métodos para tratar los datos provenientes de cada una de las distintas fuentes”.
Algunos de los registros carecían de información de cuándo fueron obtenidos (eso sucedió con 70,4% de los registros de anfibios, 86,6% de los de los reptiles, 0,3% de los de aves y 43,1% de los de mamíferos) y salvo en el caso de las aves, que gracias a la plataforma eBird cuentan con muchos entusiastas que ingresan datos, en el caso de los otros animales los datos de los últimos 30 años nunca superaron 28,7% de los registros disponibles. En otras palabras: sólo un tercio de los datos que disponemos fueron obtenidos en las últimas décadas, lo que, a la hora de proteger y evaluar la biodiversidad, no es un dato menor.
Otra de las cosas que el trabajo deja ver es la desigual distribución de los registros de especies a lo largo y ancho del país. “Los mayores números de registros se ven en las zonas costeras, mientras que el centro del país arroja densidades de muestreo menores”, dicen los autores. La zona más muestreada es Montevideo, seguida de los alrededores de Maldonado y la ciudad de Rocha, mientras que “algunas áreas del país permanecen sistemáticamente ignoradas”. En el trabajo notan que este patrón se da también en las aves, que “a pesar de ser el grupo más sampleado, con 87,4% de los registros de la base de datos, los registros están muy sesgados espacialmente”.
También hay desigualdades en los registros dentro de cada grupo. “10 especies de aves suman el 14% de los registros de la base de datos, mientras que el 10% de las especies de tetrápodos sólo fueron vistos o colectados una única vez”. Las especies con mayor ocurrencia de registros dentro de cada grupo son la ranita del zarzal (Boana pulchella, 248 registros), la culebra parejera (Philodryas patagoniensis, 176 registros), el benteveo (Pitangus sulphuratus, 1.191 registros) y el ratón de pastizal (Akodon azarae, 207 registros).
Abrir, compartir, avanzar
Grattarola está haciendo un doctorado en Ciencias de la Vida en la Universidad de Lincoln, Reino Unido, en el área Evolución y Macroecología. Si bien está lejos, cada vez que viene a Uruguay aprovecha para articular con los investigadores y estrechar los lazos del consorcio que formaron. En una de esas visitas, previo a la publicación del artículo aquí reseñado, Grattarola conversó con la diaria.
“Las cosas ecológicas a escalas locales no siempre explican lo que está pasando a grandes escalas. Y para poder estudiar procesos a grandes escalas se precisan montones de datos”, dice Grattarola sobre la macroecología y cómo eso la llevó a pensar la forma de tener más y mejores datos abiertos sobre nuestra biodiversidad. “En el mundo se ha ido avanzado, hay muchísimas bases de datos, y Uruguay, y Sudamérica en general, ha quedado muy atrás en cuestiones de liberación y compartir bases de datos sobre biodiversidad”, cuenta, y agrega un ejemplo: “Irlanda comparte en un mes la misma cantidad de datos que Uruguay tiene registrados en esta base GBIF desde que se creó hasta el día de hoy”.
Ya que habla de GBIF, le pregunto por la gran participación de los miembros de la plataforma colaborativa eBird. “En el conjunto de datos que está en GBIF, más de 100.000 son registros de aves. Eso es porque los fanáticos de las aves son muy buenos generando y compartiendo datos. Los planes de monitoreo más antiguos de ciudadanos son los de los observadores de aves. No tienen esa cultura de que el dato es tuyo y no se comparte, tienen una tradición de trabajo colaborativo. Eso hace que incluso en Uruguay tengas una gran cantidad de datos de aves”, explica Grattarola.
Sobre esa cultura de compartir, la investigadora relata que antes de lanzar el proyecto hizo una encuesta rápida entre unas 100 personas en Uruguay que trabajan sobre temas de biodiversidad. “La principal barrera que señalaban para compartir sus datos era la de no tener tiempo para hacerlo, y que el esfuerzo que implicaba no tenía luego ningún reconocimiento”, comenta. “Hoy hay herramientas para reconocer este trabajo de poner datos a disposición de los demás. Así como se publican artículos científicos, se publican sets de datos. Se trata de papers con autores, con metodología, pero que no tienen ni objetivo, ni hipótesis, ni resultados. Los autores depositan su set de datos, ponen sus artículos asociados, y cada persona que use los datos los va a citar. De esta forma se retribuye al científico, ya que otorga créditos como las otras publicaciones. Y cada vez que se utiliza ese set de datos, el investigador es citado”, afirma, y no hace falta más que ir al artículo publicado para comprobarlo.
“Si este tipo de reconocimiento tampoco le sirve al investigador, ya hay otras cosas que están en juego”, añade, pero aclara: “No querer compartir los datos es una opción válida y no hay que pedir que se queme en la hoguera a los que no lo hacen. Creo que es una situación que va a empezar a cambiar pero que tenés que hacer en base a la construcción de confianza y de lazos de cooperación, ya que es legítimo el temor de los investigadores de perder el control de datos que recolectaron a lo largo de su carrera. También hay una idea errónea de que si los datos son abiertos los metés todos en una bolsa y los tirás en internet, cuando es todo lo contrario. Tienen muchas reglas, se sistematizan, etcétera”.
Peligran los datos, peligra la biodiversidad
El mundo enfrenta una crisis de pérdida de biodiversidad. Pero en el mundo digital, la crisis también afecta al mundo de los datos: registros guardados en papelitos, o piezas colectadas en museo, requieren ser tratados para que sigan cumpliendo su rol de información relevante. Y de hecho, los registros sobre nuestra biodiversdiad, dicen en el trabajo Grattarola y sus colegas, son datos que están en riesgo, ya que no están sistematizados, digitalizados ni centralizados. “En temas que tienen que ver con la informática y datos hay muchos grupos trabajando colaborativamente para generar estándares y estrategias de acopio, conservación y uso de los datos. Yo me vinculé con un grupo que se llama Research Data Alliance, que es europeo”.
La investigadora cuenta que en ese grupo hay una unidad que llamada Data Rescue. “Se ocupan de rescatar datos que están en riesgo, que van desde los datos que por orden de [el presidente de Estados Unidos, Donald] Trump se bajaron de los sitios de la EPA, la agencia de protección ambiental de Estados Unidos, hasta otros tipos de datos en riesgo, que pueden ser datos que están en un papel o en una libreta de un investigador, o datos que no están digitalizados en colecciones y museos”. En este contexto, queda clara su intención: “Mi estrategia es un poco tratar de rescatar los datos de biodiversidad de nuestro país, porque creo que están en riesgo y porque no están disponibles. Hoy hay plataformas en Uruguay que están vacías porque muchos datos, para ser ingresados, precisan un camino de digitalización, de sistematización, de encontrar acuerdos sobre cómo se quieren estandarizar, qué información tiene que estar, qué preguntás querés hacerles a esos datos, etcétera”.
Además de este rescate, Grattarola y los suyos buscan aportar datos nuevos, abiertos y accesibles, que permitan tomar mejores decisiones para proteger, pensar y preservar la biodiversidad. “En nuestras bases de mapas con información se utilizan registros antiguos. Tenemos al menos 20 años más de registros, con especies nuevas, otras que no se habían visto porque se amplió su distribución, y esa información más reciente no está, generalmente, siendo tenida en cuenta”. Grattarola sabe de lo que habla: como integrante del grupo Julana, registró junto a los pobladores locales de Paso Centurión y la ayuda de cámaras trampa el paso de un aguará guazú, un cánido que hacía tiempo no se veía en nuestro país, y del felino yaguarundí, que se creía extinto en nuestro territorio.
“Desde que empecé con la biología pienso que los datos sobre la biodiversidad son la base sobre la que se hace todo el resto, como las prioridades de conservación, el ordenamiento territorial y otras cuestiones. Pero si esa información sobre la biodiversidad está hecha a partir de 5.000 registros, muchos de ellos de hace varias décadas, sobre los que luego se predice todo el resto, no es lo mismo que si tenés un buen conjunto de datos mucho más precisos y numerosos. Para poder hacer mejores predicciones sobre la distribución de las especias, hay que tener más y mejores datos iniciales”. El trabajo de Biodiversidata va en ese sentido. Aplauso para ella y todos los investigadores e investigadoras que no sólo dedican sus vidas a conocer más sobre nuestra fauna, sino que ahora también están dispuestos a que esa información circule libre y abierta y, ojalá, nos ayude a tomar mejores decisiones.
Registros obtenidos en los últimos 30 años | ||
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Anifibios: | 683 | (27%) |
Reptiles: | 224 | (9,7%) |
Aves: | 60.308 | (99,5%) |
Mamíferos: | 1.122 | (28,7%) |
Artículo: “Biodiversidata: An Open-Access Biodiversity Database for Uruguay”.
Publicación: Biodiversity Data Journal (N° 7, 2019).
Autores: Florencia Grattarola, Germán Botto, Inés da Rosa, Noelia Gobel, Enrique González, Javier González, Daniel Hernández, Gabriel Laufer, Raúl Maneyro, Juan Martínez-Lanfranco, Daniel Naya, Ana Rodales, Lucía Ziegler, Daniel Pincheira-Donoso.