Al ingerir un medicamento, este comienza su viaje por el organismo: atraviesa la faringe y continúa por el esófago hasta llegar al estómago, donde comienza a disolverse en contacto con el jugo gástrico. Disuelto en partículas, comienza el desafío de acceder al torrente sanguíneo. Una vez que superó todos los obstáculos, prosigue el viaje hasta el lugar de acción para cumplir el objetivo por el que fue ingerido. Hacia el final del recorrido, primero el metabolismo transforma el fármaco en otra sustancia y luego es expulsado, generalmente en la orina, aunque puede también hacerlo en las heces. Para las personas, por poco poético que resulte mencionarlo, el proceso termina allí, con el sonido de la cisterna del wáter que despide la orina y/o las heces. Pero eso no ocurre con los restos de los fármacos que consumimos, que continúan su viaje a través de las cloacas hacia las plantas de tratamiento de aguas residuales –cuando existen– y si estas no son eficientes en su completa degradación, son descargados directamente en aguas superficiales. Por lo tanto, los riesgos ambientales de los fármacos repercuten principalmente en los ecosistemas acuáticos. Incluso han sido clasificados como contaminantes pseudo persistentes, ya que permanentemente están llegando al ambiente.
Una vez en los cuerpos de agua, los restos de medicamentos no sólo se acumulan en el ambiente, sino que también son incorporados por los organismos vivos. Un estudio liderado por investigadores del Centro de Investigaciones del Medio Ambiente (CIMA), del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y la Universidad Nacional de La Plata, en el que participaron investigadores de la Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU), entre ellos Rosana Foti, integrante de la comisión por Uruguay y de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), encontró la presencia de 17 fármacos en tres especies de peces en el río Uruguay.
En el Uruguay
El artículo “Productos farmacéuticos humanos en tres especies principales de peces del río Uruguay (América del Sur) con diferentes hábitos de alimentación” fue publicado recientemente en la revista Environmental Pollution y forma parte de la tesis doctoral de la licenciada en Química y Tecnología ambiental Macarena Rojo. En investigaciones anteriores, según contó el biólogo e investigador del Conicet Pedro Carriquiriborde –quien dirigió la investigación–, habían detectado restos de medicamentos, como carbamazepina (anticonvulsivo y antidepresivo), atenolol (para la hipertensión), diclofenac e ibuprofeno (antiinflamatorios) en aguas residuales y superficiales de la región. “El siguiente paso era investigar qué pasaba con los peces”, apuntó el investigador. En el estudio, los autores destacan que los peces están entre las especies más conspicuas de los ecosistemas acuáticos porque “presentan diversas estrategias de vida”, “desempeñan funciones de regulación” y además porque algunas especies “tienen relevancia económica por la pesca deportiva o comercial”. Asimismo, sostienen que “la bioacumulación de productos farmacéuticos en peces no sólo podría afectar a los organismos que están directamente expuestos a los químicos, sino que también podría representar un riesgo para sus depredadores e incluso para los humanos”.
Para determinar la existencia de acumulación de fármacos en los músculos de peces en el río Uruguay, los científicos seleccionaron tres especies relevantes en el ecosistema del río: el sábalo (Prochilodus lineatus), la boga (Megaleporius obtusidens) y el dorado (Salminus brasiliensis). Se trata de peces importantes no sólo “por su biomasa y su papel biológico”, sino también “por su relevancia para la pesca comercial y deportiva”, afirman en el documento. Carriquiriborde explica que también se seleccionaron estas especies porque “están ubicadas en distintos niveles tróficos”, lo que permitiría evaluar si los compuestos estaban siendo biogmanificados, es decir, acumulados en mayor grado a lo largo de la cadena trófica. Mientras que el sábalo se encuentra en la base de la cadena, ya que se alimenta principalmente de detritos, la boga se encuentra en un nivel medio por ser un pez omnívoro que se alimenta de restos de plantas e invertebrados, mientras que el dorado es un pez que se alimenta de otros peces y, por lo tanto, “está en la cima de la cadena alimentaria”, indicó el biólogo.
Las tres especies seleccionadas forman parte de la rica diversidad de “más de 150” variedades de peces que viven en el río que da nombre a nuestro país, apuntan los investigadores. El río Uruguay nace en Sierra Geral, en el sureste de Brasil, donde confluyen los ríos Canoas y Pelotas, y desemboca en el Río de la Plata en Punta Gorda. Es un río importante de la cuenca hidrográfica del Río del Plata, la segunda más grande de América del Sur, después de la cuenca del Amazonas.
Pescando resultados
A los efectos de evaluar el impacto de los medicamentos en los peces, los investigadores hicieron dos campañas de muestreo, una en otoño y otra en primavera de 2016. Cada una incluyó ocho localidades de muestreo distribuidas a lo largo de aproximadamente 500 kilómetros del río Uruguay, bajo la jurisdicción de la CARU. En otoño las localidades de muestreo fueron Bella Unión, Arapey, Puerto Yeruá, San Salvador y Villa Paranacito. En tanto, durante la primavera se muestrearon las localidades Mocoretá, Gualeguaychú, Concepción del Uruguay y Villa Paranacito. Los autores aclaran que, si bien las localidades no fueron las mismas en ambas campañas, debido a “limitaciones logísticas, los sitios alternativos eran representativos del mismo sector del río”. En total, se recolectaron y procesaron 94 peces, 32 bogas, 32 dorados y 30 sábalos.
En los animales recolectados se analizó la presencia de 17 medicamentos diferentes, de los cuales 16 fueron detectados en los músculos de las tres especies. La lista de fármacos humanos evaluados incluía seis β-bloqueadores (atenolol, carazolol, metoprolol, nadolol, propranolol y sotalol), cuatro psicofármacos (diazepam, lorazepam y carbamazepina –incluidos dos de sus metabolitos, epoxicarbamazepina e hidroxicarbamazepina– y venlafaxina), un agente antiplaquetario (clopidogrel), un medicamento para tratar el asma (salbutamol), dos analgésicos antiinflamatorios (codeína y diclofenac) y un diurético (hidroclorotiazida). Las concentraciones fueron clasificadas en cuatro grupos, que iban desde la clase 1 (fármacos cuyas concentraciones eran mayores a un microgramo por kilogramo de carne y frecuencias de detección mayores a 50%) y la clase 4 (concentraciones máximas menores a un microgramo por kilo y frecuencias de detección menores a 50%). “Las frecuencias para los fármacos detectados oscilaron entre 4% para carazolol y 92% para carbamazepina”, indica la investigación. Las máximas concentraciones estuvieron en alrededor de diez microgramos por kilo. La relación entre ambas variables es inversa: las sustancias encontradas con mayor frecuencia se encontraron en menores cantidades, y viceversa.
Los compuestos que se encontraron con mayor frecuencia fueron la carbamazepina (92%) y atenolol (62%), de manera “uniforme en las tres especies” –más de 50% de las muestras, pero con concentraciones menores a un microgramo por kilo de carne (0,88 y 0,61, respectivamente)–, sostienen los autores. El atenolol se utiliza para “problemas cardíacos y circulatorios”, amplía Carriquiriborde. En tanto, explicó, la carbamazepina es un antiepiléptico que también se utiliza como estabilizador del humor y para tratar otros trastornos del sistema nervioso. Este elemento despertó sorpresa entre los investigadores: “No son medicamentos como el ibuprofeno, que al tratarse de un analgésico tiene un uso más difundido, sino que son medicamentos más específicos”, expresó el investigador.
Asimismo, Carriquiriborde apuntó que “cada especie tiene un patrón particular de acumulación”. Este fue otro descubrimiento que llamó la atención de los investigadores. El mayor número de fármacos humanos se encontró en la boga. En total presentó 13 de los 17 estudiados, seguido por el sábalo que presentó diez, y el dorado, en el que se hallaron nueve. Mientras que algunos medicamentos estaban presentes en todas las especies, otros sólo estuvieron en dos e incluso en una. Por ejemplo, el clopidogrel y el salbutamol sólo se encontraron en la boga, mientras que el carazolol y el lorazepam estaban únicamente en el sábalo, y el diazepam en el dorado.
En el caso de los compuestos más encontrados, el investigador aclaró que no se trata de los fármacos más consumidos en la región. Si bien la lista de fármacos que analizaron se hizo a partir de consultas a farmacias y laboratorios sobre qué medicamentos son los más vendidos y consumidos, el investigador explicó que los medicamentos que se encontraron con mayor frecuencia y las concentraciones dependen del nivel de consumo y de la “persistencia de la molécula del fármaco en el ambiente”. “Hay moléculas que se degradan más rápidamente y desaparecen relativamente rápido, y hay otras que son más persistentes. Por lo tanto, están más tiempo en el ambiente. Entonces se van acumulando y las encontramos permanentemente”, agregó.
¿Un poco egoístas?
Un dato relevante de la investigación es que en ninguno de los 17 fármacos analizados se encontró biomagnificación. La magnificación corresponde a un “aumento de la concentración del compuesto en los peces a medida que aumenta el nivel trófico o se avanza en la cadena alimenticia”, explicó el investigador. “El sábalo, que está abajo en la cadena trófica, incorpora el compuesto, por ejemplo, desde el agua o desde el detrito; el pez que se lo come ya está comiéndose un animal que acumuló parte de ese fármaco, y el pez más grande que se come al segundo en la cadena lo acumula más, y así sigue”, manifestó. Este dato es importante para la acumulación de los compuestos, que podría repercutir en la salud humana. Sin embargo, en los resultados vieron que las concentraciones más altas se encontraron “claramente” en la boga, mientras que las más bajas se encontraron en el sábalo y el dorado.
Para Carriquiriborde una hipótesis posible para que la boga fuera la especie con más concentración de compuestos podría tener que ver con una invasión biológica. “En los últimos años la boga pasó a alimentarse del mejillón dorado”, dijo. Este mejillón (Limnoperna fortunei) es una especie exótica invasora que llegó al Río de la Plata y otros ríos de la región, transportada en las aguas de lastre de barcos asiáticos y cuya presencia se intensificó a partir de los 90. “El mejillón es una especie filtradora, por tanto tiene la capacidad de pasar mucho volumen de agua y poder acumular algunos tipos de sustancias en mayor medida que otras especies” explica. En la investigación los autores señalan que “la vía alimentaria bentónica a través del mejillón dorado podría ayudar a explicar los niveles más altos de fármacos encontrados en la boga”.
En esa línea, los autores encontraron que si bien no deberían estar presentes, “las concentraciones medidas de fármacos en el músculo de los peces estudiados del río Uruguay no representarían un riesgo para el consumo humano”. Las concentraciones más altas encontradas fueron de alrededor de un microgramo por kilo de carne, “cuando un comprimido de Carbamazepina suele tener 200 miligramos”, dijo el investigador. Por lo tanto, una persona tendría que consumir 200.000 kilos de pescado para ingerir la misma cantidad que posee un comprimido. Sin embargo, en el artículo científico los autores señalan que los límites máximos de residuos para los fármacos estudiados en peces no están establecidos por la legislación de Argentina ni por la de Uruguay, por lo que se basaron en estándares internacionales de límites establecidos para las dosis farmacológicas. No obstante, añaden que si bien “Sería deseable realizar más estudios para recopilar información sobre el consumo de pescado de la población local para una evaluación más precisa” los resultados concuerdan con un estudio reciente realizado en Europa, “donde el riesgo humano de los compuestos farmacéuticos a través del consumo de mariscos se consideró insignificante”.
No todos zafan
La situación para los peces es diferente: la concentración de restos de medicamentos podría acarrear serias consecuencias para ellos. Los investigadores afirman que “hay poca información disponible sobre la sensibilidad de las especies de peces del río Uruguay a los efectos tóxicos de los fármacos y, por lo tanto, se requieren más estudios para comprender mejor los riesgos potenciales de estos fármacos para estos peces y organismos salvajes que habitan en el río”. De todas formas, Carriquiriborde sostuvo que hay investigaciones en otras partes del mundo que señalan que medicamentos como la fluoxetina, un psicofármaco antidepresivo, generan “problemas a nivel de la reproducción” porque las concentraciones que se observan en el ambiente les “impiden desovar”. En ese sentido, “podría ser un problema para la supervivencia de los peces y la viabilidad de la pesquería”, y “eso es lo que estamos estudiando en este momento”, dijo el biólogo.
Carriquiriborde destacó la importancia del estudio. “Es uno de los primeros que se hacen en la región”, dijo, y señaló que “debería servir para que a nivel de los municipios se tome conciencia de la importancia de contar con plantas de tratamiento de efluentes cloacales para evitar que compuestos como estos lleguen a los cuerpos de agua”. Así como los medicamentos en los músculos de los peces, las evidencias científicas sobre por qué mejorar lo que tiramos a nuestros cursos de agua se acumulan.
Artículo: “Human pharmaceuticals in three major fish species from the Uruguay River (South America) with different feeding habits”
Publicación: Environmental Pollution (mayo 2019)
Autores: Macarena Rojo, Diana Álvarez Muñoz, Alejandro Dománico, Rosana Foti, Sara Rodríguez, Damia Barceló, Pedro Carriquiriborde.