Mientras estudios genéticos muestran que al menos un tercio de la población de nuestro país tiene genes indígenas por el lado materno, la idea de que somos un país sin indios sigue predominando en el imaginario colectivo. Pero no es sólo eso. Los descendientes charrúas generan recelo y no pocas veces son motivo de burla. ¿A qué viene ese miedo al indio? Una reciente publicación permite pensar algunas puntas desde el marco del “colonialismo de colonos”.

Seguro alguna vez escuchamos que bajamos de los barcos. Que los indios fueron definitivamente exterminados en la emboscada de Salsipuedes, en 1831. O que los últimos charrúas, sobrevivientes de esa matanza, fueron enviados a Francia para ser exhibidos como atracción en 1833. Si bien fueron indómitos y nobles luchando junto a Artigas, así como el prócer se exilió en Paraguay y negó siempre pertenecer a Uruguay, los indios también fueron exiliados de nuestra historia y memoria. Se desvanecieron al punto de que, a diferencia de la abrumadora mayoría de países de América Latina, Uruguay se consideraba “el país sin indios”. Es que ante la llegada del europeo, el indio, primitivo, bárbaro, sin cultura y, por tanto, incivilizado, no tenía más remedio que ser pasado por arriba por la aplanadora del progreso.

En los libros de historia escolares, hasta no hace poco, los habitantes originarios de esta tierra apenas eran un prólogo para la verdadera historia, tenían algo así como el mismo papel que los dinosaurios respecto de la Revolución Francesa. Unos animalitos de otra época que no pudieron sobrevivir al meteoro colonizador que volvió a caer en América –el que acabó con los dinosaurios fue a dar a la península de Yucatán, en México– y arrasó todo a su paso. Pero los dinosaurios no se fueron: siguen entre nosotros y hoy los llamamos aves. Y los indios tampoco: siguen entre nosotros, y como pueden hablar, a diferencia de las aves, piden que los llamemos charrúas.

Distintos colectivos que se autodenominan charrúas o descendientes de ellos han irrumpido en las últimas dos décadas. Pero para un Estado basado en un mito integrador de lo que se considera un país de inmigrantes, poder ver que había personas en esta tierra antes de la formación de ese Estado no es sencillo. Que se sientan igual de uruguayos y uruguayas que el resto, pero que aun así reclamen su lugar en la memoria, la historia y el territorio es difícil de aceptar. Tras más de 200 años de haber hecho a los indios invisibles, cuando esa ceguera histérica –o postraumática, para ser más modernos– es interpelada por estos colectivos, las respuestas pasan por la burla, la desestimación, la ira y la furia racial. El indio uruguayo atemoriza.

Así como quien tiene una fobia, es decir, un miedo irracional que no se soluciona con argumentos, poco importa que desde la antropología y la historia cada vez haya más evidencia de que los indios no desaparecieron. Esta especie de indigenofobia no tiene la capacidad de retractarse cuando estudios genéticos, como los que realiza la antropóloga Mónica Sans y sus colegas, demuestran que más de un tercio de la población actual ha heredado por línea materna genes indígenas. Si aún tenemos genes de neandertales –hasta 3% en descendientes de europeos–, tener genes de quienes estaban antes que este territorio se convirtiera en país es mucho más probable y lógico. Pero los humanos no solo heredamos información genética. Como lo dejó brillantemente claro Richard Dawkins, también heredamos cultura (de hecho, en su libro El gen egoísta, de 1976, acuñó el término “meme” para hablar de esta unidad de transmisión cultural que se replica y que abarca conceptos más profundos que los chistes gráficos que pululan por las redes). Así que, tal como aún tenemos genes indígenas, los charrúas de nuestros días reclaman que se reconozca que también heredaron memes. O dicho en términos más recientes, que tienen derecho a definir su identidad basándose en esta relación con sus antepasados.

Cuando los colectivos indígenas reclaman ser reconocidos, la sociedad ríe una risa aterrorizada. Descalificar al monstruo nos permite tratar de seguir durmiendo con la luz apagada. Sólo que, como en el film Sexto sentido, el monstruo son los que pretenden seguir durmiendo la siesta del país sin indios.

El artículo recientemente publicado por Gustavo Verdesio en la revista Settler Colonial Studies, titulado “Desposesión sin fin: la reemergencia charrúa en Uruguay a la luz del colonialismo de colonos” arroja luz sobre este miedo al indio. Si bien el artículo habla de muchas otras cuestiones, y algunos de sus argumentos ya habían sido esgrimidos por el propio autor o por otros como el antropólogo y arqueólogo José López Mazz, me voy a tomar el atrevimiento de releerlo buscando explicaciones para ese temor. Contaré para ello con la complicidad del propio Verdesio, que siendo profesor asociado en la Universidad de Michigan, donde se desempeña en el Departamento de Cultura Americana, dentro del programa Native American Studies, en tiempos de pandemia y actividad académica por plataformas, contesta desde la no tan lejana Buenos Aires.

Puede que al leer se enojen con algún pasaje de esta nota. O que nieguen rotundamente alguna de las cosas que se dicen. Que algunos enunciados les provoquen repulsión, incomodidad o unas ganas locas de descalificar o reír. Y está bien que así sea. Aun así, les pido que sigan leyendo, prestando atención justamente a esas reacciones. Porque se trata precisamente de eso: de entender qué nos pasa con los indios que somos o que tenemos al lado.

Un colonialismo particular

En su artículo, Verdesio señala: “Los integrantes del colectivo reemergente se encuentran en una situación bastante precaria, porque en Uruguay no existe ni legislación indígena ni reconocimiento, en su derecho constitucional, de su preexistencia al Estado” y apunta a que ello “probablemente sea consecuencia de la autopercepción que prevalece entre la mayoría de los uruguayos, quienes se ven a sí mismos como ciudadanos de un país donde ya no hay pueblos indígenas, pues fueron exterminados al inicio de la vida independiente de ese Estado”.

También apunta a que la existencia de indios en nuestro país es negada desde diversos frentes. A modo de ejemplo, repasa que entre los negacionistas están “los ex presidentes Julio María Sanguinetti (quien aprueba las políticas genocidas del Estado uruguayo en la primera mitad del siglo XIX) y José Mujica, además de los antropólogos Daniel Vidart y Renzo Pi Hugarte” aunque hace la salvedad de que Mujica “reconoce la existencia de descendientes del pueblo guaraní, probablemente porque Vidart está persuadido de que los integrantes de esa etnia eran mucho más numerosos que los charrúa durante la época colonial”. Así y todo, sostiene que “no es sólo por las narrativas nacionales, la falta de legislación indígena, las opiniones académicas predominantemente hostiles y la actitud antirresurgimiento de un segmento importante e influyente de la clase política que los activistas indígenas se encuentran en una situación desesperada: algunos funcionarios del gobierno (como el ex ministro de Trabajo y Seguridad Social José Bayardi) temen la posibilidad de que, si se ratifica el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, el Estado enfrente un reclamo de tierras por parte de los charrúas”. Y desliza que “las reacciones provocadas por las acciones y reclamos de los activistas indígenas puedan tener algo que ver con el tipo de colonialismo que tuvo lugar en Uruguay”.

Entonces explica que, a diferencia de lo que sucedió en la mayor parte de América Latina, en Uruguay se desarrolló un tipo especial de colonialismo denominado “colonialismo de colonos”, un concepto que suena un poco mejor en inglés, settlers colonialism, ya que en español “colonialismo” deriva justamente del establecimiento de colonias que se forman con colonos. Tal vez podríamos decirle colonialismo de asentadores, o de asentamientos, pero el remedio sería peor que la enfermedad, así que conformémonos con colonialismo de colonos. Este tipo de colonialismo también tuvo lugar en Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y partes de Argentina. En todos ellos los pueblos indígenas “fueron desplazados, exterminados y/o asimilado a la sociedad en general”.

Monumento a los últimos Charrúas, en el parque del Prado (archivo, abril de 2011). Foto: Nicolás Celaya

Monumento a los últimos Charrúas, en el parque del Prado (archivo, abril de 2011). Foto: Nicolás Celaya

En el colonialismo de colonos se ignora “la mera existencia” de los pueblos indígenas. A diferencia de en otros lugares, donde los indígenas eran usados como mano de obra abundante “por una minoría europea que intenta extraer una plusvalía sustancial de su trabajo”, en el colonialismo de colonos los indígenas son corridos del territorio, privados de su forma de sustento, y son los propios colonos los que trabajan y explotan los recursos. Mientras que bajo un colonialismo el indígena es explotado, en el otro es desplazado, se lo niega y se lo invisibiliza. “Lo que desea el colonialismo de colonos es que la situación en el territorio no parezca colonial, donde un grupo domina a otro. La eliminación de los nativos y la negación de su existencia son las formas más efectivas de perpetuar la principal ficción de los pobladores, que dicen que no hay colonialismo en su tierra”, apunta Verdesio.

Distintos colonialismos determinan distintas estrategias de resistencia de los nativos. “En la forma más común de colonialismo, la demanda fundamental del colonizador es el trabajo (barato o forzado)” dice el autor, por lo que la respuesta anticolonial es el sabotaje. En el colonialismo de colonos, como el que hubo en Uruguay, “debido a que la principal demanda es la desaparición o la asimilación del indígena, la mejor forma de resistencia de los pueblos indígenas es persistir y sobrevivir”, dice Verdesio, y, citando al australiano Patrick Wolfe, dice que “lo mejor que pueden hacer los pueblos indígenas para combatir el colonialismo de los colonos es quedarse en casa”. Y entonces las piezas del puzle van encajando: “Eso es precisamente lo que están haciendo los charrúas de Uruguay: están reafirmando su persistencia”. Verdesio además aventura: “Quizás esta sea una de las razones por las que los uruguayos (que se han olvidado de su condición de ciudadanos en un régimen colonial de colonos) se enojan tanto con ellos”.

A todo esto hay que sumar que las colonias se independizaron de sus metrópolis, dando lugar a países y estados soberanos, a fines del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX. Con estas gestas independentistas “los colonos no se sienten responsables de la opresión que sufren los pueblos indígenas porque, según sus narrativas de legitimación, esa opresión fue infligida por otros (los colonizadores) en el pasado”. Estado nuevo, borrón y cuenta nueva.

“Este modelo de colonialismo no implica sólo la presencia de colonos, sino que la idea es que este es un modelo de tierra arrasada donde el genocidio juega un papel muy importante”, apostilla Verdesio desde Buenos Aires. También está interesado en hacer notar que si bien en este modelo el colono desplazó e invisibilizó al habitante original del territorio, se hizo cargo de la producción, y creó un nuevo mito refundacional donde él es el habitante original y el generador de la prosperidad, eso no implica que los indígenas no hayan sido usados como fuerza de trabajo. “Tanto en Estados Unidos, Argentina, Uruguay, como en todos los lugares donde hubo colonialismo de colonos, el indígena, después de derrotado, no tiene otra opción que incorporarse a las tareas. En el caso de los guaraníes se incorporaron a tareas rurales, tipo agricultura, y en el caso de los charrúas, como peones de estancia. No lo digo en el paper, porque no se puede decir todo, pero sería injusto pensar que en este modelo los indígenas no participaron en la producción de la riqueza de los blancos” señala.

Habiéndonos ubicado en este marco conceptual, doy el siguiente paso de intentar extraer algún concepto de aquí y allá para explicar posibles razones del miedo a los charrúas, algo que no necesariamente es el objetivo del trabajo pero que, sin dudas, también aborda.

¿Qué es ser indio? El miedo a reconocer al otro

Tememos al distinto. Y más aún cuando nos hemos convencido de una homogeneidad basada en la inmigración europea. Dijera el viejo Cuarteto de Nos, no jodan más, no somos latinos. “En las sociedades de colonos, como en Estados Unidos, por ejemplo, existe el mito del vanishing indian, del indígena que se está desvaneciendo, porque, como digo en el artículo, el colono necesita que no haya indios, porque la prueba de que hay colonialismo es que hay indios”, dice Verdesio.

El académico afirma que para este colonialismo hay dos caminos: “Uno es asimilar al indígena de manera de que deje ser indio. Como decían ellos, matamos al indio, pero salvamos al hombre. Eso es algo que Uruguay hizo con muchísimo éxito, pero no contaba con [Sigmund] Freud, ni con [Jacques] Lacan, ni con el retorno de lo reprimido. La segunda estrategia es el desplazamiento, es decir, aquellos que no se asimilan son echados. Y cuando se acaba el territorio, esta lógica lleva al asesinato. Si el indígena no se va a Brasil o a Argentina, lo tenés que matar. Eso fue lo que optó por hacer el Estado uruguayo, lo que optó por hacer el Estado argentino, el norteamericano, el canadiense, el australiano y el de Nueva Zelanda” resume.

De tanto correr al indio tendemos a pensar que no está. Y cuando reaparece reclamando su lugar en la sociedad, despierta el temor de tener que reconocer a un otro que nos interpela. Verdesio ha sido muy criticado por otros académicos e intelectuales que, incluso ante la evidencia genética de que los indios no desaparecieron como cuenta el mito, sostienen que la cultura y el ADN no son lo mismo. “En eso tienen razón. Pero eso me invita entonces a hablar de cultura, me permite analizar a quienes sostienen eso, porque yo quiero saber qué les pasa para no reconocer que hay gente que tiene ancestros indígenas. ¿Les molesta que se autoadscriban como indígenas? Ese es el problema, porque para ser indígena hay quienes dicen que deben ser de tal y cual manera. Y mi respuesta para esa gente que dice que no son indígenas, porque los indígenas son de tal o cual manera, es sencilla: ¿así que vos vas a definir lo que es ser indígena? ¡Mirá vos! Yo me pasé la vida estudiando el tema y no me animo a hacerlo” desafía.

Verdesio denuncia que los críticos de quienes reclaman su identidad indígena están usando esquemas conceptuales vetustos. “Ese esquema mental es el método histórico cultural, que se ha abandonado en la antropología mundial hace 60 o 70 años y que es el que usaba Daniel Vidart, al que tanto admiran, y Pi Hugarte”, sostiene. “En ese esquema, una cultura consiste en rasgos distintivos, diacríticos, que forman como una grilla con casillas vacías que hay que chequear. ¿Tiene lengua? Sí. ¿Cómo se viste? Si usa championes Nike no es indio. ¿Usa celular? Entonces no es indio, porque tiene que usar boleadoras y andar en pelotas”, dispara con cierto enojo. Y luego provoca: “Siempre hago una pregunta a quienes se paran en ese método. ¿Cuándo van a Roma esperan que los romanos estén vestidos de legionarios y que hablen en latín? ¿Verdad que no? Entonces lo que no entiendo es por qué esperan que los indios de hoy sí sean así”.

“Lo que no entiendo es por qué los indios no tienen derecho a cambiar, por qué son el único tipo de ser humano que no puede evolucionar”, reclama Verdesio. “Ahí tienes uno de los grandes mitos, que el indio pertenece a la temporalidad mitológica y no a la historia. El indígena está congelado en el tiempo para que podamos estudiarlo”, sintetiza. Y agrega: “Todavía estamos esperando que usen plumas. Y cuando lo hacen, tampoco nos gusta. Es una situación en la que nunca pueden ganar. Porque si usa plumas es un tarado o un trucho, y si no las usa, decimos que no es indígena porque es igual a nosotros”.

Sobre el tema de las definiciones, Verdesio ha reflexionado y mucho. “Creo que el gran drama de los descendientes charrúas hoy, por lo menos de algunos del Consejo de la Nación Charrúa (Conacha), es que como dos de sus líderes son estudiantes de antropología, tienen una sofisticación intelectual para el tema étnico que no es sencilla de comprender para la media” conjetura. “Les cuesta mucho hacerle entender a la gente que ellos no dicen que son charrúas de sangre, que son conscientes de que es altamente probable que un número importante de ellos no provengan, genéticamente, de la etnia charrúa, porque saben que en las tolderías hubo mucha mezcla” amplía, diciendo que en las tolderías había charrúas, guenoas, guaraníes, yaros, españoles, negros, franceses y brasileños, entre otros.

“Lo que ellos sostienen es provenir de familias con ancestros que vivieron en las tolderías. En esas tolderías, en los últimos años de vida libre o autónoma de esos grupos humanos, el estilo de vida, es decir los patrones de subsistencia, valores, principios, prácticas, era común a todos sus integrantes. Ese estilo de vida, esa forma de ser en el mundo, era el que practicaban los grupos de alta movilidad. Por razones que no conocemos con exactitud, esas tolderías eran conocidas, en los últimos años de vida soberana, como charrúas. Es ese estilo de vida el que reivindican como identidad. No están reivindicando una sangre, sino una forma de ser. Desde el punto de vista de la concepción de lo que es una etnicidad, tienen razón”.

El miedo a aceptar crímenes sexuales

Gracias al trabajo de historiadores se sabe que mientras los hombres indígenas eran perseguidos y aniquilados, las mujeres y niños se repartían como un botín. Los trabajos genéticos podrían confirmar algo que ya ha pasado en otras partes, que el sexo entre los colonos y las indígenas era más frecuente que entre los indígenas y las colonas. Y allí hay otra tragedia, que es la del abuso y la explotación sexual.

“Esa explotación sexual se ve mucho más claramente en las películas norteamericanas sobre el sur, donde se muestra lo que se llamó el derecho de pernada del dueño de la plantación, que implicaba derechos sobre cualquier empleada que tuviera. Es decir, más allá de los affaires que pudiera haber, estaban las violaciones” dice Verdesio.“En el Uruguay eso también pasaba con las empleadas de estancia, fueras negra, india, brasileña o lo que sea”, amplía.

“Y eso también necesita ser invisibilizado, porque estamos hablando de una aristocracia novillera que está basada en un abuso sexual. Como recuerda Antonio Lezama, somos un país mestizo porque durante 40 o 50 años los españoles no trajeron mujeres. A Argentina llevaron una, Lucía Miranda, y luego vino la madre de Hernandarias sobre fines del siglo. Estamos hablando de muy pocas señoras y, sin embargo, los españoles tenían familias. ¿Con quién formaban sus familias? ¿Por qué Ruy Díaz de Guzmán, el historiador más importante de fines del siglo XVI y principios del siglo XVII, era un mestizo? Porque su padre no encontraba una señora española para tener hijos”, sostiene Verdesio.

“Todos estos son problemas que no se plantea el uruguayo medio” apunta. “El libro de Diego Bracco Con las armas en la mano muestra que los tipos iban a matar a los indios y a llevarse a sus mujeres. Y cuando no podían matarlos, trataban de afanarse a las mujeres, como dicen que los indios hacían en el malón. Es decir, los españoles o los criollos están adoptando estrategias que ellos atribuyen a los indígenas”. ¿El abusador piensa que todos son de su condición?

Ceguera postraumática: el miedo a reconocernos enfermos

Verdesio añade que en determinado momento, cuando nuestro territorio tenía unos 60.000 o 70.000 habitantes, llegaron entre 7.000 y 10.000 guaraníes. “Estamos hablando del 10% de la población. Por eso no sorprenden los porcentajes de ancestría indígena que están encontrando Sans y sus colegas. Uno puede decir que cultura no es igual a ADN, pero Mónica Sans tiene una pregunta que hace poco empezó a hacer públicamente: no hay que preguntarse cuánto ADN hay en la población actual, sino por qué hay tan poca gente que reivindica ese ADN”.

Es que podríamos interpretar los estudios genéticos de ancestría indígena no como un mero indicador de cuántos de nosotros tenemos ancestros indígenas, sino como una medida de aplicación en el campo de la oftalmología. Porque esos porcentajes nos hablan de la magnitud del esfuerzo que hacemos por invisibilizar algo que está allí. Los estudios de ADN son una medición de qué tan grande es nuestra ceguera histórica –e histérica– hacia los indios. En su artículo, Verdesio cita a otro autor, Veracini, que habla de miopía mnémica (mnemonic myopia) como “un rasgo esencial de la política de la memoria en contextos de colonos”.

Monumento a los últimos Charrúas, en el parque del Prado (archivo, abril de 2011). Foto: Nicolás Celaya

Monumento a los últimos Charrúas, en el parque del Prado (archivo, abril de 2011). Foto: Nicolás Celaya

“Es que nosotros, como buena sociedad de colonos, creemos que con la independencia hemos triunfado. Es decir, la guerra de independencia elimina la colonia”, explica Verdesio, señalando una de las características del colonialismo de colonos. “De cierta manera, gran parte de los capitales que tenemos vienen de la colonia. Por supuesto que hay nuevo capital financiero y un montón de industrias que no había, pero si leés El poder económico en el Uruguay, de Luis Stolovich, Juan Manuel Rodríguez y Luis Bértola, vas a ver que las familias son más o menos las mismas. Esto quiere decir que el colonialismo de colonos no puede darse el lujo hoy de reconocer que hay indios, porque quiere decir que no se terminó nada. Por eso la genialidad del finado Patrick Wolfe, ese australiano que fue de los grandes constructores de este modelo explicativo, que dice que la mejor estrategia para el indígena es quedarse en su casa, decir no me fui, estoy acá. Eso es lo que está volviendo a loca la gente”, apuntala.

El artículo dice que “en las sociedades de colonos no se puede combatir la paranoia y la negación con un discurso racional”, y vuelve a citar a Veracini: “Como los negacionistas no se han razonado a sí mismos en la negación, no pueden ser razonados fuera de ella”.

Mitos fundacionales y el miedo a reconocer que nos mentimos

Este colonialismo de colonos, de desplazamiento del nativo, al llegar la guerra independentista nos permite un reseteo desde el que nos construimos. Es un nuevo inicio, un origen fresco. Los habitantes de este territorio se enfrentaron a las potencias coloniales y lograron su libertad. Pero nos olvidamos de que los habitantes de este territorio independizado en realidad desplazaron a los antiguos habitantes.

El mito fundacional es tan poderoso que desde la extrema izquierda a la extrema derecha se reivindica el artiguismo como el origen virtuoso de lo que somos o queremos ser. Cada charrúa que reclama su ancestría indígena viene a poner ese mito en entredicho. “Esto nos lleva a preguntarnos qué es lo que causa tanta reacción, qué es lo que están poniendo en tela de juicio quienes se definen como indios”, afirma Verdesio. “Los indígenas son importantes porque su existencia viene a reclamar que, antes que estas narrativas fundacionales, estaban ellos aquí. Su presencia nos recuerda que a los indios los re cagaron, los engañaron, los desposeyeron, y encima los hacemos desaparecer de la narrativa de la nación”.

En un país que hasta hace poco estuvo gobernado por una coalición de izquierda, donde la causa de los desaparecidos está tan arraigada en la identidad de lo que define ser de izquierda, que poblaciones indígenas reclamen verdad y justicia para con sus ancestros debería ser algo bastante natural de entender o, al menos, una causa comprensible desde la empatía. “En Argentina tienen el mismo problema que nosotros. No vemos esa conexión. En 1986 David Viñas dijo que los indígenas son los primeros desaparecidos de la historia argentina” responde Verdesio.

“Ese paralelismo que hacés encierra una verdad muy grande, pero si lo decís públicamente te van a acusar de pelotudo”, me advierte Verdesio. “Van a decir que estás creyendo que existen descendientes, te van a cuestionar inmediatamente, porque te van a decir que no hay indios en Uruguay, entonces no hay necesidad ni siquiera de pensar en ese tema. Y vas a tener que explicarles todo lo que vos ya venís leyendo de Mónica Sans y de la gente que trabaja con ella. Y vas a aburrir enseguida a tu interlocutor, porque lo que planteás requiere una explicación muy larga”.

Verdesio teme por mí. Que me desacrediten. Pero esto no se trata de mí: en las advertencias de Verdesio, lo que se refleja es el ninguneo al que ha sido sometido durante su carrera, un ninguneo que ni siquiera es comparable con el que sufren quienes se definen como charrúas. De hecho, en el artículo señala: “Uruguay es uno de esos países donde la soberanía se basa en un despojo original y en una política clara y estatal de exterminio de los pueblos indígenas. En países así es muy difícil hablar de los temas indígenas de manera racional, pues es un tema que cuestiona los fundamentos mismos de la legitimidad de la soberanía del Estado-nación”.

El reclamo de tierras o el miedo a admitir un robo

La lucha por el reconocimiento de los charrúas causa pánico en el riñón de la matriz productiva de este país. En este mito moderno de que el campo mantiene a todo el país, cuestionar si los dueños de esos campos productivos son realmente sus dueños es parte del miedo. “Todo lo que ponga en tela de juicio la legitimidad no sólo del sistema, sino del elemento central del sistema, está mal visto”, dice Verdesio. “Como ya dijeron otros, el problema del indio es el problema de la tierra. Claramente el miedo tiene que ver con la tierra”, enfatiza.

“Algunos me han acusado de ser muy ingenuo, de que no me doy cuenta de que son unos vivos que quieren tierras”, dice Verdesio sobre quienes lo critican por atender los reclamos de quienes se definen charrúas. “Eso no tiene sentido. Las tierras que ellos quieren en usufructo son las que están alrededor de los cementerios. Lo que ellos quieren es retomar un contacto que perdieron”, agrega.

En el artículo escribe que “la necesidad de tener control sobre los cementerios de sus antepasados [se debe a que], en el mundo espiritual de los ancestrales charrúas, la relación con sus muertos era de suma importancia”. También dice que Delgado Cultelli, uno de los miembros de Conacha, propone que “los terrenos que rodean los cementerios ancestrales podrían servir de morada para las actuales familias charrúas, que podrían dedicarse a la preservación de un espacio ancestral”. “La idea no es, como algunos pueden suponer, vivir en las tolderías de sus antepasados, sino buscar sus propias formas de producción para crear oportunidades laborales que permitan a los miembros de los colectivos desarrollar un camino de vida que podría tener más puntos de contacto con el buen vivir, postulado por otras etnias en las Américas, que con el que practican ahora” agrega en el artículo publicado. “Como hemos visto, funcionarios de la administración de Mujica, como Bayardi, temían que el movimiento charrúa cristalizara en un reclamo de tierras, un reclamo al que el Estado, como vimos, no está dispuesto a responder afirmativamente” prosigue el texto.

¿Final?

En el artículo, Verdesio alerta: “No olvidemos que la invasión que sufren los pueblos indígenas aún no ha terminado”. Es difícil no darle la razón.

“¿Es posible construir una narrativa nacional que no sólo dé cuenta del pasado, sino que nos permita proyectarnos hacia el futuro, que tenga base en la verdad? ¿Qué ventajas y desventajas tendría una narrativa de ese tipo? Por ejemplo, ¿es bueno seguir mintiéndonos a nosotros mismos diciendo que los charrúas se extinguieron, como si hubiera sido una cosa que ocurrió sola o, en el peor de los casos, como algo que hicieron ellos con ellos mismos, o por un sujeto omitido que fue el que los extinguió? Me parece que son preguntas pertinentes”, dice Verdesio.

A lo largo de esta nota se ha dicho que los indios son los únicos seres humanos que parece que no pueden cambiar. Uno entiende hacia dónde apunta la frase. Pero es falsa. La sociedad uruguaya parece tan incapaz de entrar al siglo XXI respecto del indígena como el indígena al que niega que se adapte a nuestros tiempos. Ojalá entendamos que tanto los charrúas como los descendientes del colonialismo de colonos podemos escapar de esa trampa. Podemos cambiar y dejar atrás la mentira, la discriminación, la negación y el autoengaño. ¿Nos animaremos, o seguiremos rehenes de un miedo que causa ceguera?

Artículo: “Endless dispossession: the Charrua re-emergence in Uruguay in the light of settler colonialism”
Publicación: Settler Colonial Studies (octubre 2020)
Autor: Gustavo Verdesio.